jueves, 5 de noviembre de 2009

Argentina, carcajadas y algo más

El país como mueca graciosa, tras la cual se ocultan los dolores y se sobreactúan las felicidades, a veces con el filo de un acero. Una no tan breve historia.

Por la Redacción de APM

Este país se caracteriza por una larga historia y tradición en prensa de humor político, que surgió y se consolidó junto a la formación del Estado y su inserción en la economía mundial a mediados del siglo XIX, afirma Mara Elisa Burkart, en su trabajo “La Prensa de Humor Político en Argentina. De El Mosquito a Tía Vicente”, publicado en 2007 en la pagina digital de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (www.perio.unlp.edu.ar), texto que reproducimos parcialmente esta semana en APM.

La prensa de humor ha ocupado históricamente un lugar marginal en el campo periodístico, sin embargo, esa marginalidad no ha impedido que en Argentina se haya desarrollado una larga tradición en este tipo de prensa que se remonta previo al uso de este. No obstante, fue a mediados de siglo XIX, cuando con el triunfo del liberalismo y el inicio de los procesos de formación del Estado nacional e inserción en el mercado mundial, la prensa y el periodismo se establecieron como industria y profesión. La expansión de ambos tuvo que ver también con los avances de la escolarización y la alfabetización, y con la inmigración europea, que crearon las condiciones para la conformación de un campo periodístico-intelectual ligado a la política. En este marco surgieron, por un lado, los diarios como La Prensa (1869) y La Nación (1870); y por otro los periódicos satíricos que recurrieron a la caricatura y a la combinación de comentarios políticos serios y humorísticos.

El impacto de la inmigración de origen europea tuvo un efecto particular en el humor gráfico político, siendo los principales humoristas y caricaturistas de la época españoles e italianos. El periodismo fue una de las vías de integración y ascenso social que algunos inmigrantes explotaron en Buenos Aires y otras ciudades argentinas. Poner en marcha un periódico no era una empresa complicada en un contexto donde se volvía una necesidad política. Las luchas armadas del “período anárquico” dieron lugar a las luchas retóricas en el Congreso, en diarios y periódicos. Una mayor estabilidad política implicaba nuevas reglas de juego que habilitaban el ejercicio de la polémica entre quienes empezaban a reconocerse como iguales. Sin embargo, el Estado que se consolidó a fines del siglo XIX, si bien era formalmente democrático e independiente, era un Estado oligárquico y en situación de dependencia.

En este contexto, El Mosquito y Don Quijote fueron las publicaciones humorísticas con mayor continuidad temporal e importancia política. Los directores y propietarios de ambas eran extranjeros, el francés Henri Stein y el español Eduardo Sojo, respectivamente. Otros dibujantes españoles que participaron en estas revistas fueron Manuel Mayol y José María Cao. También era español Eustaquio Pellicer creador y propietario de Caras y Caretas (1898).

El Mosquito surgió en 1863 y logró mantenerse entre las publicaciones más importantes durante los treinta años de su existencia. En ese tiempo se caracterizó por privilegiar el humor político y realista a través del cual eran leídos e interpretados los acontecimientos y desenmascaradas las principales figuras públicas. El Mosquito irónico, crítico y punzante reflejó la política de una época, pero también tomó partido al expresar su posición y sus deseos al respecto. En sus páginas quedaron plasmadas las formas que asumieron las luchas políticas, las alianzas, la definición de opositores y los blancos de crítica. En este sentido, el humor no era visto ni vivido como un género menor, sino como un instrumento para descalificar a los adversarios, aunque éstos formaran parte del “entre nos” de la política oligárquica.

Sin embargo, formar parte del “entre nos” no garantizaba total inmunidad, El Mosquito sufrió presiones que dejaban en evidencia, por un lado, que la revista no adoptaba una posición dócilmente oficialista; y por otro, que en la elite dominante había diferencias y poca tolerancia hacia la libertad de expresión. Uno de esos casos involucró al intendente de Buenos Aires que se quejaba por unas caricaturas sobre el vicepresidente Pellegrini y advertía sobre una posible suspensión de la publicación si ésta continuaba en esa línea (La Nación, 20 de agosto de 1882).

Si El Mosquito representó y participó, de alguna manera, en la formación y consolidación del Estado oligárquico, Don Quijote representó los comienzos de su impugnación por las clases económicamente beneficiadas por el modelo exportador, pero políticamente excluidas.

Don Quijote se metió de lleno en el debate político argentino como un intento de contraponerse a la política identitaria con la que la elite criolla intentaba reducir a los inmigrantes. El español Sojo (su director y propietario) instaló un humor político que “unía la ferocidad de la crítica con el ingenio para encontrar metáforas burlonas en imágenes que recurrieron en buena medida al repertorio iconográfico de la caricatura revolucionaria francesa, así como a imágenes consagradas de la tradición pictórica europea”.

Se convirtió en un testigo más molesto que El Mosquito y tomó frontalmente posición frente al contexto político, ejerciendo la denuncia y la ridiculización de los políticos. Este periódico satírico se caracterizó por representar a la República como una mujer víctima de las acciones de los miembros de los gobiernos de turno. También por caricaturizar como animales en una fábula grotesca a los principales miembros de los gobiernos y por darles un mote, que por lo general traspasaba los límites del círculo de lectores de la revista. Por último, Don Quijote resignificó los símbolos cristianos en clave política y satírica; en un contexto donde la Iglesia, tras las reformas liberales se encontraba debilitada y sin un vínculo estrecho con la dirigencia política.

Desde esa publicación se planteó la idea del humor como “un arma poderosa” que se utilizaba efectivamente para desacreditar al régimen oligárquico.

A principios del siglo XX, la sociedad argentina asistió a un proceso de complejización, con la irrupción de los sectores medios y la clase obrera urbana. El régimen oligárquico en crisis por la presencia de las masas terminó siendo reformado en 1912. El contexto sociopolítico también tuvo su correlato en el campo periodístico e intelectual, que asistió a un proceso de modernización -asociado en parte a los adelantos mecánicos introducidos en la impresión por sistemas tipográficos- y de adquisición de su atributo de autonomía relativa. Periódicos, periodistas e intelectuales se alejaron de las prácticas militantes y de las tendencias partidarias, librándose de caudillos o partidos que los sostenía o apadrinaban para convertirse en independientes políticamente y a depender del mercado en lo económico. Los periódicos se consolidaron como lugares privilegiados donde se revelaba la vida política del país, ya no circunscripta a las estrechas esferas del poder. En decir, funcionaban como una arena pública para expresar posiciones ideológicas y políticas en torno, sobre todo, a la organización del Estado. Por otro lado, los públicos también se masificaron.

En este sentido, la primera revista de masas que estableció el punto de inflexión entre un siglo y otro fue Caras y Careta, creada en 1898 por Eustaquio Pellicer y en la que participaron José María Cao, Manuel Mayol y José Sixto Álvarez, más conocido como Fray Mocho, entre muchos otros dibujantes de gran nivel. Produjo innovaciones en términos gráficos, humorísticos y temáticos, con la particularidad de sostener un notable equilibrio entre texto e imagen, caricaturas y fotografías, notas humorísticas y colaboraciones literarias, de actualidad y documentales, y publicidad y entretenimiento. La equilibrada heterogeneidad y polifonía de la revista se complementaba con su diversidad temática: arte, literatura, política, vida social y costumbres, moda, información y actualidad.

Los posicionamientos políticos de Caras y Caretas no eran sostenidos desde una militancia y una concepción combativa del humor político. Este tipo de postura había sido abandonado por la prensa gráfica. Las críticas políticas, matizadas por la heterogeneidad icónica y textual no tenían repercusiones directas sobre la publicación o sus colaboradores. Todos los políticos y personajes públicos de relevancia eran satirizados, criticados, desenmascarados o alabados en los dibujos humorísticos de la revista. Esta característica editorial se llevó adelante indistintamente tanto durante el período oligárquico como el democrático inaugurado en 1916; y durante el golpe de estado de 1930 como en la posterior “década infame”.

En 1941, creada por el publicista Jorge Piacentini surgió Cascabel, reuniendo a los más notables humoristas y periodistas de la época. Acompañó y retrató en sus páginas el fin de la “década infame” (1930-1943), el golpe de estado de 1943 y los primeros años del peronismo - en cuanto a la política interna del país - y la Segunda Guerra Mundial en lo internacional. En cuanto a esta última, Cascabel se posicionó a favor de los aliados y como tenía convenios con publicaciones extranjeras reproducía caricaturas sobre Hiltler, Mussolini, De Gaulle, Churchill y Roosevelt, entre otros.

Cascabel significó el retorno del humor político en formato de publicación semanal en un contexto desgarrado por el vacío de poder en Argentina y la contienda bélica. La revista recuperó el tipo de escritos y dibujos satíricos, combativos y desafiantes al estilo de El Mosquito, pero adaptados a las posibilidades técnicas y gráficas del siglo XX.

La década del 40 fue otro punto de inflexión en la historia política argentina. La democratización de 1912 aún excluía a los sectores populares al no ser acompañada por un cambio en el modelo de acumulación. Esto se consumó en los años 40 con el modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), que implicaba la regulación de la economía por el Estado y la entrada en la escena política y económica nacional de los trabajadores industriales urbanos. Éstos encontraron en Perón, quien desde el Estado respondía a sus necesidades e históricos reclamos, su líder político. En 1946, con su triunfo en elecciones se daba inicio al régimen populista que marcará a fuego la historia argentina.

Basado en la idea de justicia social y armonía de clases llevó adelante una distribución más equitativa de la riqueza. En este sentido, la tensión entre libertad e igualdad de los regímenes políticos modernos se resolvió a favor de la segunda. La libertad de expresión y de prensa se vio perjudicada por la estrategia peronista basada en el control, la suspensión y clausura de diarios y revistas contrarias a la línea oficial. Sin embargo, en esos años, los trabajadores de prensa vieron reglamentada su actividad a partir de la sanción del Estatuto del Periodista Profesional. El Estado también se hizo presente con la creación de oficinas estatales de prensa, como la Subsecretaría de Informaciones, que terminaron instituyendo como única información posible aquella vertida oficialmente e instaurando y fomentando diarios y revistas adeptos al régimen. Dos publicaciones de humor político oficialista son P.B.T y Pica Pica.

En 1957, se estaba abriendo nuevamente el camino para un gobierno “democrático” y aparecía Tía Vicente, de Landrú, seudónimo de Juan Carlos Columbres. Una revista novedosa, abierta, desfachatada que rápidamente fue un éxito de ventas. Desde los primeros números, ya había numerosas transgresiones –en forma de juegos de palabras con aumentativos absurdos: “de buzo, buzón, de coraza, corazón, y de pera..., Perón”- al decreto que prohibía nombrar a presidente constitucional derrocado. Pero ésta era simplemente una trasgresión en sí misma, más que una actitud motivada políticamente, ya que no era un secreto que Landrú se ubicaba en las filas del antiperonismo.

En cuanto al humor político, si Cascabel retomaba la tradición de Don Quijote, Tía Vicente lo hacía de El Mosquito. Tuvo una gran capacidad para acomodarse a los cambios de gobierno, ya fueran estos “democráticos” o militares. Después de despedir al presidente general Aramburu, recibía al nuevo presidente electo, Arturo Frondizi, diciendo “Tenemos nuevo gobierno: Tía Vicenta se dio vuelta”.

Según otra especialista en el tema, Ana von Rebeur, en su artículo publicado originalmente en www.tebeosfera.com (2005) y que también reproducimos en forma parcial, el récord de ventas de Tía Vicente fue de medio millón de ejemplares en 1966. Desde la fecha de su clausura, Landrú intentó resucitarla en dos intentos frustrados, como suplemento humorístico de periódicos.

Recién en agosto de 1971 llegó otra vez el humor a los argentinos, cuando Cognini fundó la revista Hortensia, semillero de dibujantes como Fontanarrosa y Crist entre los varones, y Marlene Pohle entre las mujeres creadoras.

Un año después, en agosto del ‘72, surgió en Buenos Aires la revista Satiricón, con increíble éxito en todo el país. Se mofaba de la dictadura, insistía en decir todo lo que la gente temía decir y que los dictadores querían ocultar. Mezclaba sorna con mordacidad, denuncia con ironía y era muy valiente para llamar las cosas por su nombre. Fue durante largos años el único medio gráfico que no mentía, que llamaba a las cosas por su nombre y que nos mostraba situaciones hilarantes en medio de una dictadura sangrienta.

En septiembre de 1974, luego de la muerte de Perón, fue clausurada. Reapareció por un mes más, pero luego sus dueños Oscar Blotta y Andrés Cascioli, separaron destinos y crearon las revistas Mengano y Chaupinela respectivamente. Ambas fueron clausuradas por la Junta Militar en abril de 1976. Tía Vicente volvió por pocos meses en noviembre de 1977, pero la censura de esos años era tan atroz, que no se podía hablar de más que unos pocos temas muy superficiales.

Coincidiendo con el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978, nace la revista HUM®, que reunió a colegas humoristas y periodistas exiliados que regresaban de México y España para volcar todo lo que todos querían saber y nadie se animaba a preguntar, en páginas rutilantes de inteligencia concentrada. También se unieron colegas que venían desde ámbitos como el arte, el periodismo y la publicidad, y la revista se convirtió en un lugar de encuentro para argentinos desesperanzados, que hallaban en sus páginas un solaz donde encontraban verdades, denuncias, alegría y sátira sin pelos en la lengua.

Desde que el primer militar subió al poder y hasta la guerra de las Malvinas, la revista HUM® se convirtió en un referente de la verdad en tono de solfa, por lo cual en el año y medio de decadencia del régimen militar la revista fue subiendo sus ventas de 100.000 ejemplares por edición a 350.000 ejemplares. Un caso inédito en la historia de la gráfica argentina.

Pocos años después, fue creando otros productos como la revista infantil Humi, la revista de humor erótico Sex HUM®, la revista de historietas Fierro, la de diseño grafico Raf, la de deportes El Equipo, y el periódico El Periodista.

En fin, nunca viene mal reírse con un poco de historia, ¿no?.

Fuente: prensamercosur

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