miércoles, 19 de agosto de 2009

El tiempo es sólo una palabra

VIEJA SERENATA CADA UNO INTERPRETO TEMAS POR SEPARADO Y EN DUOS. PARA EL FINAL, SE JUNTARON.

La vigencia de los veteranos Alberto Podestá, Juan Carlos Godoy, Rubén Cané, Osvaldo Ribó y Lalo Martel, tangueros de ley.

Por: Marcos Mayer

Una enorme pantalla sobre el escenario del teatro Avenida exhibe una sucesión de fotos que cuentan la trayectoria de cinco cantantes -Rubén Cané, Osvaldo Ribó, Lalo Martel, Juan Carlos Godoy y Alberto Podestá- que brillaron en los tiempos de oro del tango. Obviamente, las imágenes son, en su mayoría, en blanco y negro. La última es siempre un retrato sobre cuyo costado izquierdo aparecen las dos barritas de "pausa". Y esa imagen se disuelve cuando aparece el personaje real sobre el escenario, en colores y en tres dimensiones, siempre de riguroso frac, los timbos deslumbrantes y la sonrisa a lo Carlitos. Como si las décadas se esfumaran.

Una piba de rasgos japoneses, inconfundiblemente porteña, no puede evitar una sonrisa y le pregunta a su amiga: "¿Qué es el paso del tiempo?". Esa respuesta que todos parecen conocer no sale fácil en medio de las sensaciones que produce la presentación de cinco cantores que iniciaron su carrera hace más de 50 años y cuyas fisonomías no desmienten que rondan o pasan largamente los 80. Pero basta con que Cané, encargado de abrir el fuego y recién llegado de su dorado exilio marplatense, entone las primeras estrofas de Muchacho, para que el tiempo se tome un descanso.

Es que aunque algunas voces se resientan del paso de los años, lo cierto es que cada uno de ellos en su estilo apela a dos sabidurías que hacen al buen cantor de tangos: la apuesta a lo expresivo y el respeto religioso por lo que dicen las palabras. Así, cada uno de los cinco embajadores del tiempo de cuando el tango hacía furor mostró una faceta del arte de la interpretación. Cané fue la ironía; Ribó, cierta distante melancolía; Lalo Martel, la picardía; Godoy, el ir a fondo de los sentimientos; Podestá, la emoción a pleno que brilló en su conmovedora versión de Nada. Todo acompañado por una orquesta que tuvo la difícil tarea de tocar, nota a nota, las partituras con los arreglos que alguna vez imaginaron Tanturi, Carlos Di Sarli, Alfredo de Angelis o Miguel Caló para sus típicas. Todo bajo la eficiente batuta del maestro José Ogivieki. Ellos tampoco sonaron fuera de tiempo.

Cada uno interpretó tres tangos, luego Martel y Godoy armaron un dúo para arremeter con cuatro valsecitos y el cierre los encontró a todos juntos, entonando La vieja serenata, una elección de lo más adecuada.

El espectáculo armado por Gabriel Soria y Cecilia Orrillo implicó varias apuestas: demostrar la vigencia de voces que parecían olvidadas -un poco en el camino de Café de los Maestros- y que significó que, por ejemplo, Martel volviera a actuar en un escenario local después de más 30 años; dejar testimonio de una época y, sobre todo, de que allí hay todavía mucho hilo por desmadejar.

Fuente: Clarín

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