Luis Cano se rodea de un muy buen elenco para mostrar su mirada del poder
Nuestra opinión: buena
No es fácil, ni cómodo, atravesar la experiencia que propone Luis Cano en Coquetos carnavales . O sí, dependerá de cómo cada espectador decida pararse frente a esa sucesión de hechos que el dramaturgo pinta sobre el despojado escenario del Sarmiento. Puede que uno trate de dilucidar cada uno de los símbolos que allí discurren para intentar llenar de entendimiento eso que un compacto y bien nutrido elenco de trece hombres ofrece. Puede que el espectador -viendo que el planteo no es sencillo ni lineal- decida dejarse llevar por la potencia de las imágenes, de la música -que muchas veces le gana en presencia e intensidad- y logre así mecerse con los vaivenes de una poesía oscura, cerrada pero, a la vez, sorprendentemente luminosa. Y claro, puede que algún espectador decida optar por un poco y un poco de los dos planteos: tratar de entender y dejarse arrullar.
Es eso precisamente lo que logra el director y dramaturgo con su mirada sobre un grupo de hombres que bien podrían ser una familia -o representar una nación- que se vincula desde distintos grados de poder, en los que aparece la violencia en primer plano, como algo natural y esperable, y con ella la conspiración, la traición, la venganza, la culpa, el miedo. Negro y poco esperanzador panorama que Cano eligió mostrar, sin embargo, como un espectáculo en el que hay magia, clowns, baile, números de un circo sangriento y sanguinario en el que no se le puede dar la espalda ni a un hermano.
Para lograr ese doble juego de muerte y color, Cano se apodera del escenario como si fuera la arena de un circo y lo invita al músico/actor Tian Brass para que guíe y haga avanzar la trama con la ayuda de los más exóticos instrumentos musicales. En escena, los actores cumplen sus esperpénticos roles como si la muerte fuera una amiga que espera a la vuelta de la esquina. Están los que se rebelan, como el Anglada que construye Alejandro Catalán con una precisión exquisita. Su enorme cuerpo se vuelve pequeño y desprotegido por el dolor y el miedo.
También es difícil sacarle la mirada al Ayala de Marcelo Mininno, o al Brancusi de Pablo Caramelo, por nombrar a algunos, ya que sin dudas el elenco es parejo en un alto nivel. Lo mismo que la luz, protagonista inescindible de esta propuesta en la que claridad/oscuridad dialogan, también violentamente, para concretar momentos de extrañísima belleza.
Unos matan, otros mueren, algunos ¿sobreviven? en este circo demencial y caprichoso en el que nadie parece tener un objetivo claro a alcanzar, sino simplemente el jugar un juego sin solución de continuidad.
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