Comercios y restó, los más transgresores
Caminar por el centro se complica día a día. Existen normas, pero nadie las cumple
La largada se ubica en una esquina al azar del centro de la ciudad. Los competidores se aprestan con sus pertenencias cotidianas. Entre ellos, señoras con carteras, chicas y chicos con carpetas, alguno que otro con un bolso de mano o colgado del hombro, una mamá con un cochecito con el correspondiente bebé a bordo, la abuela con una bolsa de los mandados de esas que se recomiendan para cuidar el medio ambiente, hijos en edad escolar colgados de cada una de las manos de su madre y cada uno de ellos con su mochila con carrito, un no vidente muñido de su blanco bastón, un muchacho sólo con sus manos en el bolsillo, y un abuelo, lento, con un diario bajo el brazo.
La pista les presenta todos los aditamentos para que no puedan desconcentrarse ni por un instante: vehículos como entrando en un garaje al que nunca ingresarán; no menos de media docena de motos de delivery de una pizzería ubicada en la cuadra; placares, repisas, baúles, cortinas de junco y plásticas de la mueblería del lugar; escaleras, baldes de albañilería, una soldadora eléctrica y un calefón eléctrico de la ferretería; mesas, sillas y sombrillas de un bar; mesas sillas y sombrillas de otro bar; bolsas de basura sacadas a deshora y que permanecerán durante toda la competencia; y para poder estar seguros de la destreza de los competidores, cientos de baldosas rotas y excrementos de perros a cada paso.
Y así, largan en una carrera que sólo el destino sabrá quién podrá terminar y en qué condiciones.
El relato parece burdo y exagerado, pero caminar por las calles del centro de la ciudad cada día es más difícil debido a la creciente y desmedida ocupación que de las veredas hacen comerciantes y frentistas, ante la aparente imposibilidad oficial de lograr poner las cosas en orden.
Y si bien el fenómeno pareciera ir desapareciendo a medida que se deja la zona céntrica y se avanza hacia los barrios, es sólo una apariencia, ya que allí los dueños de la vereda son los vecinos, que suelen hacer de los espacios ubicados al frente de sus casas una prolongación de su propiedad privada.
La ocupación indebida del espacio público, si bien no es una exclusividad platense, con el tiempo se ha instalado de tal manera en la ciudad que pareciera pertenecerle en exclusiva.
Hay códigos y ordenanzas que regulan esta cuestión, pero no se cumplen y muchas veces ni siquiera se intenta hacerlos cumplir.
La vidriera en la vereda. El tema de los comercios es un caso por demás ejemplificador. Para el caso basta con darse una vuelta por el centro comercial de calle 12 o algunos sectores de la diagonal 80.
En ámbitos municipales aseguran que "es un tema muy difícil a la hora de encontrarle una solución. A pesar de que se intenta concientizar a los dueños y encargados de los negocios, las soluciones son pasajeras y sólo duran lo que tardan los inspectores en dejar el lugar".
Esta referencia apunta principalmente a varias mueblerías de la calle 12, en donde "no hay dudas de que si debieran entrar todas las cosas que ponen en la calle no les quedaría lugar para la atención a los clientes", afirman en la Comuna con un dejo de resignación.
Canon. Respecto de las mesas y sillas de muchos bares y pub, el problema podría dividirse en dos cuestiones: la falta de pago del canon previsto por la autorización de la colocación de esos elementos, y el exceso en la cantidad de estos y el espacio ocupado sobre la vía pública.
"La mayoría de los comercios pagan un canon que varía según la cantidad de metros y elementos que utilizarán en la vereda", detallaron fuentes municipales, a la vez que detallaron: "El gran inconveniente está en que muchas veces la mayoría de los negocios no renuevan las autorizaciones o se exceden en el espacio por el cual fueron autorizados".
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