viernes, 27 de noviembre de 2009

"Volveré al Real cuando Mortier se vaya"

Álvarez, en la Luisa Miller del Teatro Real (2005).

Marcelo Álvarez

RUBÉN AMÓN/EL CULTURAL

El tenor argentino protagoniza desde el jueves el Andrea Chénier de la ópera de París en una nueva producción que llegará al Teatro Real de Madrid en febrero. álvarez explica a El Cultural los motivos que lo han llevado a los roles “di forza” y reivindica la figura de los cantantes frente a la “dictadura” de algunos directores de escena.

Marcelo Álvarez (Córdoba, 1962) se encuentra en plena mutación canora. La evolución vocal le había conducido del repertorio belcantista a la dimensión de tenor lírico puro, aunque sus incursiones en Carmen y en Il Trovatore sobrentienden un nuevo salto cualitativo. De otro modo no se hubiera atrevido a estrenar en la ópera de París el papel protagonista de Andrea Chénier de Umberto Giordano. El acontecimiento se produce el jueves e interesa a los aficionados del Teatro Real, puesto que el tenor argentino, primera figura del escalafón, acudirá a cantarlo a Madrid el próximo mes de febrero y tomando como referencia escénica la fastuosa producción que Giancarlo del Monaco, hijo del tenorísimo que dio gloria a Chénier en los años cincuenta, ha concebido para el escenario de La Bastilla.

-¿Se ha convertido usted en un tenor spinto?

-Quiero aclarar que no canto ningún papel que no pueda permitirme. Tiende a pensarse que Chénier, como el Trovador, requieren voces oscuras y poderosas, pero mi impresión es que pueden abordarse con pulcritud, atención al fraseo, cuidado en los matices y escrúpulo en la línea de canto. Soy consciente de que algunos melómanos se vienen al teatro con las grabaciones de Corelli y de Mario del Monaco en los oídos. Respeto mucho a los dos tenores, pero creo que Chénier, como las óperas de Verdi, invitan a una prestación completa. Me refiero a la dicción, a la atención de la palabra, a la paleta de colores con que se concibe el papel. Puede que mi agudo no sea tan squillante como el de Corelli ni tan poderoso como el de Del Monaco, pero sí pienso que aporto al personaje una visión válida, seria, total. Una manera de afrontar la ópera que siento está más cerca de la intención del compositor.

-Es cierto, en todo caso, que usted ha entrado en un nuevo territorio. Los precedentes deCarmen y del Trovatore le han abierto las puertas a papeles “di forza”. Y dentro de poco va a cantar también sus primeras Aida y Forza del destino.

-Se trata de una evolución. Razonable y hasta me atrevería a decir física. Mis cuerdas vocales comenzaban a sentirse incómodas, tensas, cuando afron- taba el repertorio belcantista y algún que otro papel lírico. No es arbitrario ponerme a cantar Carmen ni es un capricho hacer Chénier. Detrás está la opinión de los médicos que tratan mi instrumento, el consejo de mis maestros y la convicción personal. La prueba está en que me han venido a reclamar los grandes teatros. He hecho en la ópera todo lo que quería hacer. Podría retirarme tranquilo. Mi carrera se ha disparado por encima de cuanto yo podía imaginar. Menciono todas estas razones para explicar que no me hace falta cantar Chénier. No hay una necesidad especulativa ni una ambición, sino una evolución.

-¿Y no le asusta quemarse en un repertorio más arduo? A Carreras se le reprochó haber escogido personajes -Calaf, Manrico, Don José- que extralimitaban su madera de tenor lírico.

-Carreras ha sido un extraordinario cantante, pero creo que se equivocó al seguir el ejemplo de Giuseppe di Stefano. Exageró demasiado, se dejó llevar por la emoción. Esta nueva fase se atiene perfectamente a mis posibilidades y porque no voy a descuidar en absoluto mi manera de cantar. Yo atrapo a los espectadores con el fraseo. Soy capaz de hacerles sentir un escalofrío. ¿Sabe lo difícil que es lograr eso? Los espectadores me conocen. Saben que doy de mí todo lo que tengo, pero conociendo cuáles son mis límites.

-A propósito de límites, usted mantiene una actitud beligerante respecto al límite salarial que han establecido algunos teatros.

-Es una injusticia. Primero, porque el techo salarial no ha variado en 12 años y las cosas, en cambio, a mí me cuestan el doble que hace una década. Y, en segundo lugar, porque se le trata prácticamente igual a un cantante mediano que a uno que llena el teatro. Yo mismo he renunciado a pisar el escenario de la ópera de Viena porque casi me costaba dinero cantar. ¿Sabe los esfuerzos y sacrificios que hace un cantante? Ser tenor para mí equivale a un sacerdocio. Dedico mi vida a esa vocación. No bebo, no fumo, no salgo por la noche. Consagro mi vida a estar preparado. Me parece que ese esfuerzo requiere una compensación. Insistiendo además en que somos nosotros, los cantantes, quienes realmente convertimos la ópera en algo extraordinario. Menos mal que comienzan a percibirse ciertos cambios de actitud. El Met, el Covent Garden y la ópera de París se han dado cuenta de que no puede darse todo el poder al director de escena. Se está acabando la dictadura que muchos de ellos han ejercido.

-No ha citado el Teatro Real entre los escenarios propicios.

-Lo cito con toda rotundidad si nos referimos a la gestión de Antonio Moral, pero no puedo hacerlo si aludimos a Gérard Mortier. Me ha sorprendido y desconcertado el relevo que se ha producido en Madrid. El Real había conseguido un gran equilibrio y logrado que muchos cantantes de gran nombre nos sintiéramos muy identificados con el proyecto. Eso es muy difícil lograrlo y puede que los políticos no se den cuenta. Me refiero al hecho de que mis colegas y yo sintiéramos el Real como si fuera nuestra casa. Todo ese calor y esa cordialidad se traducía en excelentes espectáculos.

-¿Quiere decirse que el Chénier de Madrid en febrero puede ser su despedida? ¿Tan mal se lleva usted con Mortier?

-No es mi despedida, sino una separación temporal. Al fin y al cabo, la etapa del director artístico es efímera. Volveré cuando Mortier se vaya. Somos incompatibles y me desagradan las cosas que dice de mí. Ha cuestionado mi profesionalidad, mi seriedad. También ha dicho que me llevo mal con mis compañeros y que sólo me interesan los negocios. Mortier tendrá su inteligencia y será un genio, pero a mí no me apetece trabajar con él ni tampoco comparto su visión de la ópera. Va diciendo por ahí que cancelé porque quise el estreno de Un ballo in maschera. Lo que no menciona es que me había operado de un ojo y que no estaba en las condiciones elementales para hacer el papel. No necesito a Mortier para seguir cantando.

-¿Maneja usted ahora una posición de fuerza? Me refiero a su condición de primer tenor...

-Puedo tener una posición de influencia, pero no abuso de ella. La reputación y la credibilidad de artista me permiten hacer las óperas en las condiciones que considero ideales. Puedo sugerir con qué directores de orquesta quiero trabajar y puedo ofrecer mi opinión respecto a los de escena. Ahora bien, nunca me he escondido ni voy a hacerlo. Cuando afronto un nuevo desafío voy a los teatros grandes. Me considero un profesional serio, responsable.

Fuente: El Cultural

No hay comentarios: