sábado, 8 de agosto de 2009

Ponerle el cuerpo a la batalla

Constanza Peterlini lleva adelante este unipersonal que dirige Agustín Martínez

Una atractiva y arriesgada propuesta sobre el conflicto palestino-israelí

Mi nombre es Rachel Corrie. Sobre textos de Rachel Corrie en versión de Alan Rickman y Katherine Viner. Dirección y diseño de espacio: Agustín Rafael Martínez. Actuación: Constanza Peterlini. Música: Emanuel Brusa. Diseño de luces, video y sombras en escena: Malena Bystrowicz y Akira Patiño. Esculturas: Nicolás Bai. En el Payró. Viernes, a las 22. Duración: 90 minutos.
Nuestra opinión: buena

A los 23 años, Rachel Corrie viajó desde los Estados Unidos hasta la Franja de Gaza, con el objetivo de apoyar a sus ciudadanos de los ataques israelíes. Pertenecía al Internacional Solidarity Movement, un grupo que tiene como principal finalidad evitar la destrucción de hogares e infraestructura civil en el territorio palestino. La joven demostró a lo largo de su corta vida tener pretensiones literarias y poéticas; dejó gran cantidad de escritos acerca de sus sueños cuando era una joven pueblerina norteamericana, así como también cuando, en su rol de humanista, se encontró viviendo entre bombardeos, muertes y destrucciones. Con todo ese material, Rickman y Viner construyeron un monólogo que fue estrenado primero en Londres, que de allí viajó a Nueva York (no sin problemas ni impedimentos de grupos extremistas proisraelíes) y luego al mundo entero.

Luces y sombras

En lo que hace a la versión local, tal vez lo que habría que destacar es la honestidad de los artistas que se pusieron este texto y esta causa al hombro, y demuestran, por ello mismo, una gran pasión en su tarea. La vinculación del hecho estético con una causa política tan delicada, compleja e inasible hizo que Agustín Martínez, a cargo de la dirección, hubiera tomado un excelente camino para el montaje, aunque luego volvió sobre sus pasos al darle una carga tan emocional a la interpretación.

Los enfrentamientos entre Israel y Palestina se suceden y esto no permite pensar en el acontecimiento histórico como algo ya cerrado, y ante el cual uno pueda pararse con cierta frialdad. Más bien, todo lo contrario. Los límites son muy sinuosos y los riesgos, muchos. Por eso, Martínez, seguramente, decidió realizar un montaje en el que se pusiese en primerísimo nivel la instancia representativa. Para ello, se sirve de un trabajo escenográfico-escultural, que se proyecta en un muy interesante juego de luces y sombras, para componer una especie de linterna mágica que permita mostrar un mundo atravesado por ideales, sueños e ideologías no muy presentes en el pragmatismo del mundo contemporáneo. El problema es que luego de haber asistido a ese maravilloso dispositivo que nos lanza a una instancia respetuosamente lúdica y de alto impacto estético, la actriz construye su personaje a través de una identificación casi absoluta que no permite ningún tipo de distanciamiento, que es lo que todo acontecimiento político debería exigir.

Pero por fuera de cualquier instancia analítica, habría que decir, como dijo Mario Vargas Llosa en 2006, en su columna de este mismo diario, al salir de ver la versión neoyorquina, que es una obra que merece ser vista para conocer un personaje tan noble en su acción como polémico en su discurso. Eso sí: vaya con el tiempo suficiente como para, café mediante, poder discutir y poner en claro lo visto y lo oído en una hora y media de absoluta intensidad y honestidad.

Federico Irazábal

Fuente: La Nación

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