Próximamente se cumple un nuevo aniversario del natalicio de Oliverio Girondo. Vanguardista como pocos, fue uno de los impulsores de la revista Martín Fierro y tradujo al español junto a Molina, hace 50 años, Una temporada en el infierno, de Rimbaud.
“Si hubiera salido poeta de todos modos, creo que mi cuerda en la lira hubiera
estado -desafinando- entre la de Raúl y la de Oliverio”
Julio Cortázar
Las palabras de respeto y admiración del autor de Rayuela para con González Tuñón y Girondo quedan a la vista y no merecen otro comentario. Raúl es González Tuñón y Oliverio es Girondo.
Girondo fue el responsable de redactar hace 85 años el primer manifiesto de una vanguardia en la Argentina, que apareció en el cuarto número de la revista Martín Fierro, publicación que supo reunir a Horacio Rega Molina, José Pedroni, Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y Macedonio Fernández. En él definiría el campo de acción de ese grupo de poetas y delimitaría los límites contraponiendo a todo aquello que rechazaban: “Frente a la impermeabilidad hipopotámica del honorable público, frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático que momifica cuanto toca; (...) frente a la ridícula necesidad de fundamentar nuestro nacionalismo intelectual hinchando valores falsos que al primer pinchazo se desinflan como chanchitos; frente a la incapacidad de contemplar la vida sin escalar las estanterías de las bibliotecas (...)”.
Un año más tarde, en 1925, publicó sus Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (editados originalmente en Francia) y con ese acto terminó de adherir a la modernidad urbana. Los versos de ese libro no sólo podían leerse en el tranvía, sino que además se podían conseguir por veinte centavos en una “edición tranviaria”. Y tal como señaló Graciela Speranza instituyó “un nuevo espacio y tiempo para la poesía” sumergiéndola “en el ritmo de la ciudad moderna”, y diseña “una nueva imagen de lector”.
El rey del marketing
Oliverio Girondo estuvo adelantado a su tiempo tanto temáticamente como estructuralmente, por eso nadie duda ubicarlo al frente de la vanguardia de principios del siglo XX. Su composición responde a las características propias del montaje cinematográfico, Girondo construye sus Veinte poemas... a partir de fragmentos de la realidad y apelando a una multiplicidad de voces; y ese libro será el punto de partida de una nueva moral, que buscará contrapunto contra la “moral hipócrita” que el poeta quiere desterrar. Bastan como muestra los poemas: Sevillano, Exvoto, Verona o Café Concierto, que llevaron a Borges a decir: “Girondo es violento”.
En 1932, el poeta revolucionaría el mercado editorial con la edición de Espantapájaros. Para su lanzamiento Girondo recurre a una novedosa campaña publicitaria (en términos actuales: un afilado marketing), que lo lleva a vender los 5 mil ejemplares del libro en menos de un mes. Durante quince días pasea con un muñeco espantapájaros en una carroza coronaria y en una suerte de cortejo fúnebre.
No conforme con lo hecho, con el libro propone nuevas reglas de juego con el lector y es esa búsqueda permanente lo que lo coloca en la cima de la vanguardia. Decide apelar al escándalo y a la inversión de valores y ya desde la primer página de Espantapájaros nos encontramos con una serie de poemas en prosa que desacomodan desde lo visual y lo genérico, haciendo necesario un nuevo pacto de lectura. La poesía abandona el pedestal sacro, su “aura” y hace partícipe al lector incluyéndolo mediante preguntas y exhortaciones. Escribirá en el Poema 1: “¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?”.
Rompiendo el “aura” de la poesía solemne y arrojándola al lodo, instaura una tradición poética que luego continuarían escritores como Osvaldo Lamborghini, Arturo Carrera, Néstor Perlongher, Susana Thénon y más acá en el tiempo -y salvando algunas distancias- Washington Cucurto.
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