Tiene 8 años. Es bisnieta de Antonio de Raco. Toda su familia se dedica a la música. Hoy, martes 4 de agosto, actúa con entrada libre, en La Plata.
Por: Sandra de la Fuente,especial para Clarin
La niña prodigio Natasha Binder interpretando composiciones de Mozart en Londres el año pasado.
Natasha Binder es el último eslabón de una dinastía pianística iniciada en Buenos Aires por sus bisabuelos, Antonio De Raco y Elizabeth Westerkamp e impulsada por la infatigable Lyl, hija mayor de ese matrimonio, madre y maestra de los notables Karin Lechner y Sergio Tiempo.
Natasha es hija de Karin. Tiene ocho años y un talento musical indiscutible. Toca el piano desde siempre y hace dos años, cuando tenía siete, ofreció un concierto con una orquesta londinense. Vino a Buenos Aires para presentarse en el Teatro Argentino de La Plata, en un concierto con orquesta que la epidemia de la gripe A obligó a cancelar. Sin embargo, contra viento y marea, Natasha se presenta hoy con un programa que recorre la historia del instrumento, en la platense Asociación de Amigos del Conservatorio Provincial Gilardo Gilardi.
Aunque no nació en Argentina, su perfecto dominio del castellano -en su variante porteña, con giros lunfardos incluidos- y su debilidad por el dulce de leche y los Havannets hacen olvidar que Natasha nació en Bruselas.
Las rutinas de Natasha no se diferencian de la de cualquier chico que va a la escuela jornada completa. "Vuelvo a casa, meriendo -porque allá el colegio es de doble jornada obligatoria así que tengo ocho horas de clase- y hago las tareas antes de sentarme a tocar", cuenta.
Sin embargo, la casa a la que regresa no podría definirse como un hogar convencional. "Tiene varios pisos, y en cada piso hay un piano", describe. Actualmente en la casa hay cinco pianos y uno de ellos está en el sótano, equipado como un pequeño auditorio en el que los alumnos de Karin y Lyl toman clases y ofrecen recitales. Como si este estímulo no fuera suficiente, del otro lado de la medianera Natasha escucha sonar el piano de una vecina notable, Martha Argerich, amiga íntima de su abuela Lyl y entusiasta testigo de los progresos de la niña.
Practicás todos los días, ¿siempre con el mismo entusiasmo?
A veces no me dan tantas ganas de sentarme a estudiar. En realidad no es que no quiera tocar el piano sino que tengo ganas de hacer también alguna otra cosa. Pero no es que me dé pereza. Para mí tocar el piano es muy divertido.
¿Y qué son esas otras cosas que también te dan ganas de hacer?
Jugar, jugar a que soy otra persona o que soy un animal, también al ajedrez con mi abuela. Me gustaría jugar con mi tío Sergio pero para eso voy a tener que esperar unos años porque todavía no puedo ganarle. Y también, cuando está lindo el tiempo, me gusta salir con mi papá al parque, a jugar al frisbee.
¿Ni siquiera te abruma el trabajo con una obra nueva?
No... La última obra que armé fue un Impromptu de Schubert. Y sí, al principio siempre decís que es muy difícil, pero después las cosas empiezan a salir y cuando ya empezó a sonar te da ganas de saberlo cada vez mejor y ahí ya no podés dejarlo, querés más y más.
¿Te pone nerviosa el momento de tocar frente al público?
Al principio me ponía nerviosa. Cuando tenía tres años tenía que tocar el primer concierto de esos que organiza mi abuela con sus alumnos y no quise, dije que no quería y no toqué. Pero al año siguiente me dio ganas y la pasé muy bien tocando y después siempre quise, siempre me gustó. Ahora tocar frente al público es una fiesta y para mejor después de tocar viene la otra fiesta que es comer los sandwichitos.
¿Hay algún repertorio con el que te sentís más cómoda, algún compositor que te guste más?
Con cada uno de los compositores me siento cómoda por alguna razón. Por ejemplo, de Bach me gusta la técnica y con Mozart me hace sentir bien el ritmo.
¿Pensaste que te gustaría ser cuando seas grande?
Uff, muchísimas cosas: cantante, actriz, pianista, fotógrafa, estilista, neurocirujana, camarera, vendedora de pianos, vendedora de discos, abogada... Si me das 40 minutos más te digo la lista completa.-
Fuente: Clarín
Natasha es hija de Karin. Tiene ocho años y un talento musical indiscutible. Toca el piano desde siempre y hace dos años, cuando tenía siete, ofreció un concierto con una orquesta londinense. Vino a Buenos Aires para presentarse en el Teatro Argentino de La Plata, en un concierto con orquesta que la epidemia de la gripe A obligó a cancelar. Sin embargo, contra viento y marea, Natasha se presenta hoy con un programa que recorre la historia del instrumento, en la platense Asociación de Amigos del Conservatorio Provincial Gilardo Gilardi.
Aunque no nació en Argentina, su perfecto dominio del castellano -en su variante porteña, con giros lunfardos incluidos- y su debilidad por el dulce de leche y los Havannets hacen olvidar que Natasha nació en Bruselas.
Las rutinas de Natasha no se diferencian de la de cualquier chico que va a la escuela jornada completa. "Vuelvo a casa, meriendo -porque allá el colegio es de doble jornada obligatoria así que tengo ocho horas de clase- y hago las tareas antes de sentarme a tocar", cuenta.
Sin embargo, la casa a la que regresa no podría definirse como un hogar convencional. "Tiene varios pisos, y en cada piso hay un piano", describe. Actualmente en la casa hay cinco pianos y uno de ellos está en el sótano, equipado como un pequeño auditorio en el que los alumnos de Karin y Lyl toman clases y ofrecen recitales. Como si este estímulo no fuera suficiente, del otro lado de la medianera Natasha escucha sonar el piano de una vecina notable, Martha Argerich, amiga íntima de su abuela Lyl y entusiasta testigo de los progresos de la niña.
Practicás todos los días, ¿siempre con el mismo entusiasmo?
A veces no me dan tantas ganas de sentarme a estudiar. En realidad no es que no quiera tocar el piano sino que tengo ganas de hacer también alguna otra cosa. Pero no es que me dé pereza. Para mí tocar el piano es muy divertido.
¿Y qué son esas otras cosas que también te dan ganas de hacer?
Jugar, jugar a que soy otra persona o que soy un animal, también al ajedrez con mi abuela. Me gustaría jugar con mi tío Sergio pero para eso voy a tener que esperar unos años porque todavía no puedo ganarle. Y también, cuando está lindo el tiempo, me gusta salir con mi papá al parque, a jugar al frisbee.
¿Ni siquiera te abruma el trabajo con una obra nueva?
No... La última obra que armé fue un Impromptu de Schubert. Y sí, al principio siempre decís que es muy difícil, pero después las cosas empiezan a salir y cuando ya empezó a sonar te da ganas de saberlo cada vez mejor y ahí ya no podés dejarlo, querés más y más.
¿Te pone nerviosa el momento de tocar frente al público?
Al principio me ponía nerviosa. Cuando tenía tres años tenía que tocar el primer concierto de esos que organiza mi abuela con sus alumnos y no quise, dije que no quería y no toqué. Pero al año siguiente me dio ganas y la pasé muy bien tocando y después siempre quise, siempre me gustó. Ahora tocar frente al público es una fiesta y para mejor después de tocar viene la otra fiesta que es comer los sandwichitos.
¿Hay algún repertorio con el que te sentís más cómoda, algún compositor que te guste más?
Con cada uno de los compositores me siento cómoda por alguna razón. Por ejemplo, de Bach me gusta la técnica y con Mozart me hace sentir bien el ritmo.
¿Pensaste que te gustaría ser cuando seas grande?
Uff, muchísimas cosas: cantante, actriz, pianista, fotógrafa, estilista, neurocirujana, camarera, vendedora de pianos, vendedora de discos, abogada... Si me das 40 minutos más te digo la lista completa.-
Fuente: Clarín
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