lunes, 21 de diciembre de 2009

No llores por mí, Argentina

Ley contra la salida de bandoneones

Durante años fue un gran negocio: se vendían afuera o a los turistas a buen precio. Ahora, una norma genera reacciones distintas entre los músicos

Andrés Casak

Seguramente, a la hora de los balances musicales de 2009, la ley recibirá alguna mención. Sin embargo, por ahora fue una sombra que pasó desapercibida. Y eso que era una vieja demanda frente a una situación insostenible en el tango: el éxodo de bandoneones para ser vendidos a precio oro afuera y la consecuente falta de fueyes de primera categoría en el país. Con la reciente promulgación de la ley 26.531 de protección y promoción del bandoneón, se intenta modificar este panorama, aunque también ha disparado cierta polémica.

Entre los puntos medulares de la ley se fija la prohibición para salir del país con fueyes de más de 40 años, salvo que sean llevados para tocar en giras, y se busca estimular la construcción local. Otros ejes son la creación de un registro nacional de bandoneones y la obligación de informar cada vez que se venda este instrumento. Además, el Estado pasa a jugar un rol activo, con prioridad para adquirirlos, en un contexto mundial que no ayuda demasiado: apenas hay dos fabricantes en Alemania, otro en Bélgica y algunos intentos artesanales en la Argentina.

¿La ley llega demasiado tarde, es adecuada o se trata de una solución controversial? Las opiniones están divididas. Desde La Casa del Bandoneón, el lutier Oscar Fischer, que asesoró en la versión seminal de la ley, está disconforme con el resultado final. “En la primera versión, se hablaba de poner restricciones para la salida de bandoneones, pero no de prohibirla. El extranjero que no conoce esta ley se va a sentir estafado en Ezeiza y el argentino encontrará otro método para sacarlos del país. Lo mejor sería fabricar el instrumento en el país”.

Históricamente arribaron al país 60 mil bandoneones. Según los cálculos de Fischer, sólo quedan 20 mil en circulación y apenas entre 200 y 400 están en excelentes condiciones. “En épocas de crisis, la gente iba a vender las joyas del abuelo y ahí estaba el bandoneón. Muchas casa de música los compraban por monedas y luego los ofrecían a 3.000 dólares en el exterior. Hubo bailarines que convirtieron el hall de los hoteles de Japón en grandes casas de remate”.

El devenir del bandoneón es ciertamente especial. Creado a mediados del siglo XIX en Alemania para acompañar la música litúrgica en oficios religiosos, se sumó al tango en sus albores, reconfiguró los primitivos tríos instrumentales y terminó siendo el símbolo mismo del género. Los más buscados fueron los alemanes de Alfred Arnold (por eso la denominación Doble A), pero su fabricación se cortó en los años 40. Esa época marca el fin de los mejores instrumentos.

Para dos de los grandes músicos de distintas generaciones, Julio Pane y Carlos Corrales, la ley constituye un paso fundamental. “El asunto es no quedarnos sin bandoneones acá”, apunta Pane, también docente e integrante de una familia de músicos. “El punto es que, por una razón u otra, todos los intentos por construir bandoneones no lograron dar con el sonido de los que se hicieron antes de 1939”.

Corrales asegura que la mayor fuga de instrumentos se produjo entre las décadas del 70 y del 90 para ser vendidos afuera, porque después el precio aumentó tanto en el país, debido a la escasez, que ya no era negocio exportarlos. “Hoy es prácticamente imposible conseguir un buen bandoneón”, dice. Y trae a colación una anécdota para reflejar esta situación desoladora: en dos oportunidades sufrió el hurto de sus instrumentos, que son los cotizados Doble A negro nacarado. “Cada vez que me voy de vacaciones, distribuyo mis tres bandoneones entre mi familia”, confiesa.

Para un músico de la Orquesta de Tango de la Ciudad de Buenos Aires y del conjunto de Susana Rinaldi, Mariano Cigna, la norma no representa el camino más adecuado. “Está bien cuidar el patrimonio, pero dudo de que la mejor manera sea prohibir la salida de instrumentos. ¿Cómo va a hacer un músico japonés? Hay muchos, y muy buenos. Si quieren comprar en Buenos Aires para tocar en su país, ¿se lo vamos a impedir?”.

El restaurador de bandoneones Carlos Ferrío explica el nódulo del problema: no hay una demanda tan importante como para abrir una fábrica en la Argentina. Es más: si hipotéticamente, con el impulso estatal, esto sucediera, el resultado difícilmente llegaría a la calidad de los imbatibles Doble A o Premier. “El secreto está en la madera de las cajas del fueye. Si esa madera varía, cambia todo. En Alemania había fábricas familiares: los abuelos estacionaban la madera que 50 años después utilizaron sus nietos. Ese ciclo natural se terminó hace mucho tiempo”.

Emblema de la cultura argentina, con un subgénero de letras dedicado a él, una iconografía claramente identificatoria, un funcionamiento complejo y caprichoso, y un día, el 11 de julio, dedicado a homenajearlo, el bandoneón persiste con una enorme carga simbólica, aunque recién ahora haya una ley dedicada a su preservación. Una ley, como apunta Fischer, “que sólo es un primer paso. Sus beneficiarios todavía no nacieron”.

Fuente: Crítica

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