Por Susana Tambutti
Fue Cunningham quien, alejándose de toda relación trascendental o metafísica, incorporó a la danza términos de raíz kantiana, propios de la modernidad estética: contemplación, desinterés, actitud estética, atención a la obra por su propio valor. La obra coreográfica pasaba a ser un objeto que era intencional en su forma, inaugurando una autonomía estética hasta entonces desconocida. Cunningham, cumpliendo las pretensiones del arte moderno, abandonó la danza a la fuerza de su imagen poética impidiéndole que se transformara en vehículo de significaciones ilustrativas o en reflejo de una realidad externa. Su increíble aporte reside posiblemente en que su revolución artística condujo el movimiento lejos de las energías angustiantes, violentas, profundamente personales del expresionismo y más allá de la identificación obsesiva, psicológicamente conducida de la danza moderna que lo precedió.
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