Por Angela Pradelli
Hace unos meses fui por primera vez al Centro Argentino de Teatro Ciego. Allí, todos los espectáculos y talleres se desarrollan en absoluta oscuridad y muchos de los artistas que trabajan en las obras son ciegos como así buena parte de los asistentes a los talleres y algunos de sus coordinadores. Saqué entradas para La isla desierta cuya puesta está a cargo del grupo Ojcuro. Mientras buscaba el dinero para pagar le pregunté a la vendedora si los asientos eran numerados. "No es necesario, se ve lo mismo desde todas las filas", me contestó, y sonrió amable mientras yo sentí encarnada la estupidez. "No te preocupes, me dijo la muchacha buscando el vuelto, casi todos preguntan lo mismo".
Cuando pensamos en la importancia de los cinco sentidos casi siempre ubicamos la vista en primer lugar y solemos preguntarnos cómo sería nuestra vida si perdiéramos la vista. Y si hubiésemos nacidos ciegos, ¿cuál sería nuestra representación del sol, la montaña, una valija, la rosa, un pie? ¿En qué medida esas representaciones se acercarían a lo que llamamos realidad? No es tan frecuente interrogarnos sobre el modo en que la vista recorta al resto de los sentidos impidiendo a veces que los exploremos.
"Preferiría perder la vista antes que cualquier otro sentido", me dijo sin embargo aquella noche una joven fotógrafa mientras hacíamos la fila para entrar. Por qué, le pregunté y hablamos entonces del fotógrafo ciego Evgen Bavcar y de la potencia de sus trabajos. "Mi labor es reunir el mundo visible con el invisible, dice Bavcar. La fotografía me permite pervertir el método de percepción establecido entre las personas que ven y las que no." Ya estábamos adentro de la sala, totalmente a oscuras cuando le confesé a la fotógrafa que no entendía cómo pueden tomarse fotos si uno no ve. Ella me dijo que habría que pensar entonces que la visión recorta también parte de nuestra comprensión.
John Berger dice que no existe nada más triste, no trágico sino triste, que un animal que ha quedado ciego. "A diferencia de los humanos, al animal no le queda otro lenguaje que le describa el mundo. En terreno conocido el animal ciego se las apaña para moverse con el olfato. Pero ha quedado privado de lo existente y con esta privación empieza a decaer hasta que acaba por estar prácticamente todo el tiempo dormido, y en el sueño tal vez intenta cazar una visión de lo que existió para él antes de quedarse ciego."
Después de La isla desierta, a las pocas semanas, volví al Teatro Ciego. No era una función teatral esta vez sino un espectáculo que unía música y comida. Siempre a oscuras. Ya no hice aquella estúpida pregunta en la boletería. Los lazarillos nos guiaron hasta las mesas. Supimos que en la nuestra éramos cuatro y ni bien nos presentamos, propusimos un brindis. La superstición que pide mirar a los ojos al chocar las copas se desvaneció en la negritud, pero a oscuras, entre desconocidos, el sonido de los cristales no podía ser otra cosa que un gesto de esperanza. Mientras cenamos, Luz Yacianci cantó acompañada por el maestro Carlos Cabrera al piano. La Piaf, Sinatra, Jobim, Morricone. Fuimos descubriendo los distintos platos por el tacto, el sabor, la textura de los alimentos en el paladar, los perfumes. ¿Cerdo, pescado, albahaca, limón?
"En un mundo donde casi el 80% de la información que recibimos proviene de estímulos visuales, crear una pieza artística en un ámbito de oscuridad absoluta es de por sí, transgresor" dice Martín Bondone, director del Teatro Ciego. Las posibilidades de trabajar en la oscuridad son infinitas, sin escenografía, sin vestuario."
Hace apenas unos días entre en un bar de Rivadavia al 2500. El mozo ya había traído el café cuando abrió la puerta una mujer que tenía anteojos oscuros. Era una mujer hermosa que llevaba el pelo largo y suelto. La mujer, que no usaba bastón, tanteó el borde de las mesas y se sentó en la que estaba pegada al ventanal. Unos minutos después la oímos cantar. Hacía ese gesto que casi siempre hacen los ciegos de elevar apenas la cabeza. Era una canción alegre que nos contagió también una cierta alegría. La bella mujer terminó de cantar y se fue sin pedir nada.
"El hecho de que no me puedan ver mientras canto me da mucha libertad, dice Luz Yacianci en un video que puede verse en www.teatrociego.org. Ya no tengo el prejuicio de que el público me está mirando y eso me permite moverme de un modo distinto en cada canción."
Es curioso pero el Teatro Ciego, tal vez por la fascinación de descubrir quiénes somos en la oscuridad, ya no nos preguntamos qué pasaría si nos quedáramos ciegos. Tampoco sentimos nostalgia de la mirada, aunque hay que decir también que luego los recuerdos de estas experiencias vienen, también, en imágenes visuales. Como sea, el Teatro Ciego invita a despertar a los sentidos para participar en el mundo de un modo distinto.
Fuente: Revista Ñ (12/09/2009)
Cuando pensamos en la importancia de los cinco sentidos casi siempre ubicamos la vista en primer lugar y solemos preguntarnos cómo sería nuestra vida si perdiéramos la vista. Y si hubiésemos nacidos ciegos, ¿cuál sería nuestra representación del sol, la montaña, una valija, la rosa, un pie? ¿En qué medida esas representaciones se acercarían a lo que llamamos realidad? No es tan frecuente interrogarnos sobre el modo en que la vista recorta al resto de los sentidos impidiendo a veces que los exploremos.
"Preferiría perder la vista antes que cualquier otro sentido", me dijo sin embargo aquella noche una joven fotógrafa mientras hacíamos la fila para entrar. Por qué, le pregunté y hablamos entonces del fotógrafo ciego Evgen Bavcar y de la potencia de sus trabajos. "Mi labor es reunir el mundo visible con el invisible, dice Bavcar. La fotografía me permite pervertir el método de percepción establecido entre las personas que ven y las que no." Ya estábamos adentro de la sala, totalmente a oscuras cuando le confesé a la fotógrafa que no entendía cómo pueden tomarse fotos si uno no ve. Ella me dijo que habría que pensar entonces que la visión recorta también parte de nuestra comprensión.
John Berger dice que no existe nada más triste, no trágico sino triste, que un animal que ha quedado ciego. "A diferencia de los humanos, al animal no le queda otro lenguaje que le describa el mundo. En terreno conocido el animal ciego se las apaña para moverse con el olfato. Pero ha quedado privado de lo existente y con esta privación empieza a decaer hasta que acaba por estar prácticamente todo el tiempo dormido, y en el sueño tal vez intenta cazar una visión de lo que existió para él antes de quedarse ciego."
Después de La isla desierta, a las pocas semanas, volví al Teatro Ciego. No era una función teatral esta vez sino un espectáculo que unía música y comida. Siempre a oscuras. Ya no hice aquella estúpida pregunta en la boletería. Los lazarillos nos guiaron hasta las mesas. Supimos que en la nuestra éramos cuatro y ni bien nos presentamos, propusimos un brindis. La superstición que pide mirar a los ojos al chocar las copas se desvaneció en la negritud, pero a oscuras, entre desconocidos, el sonido de los cristales no podía ser otra cosa que un gesto de esperanza. Mientras cenamos, Luz Yacianci cantó acompañada por el maestro Carlos Cabrera al piano. La Piaf, Sinatra, Jobim, Morricone. Fuimos descubriendo los distintos platos por el tacto, el sabor, la textura de los alimentos en el paladar, los perfumes. ¿Cerdo, pescado, albahaca, limón?
"En un mundo donde casi el 80% de la información que recibimos proviene de estímulos visuales, crear una pieza artística en un ámbito de oscuridad absoluta es de por sí, transgresor" dice Martín Bondone, director del Teatro Ciego. Las posibilidades de trabajar en la oscuridad son infinitas, sin escenografía, sin vestuario."
Hace apenas unos días entre en un bar de Rivadavia al 2500. El mozo ya había traído el café cuando abrió la puerta una mujer que tenía anteojos oscuros. Era una mujer hermosa que llevaba el pelo largo y suelto. La mujer, que no usaba bastón, tanteó el borde de las mesas y se sentó en la que estaba pegada al ventanal. Unos minutos después la oímos cantar. Hacía ese gesto que casi siempre hacen los ciegos de elevar apenas la cabeza. Era una canción alegre que nos contagió también una cierta alegría. La bella mujer terminó de cantar y se fue sin pedir nada.
"El hecho de que no me puedan ver mientras canto me da mucha libertad, dice Luz Yacianci en un video que puede verse en www.teatrociego.org. Ya no tengo el prejuicio de que el público me está mirando y eso me permite moverme de un modo distinto en cada canción."
Es curioso pero el Teatro Ciego, tal vez por la fascinación de descubrir quiénes somos en la oscuridad, ya no nos preguntamos qué pasaría si nos quedáramos ciegos. Tampoco sentimos nostalgia de la mirada, aunque hay que decir también que luego los recuerdos de estas experiencias vienen, también, en imágenes visuales. Como sea, el Teatro Ciego invita a despertar a los sentidos para participar en el mundo de un modo distinto.
Fuente: Revista Ñ (12/09/2009)
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