La última habitación (El despertar de Clara). Creación colectiva con dramaturgia y dirección de Walter Velázquez. Intérpretes: Luisina Di Chenna, Gabriel Páez, Maximiliano Trento y Sol Lebenfisz. Escenografía: Ariel Vaccaro. Vestuario: Soledad Galarce. Diseño de luces: Ricardo Sica. Videos: Agustín Demichelis. Asistente de dirección: Flavia Salto. Asistente terapéutica: Cecilia Nieto. Producción general: Andrea Feiguin. Belisario Club de Cultura, Corrientes 1624. Viernes, a las 23. Duración: 80 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
Y un buen día Clara se despierta. Así, sin más, después de dos años de estar postrada en la cama de un hospital -en coma-, abre los ojos, pide torta y se vuelve a "dormir". El único que la ve es su marido, el Negro, que sigue yendo a verla, bien empilchado, con flores y música de regalo. Queda tan sorprendido que no reacciona y su desconcierto confunde al médico y a la enfermera que atienden a su joven mujer. Nadie le cree, tanto que hasta él mismo empieza a dudar de lo que vio.
El cuadro bien podría ser el de un drama cerrado y opresivo, salvo por un detalle: la torta. Sólo ese dato dispara todo hacia cierto -y bienvenido- lenguaje absurdo, de comedia (negra, por supuesto) en el que no es difícil descubrir destellos de clown. Así, el director Walter Velázquez hace jugar a sus actores en el límite entre dos universos, uno onírico y otro real, que casi sin aviso se empiezan a cruzar, a superponer a tal punto que es difícil -en determinado momento- saber qué de todo lo que sucede allí pertenece a un mundo o a otro.
De esta manera, se disfruta la inmensa ternura que despliega Sol Lebenfisz (la enfermera Mabel) cuando atiende, cuida y mima a Clara, y de los bailes y vuelos alucinados de la joven paciente mientras su marido, la enfermera y el médico juegan a las cartas sin notar el más leve movimiento. Por momentos se puede decir que se está frente a un vodevil en el que las puertas que se abren y se cierran cumplen un rol fundamental, pero a diferencia de este género, más pronto que tarde todos se empiezan a encontrar en esa última habitación y ya nadie duda de lo que vio o de lo que sucede, porque está tan inmerso en esa nueva realidad soñada que es imposible escindirse.
Los límites son poco claros y ahí está uno de los hallazgos de este trabajo colectivo, ya que esto permite que el delirio no tenga freno y las sorpresas más enloquecidas sean superadas por otras.
El otro gran hallazgo es Clara o Luisina Di Chenna, la actriz que le presta el cuerpo. Pequeña, sencilla, sin estridencias, tiene un carisma y una presencia escénica arrolladora. Logra que el espectador no pueda sacarle los ojos de encima aun cuando está dormida. El resto del elenco bien acompaña semejante torbellino de energía y sensibilidad, sobre todo el Negro (Gabriel Páez), con quien forma un dúo eficaz y sumamente enternecedor. También brillan Maximiliano Trento (el doctor) y Sol Lebenfisz (la enfermera).
La escenografía de Ariel Vaccaro es impecable y lo mismo pasa con la musicalización. Sólo se le podría objetar que -aunque cuenta con una buena realización- toda la parte en video en el que hay un paralelo con el mundo de El mago de Oz no agrega demasiado y estira la acción y el desenlace innecesariamente.
Verónica Pagés
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