Rescate. La imagen del padre y su auto, una de las fotografías familiares que Guadalupe Gaona rescató para su libro.
Guadalupe Gaona, autora de Pozo de aire
Fernanda Nicolini
Un padre desaparecido por la dictadura y una hija que busca rescatar un momento de su infancia atrapado en la única imagen que los tiene como protagonistas. Un libro de imágenes y poemas en un recorrido íntimo.
Una mujer reconstruye el relato de sus vacaciones en el sur, un verano que quedó detenido tres décadas atrás. Lo hace a partir de los recuerdos de una nena de dos años, una nena que todavía no sabe qué es tener recuerdos. Quizás ni siquiera sean imágenes reales sino narraciones de otros, repetidas en reuniones familiares que se fijaron en algún lugar de la memoria como parte de la propia historia. Es una duda, siempre es una duda. La tenemos todos. Excepto por una foto: “Con escaso equilibrio me paro en la proa del bote, mi papá en la isla, un conquistador en malla, me da la mano. Mi mamá corre a buscar la cámara. Clic. Esta es la única foto que voy a tener sola con mi papá”.
La imagen como prueba de la escena que nunca más se va a repetir. Las palabras -los poemas-, como parte de lo que, de ahí en más, va a marcar aquella geografía resignificada. De eso se trata Pozo de aire, el bellísmo libro de la fotógrafa Guadalupe Gaona editado por Vox, que tiene como disparador esa foto tomada unos meses antes de que su padre, Gustavo –estudiante de Ciencias Económicas de la UBA, militante de la JUP y, como lo define su hija, un aristócrata peronista- desapareciera. “El invierno llega más rápido de los esperado y se lleva todo. El 21 de marzo del 77 desaparece mi papá. Pero esa foto queda. Y muchas fueron las veces que revisé el cajón de la mesita de luz de mi mamá para mirarla. Es en la imagen que más confío”, cuenta en el texto que abre el libro.
Ahí donde antes había fotos tomadas por otros como parte de un álbum familiar -su padre vestido a lo cowboy, apoyado sobre el Renault 4 verde loro en un camino de ripio; Julia, su madre, extendiendo una mano contra el lente, queriendo evitar el retrato; Guadalupe y su hermano, como una mancha de colores en medio de la oscuridad del bosque- ahora hay paisajes elegidos. Imágenes de hace treinta años se intercalan con la mirada de alguien que vuelve una y otra vez a esa casa del sur y fija el objetivo en lo que permanece: un camino polvoriento rodeado de pinos, el lago cubierto de la neblina matinal, la luz que trata de colarse por entre las ramas de abedules, una casa a la que nunca se entra.
Como piezas paralelas, que casi sin querer se acoplaron a las fotos, aparecieron los poemas. Ya estaban ahí, anticipando ese universo que luego se condensaría en imágenes. Pero no hay nostalgia, no hay reclamo, intención testimonial o discurso compartido en los versos -desde el arte ya no se puede hablar de desaparecidos de la misma manera que se lo hacía en los 80, cuando aún no había un discurso público sobre el tema, dirá ella-. Hay, más bien, un recorrido íntimo: sensaciones guardadas en el cuerpo que se acentuaron en cada nueva incursión al lugar signado. “No sé cuándo las comí./ Pero las uñas me dan vuelta en el estómago/ como lucecitas en la oscuridad. /Llueve y pienso que podrían nacer de mí/ plantas acuáticas// Nenúfares no./ Ideas”.
Pozo de aire nació un verano de 2002 a partir de las pequeñas excursiones que Guadalupe hizo con el álbum familiar y una cámara en la mano. Era la primera vez, en diez años, que volvía a la casa del sur. De repente, se encontró repitiendo aquellas fotos de infancia: los mismos lugares, casi intactos, pero vacíos. Un año antes había escrito: “Espero que mi madre se levante y me junte/ del sillón dorado donde duermo.// La familia que choca sus copas/ y ríe a carcajadas apenas me arrulla./ Entre ellos y yo/ hay un pozo de aire”.
En esas pequeñas excursiones, Guadalupe anduvo enfundada en unos jeans Lee de su papá que un tiempo antes había econtrado en la baulera de la casa de su madre. Son los mismos que él llevaba puestos en aquella foto a lo cowboy. Ella no se los sacó en todo el verano.
Fuente: Crítica
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