jueves, 3 de septiembre de 2009

Salvajadas en el Lejano Cine

Se estrena en Buenos Aires "Bastardos sin gloria", de Quentin Tarantino

La última película de Tarantino transcurre en la II Guerra Mundial pero no se parece ni a La lista de Schindler ni a Rescatando al soldado Ryan, sino a cierto cine del oeste. Un malón de ideas puramente cinematográficas, de apenas dos horas y media de duración

Cine, cine y más cine: eso transpiran las seis películas escritas y dirigidas por el alguna vez empleado de videoclub Tarantino. Media docena de juguetes rabiosos que la emprenden a golpes

de género (el de gángsters en Perros de la calle, el cine negro en Tiempos violentos, las películas de samurais en Kill Bill...), de diálogos puntiagudos, de violencia estilizada hasta la caricatura, contra la inercia y la abulia del Hollywood de hoy.

En Bastardos sin gloria, el género a despellejar no es tanto, como podría suponerse, el cine bélico, sino el spaghetti western. El primer capítulo de la película se abre con la leyenda “Erase una vez en la Francia ocupada por los nazis” -primera de muchas referencias a Sergio Leone, director de Erase una vez en el oeste- y el plano largo de una familia, en una granja aislada, viendo llegar desde lejos a un convoy de nazis, como si se tratara de una incursión comanche. Algo de eso hay: tras una memorable presentación del villano de turno, el sofisticado coronel Hans Landa (Christoph Waltz, elegido mejor actor en el último Festival de Cannes por este papel), sigue una masacre digna del salvaje oeste, de la que sólo logra escapar una muchacha, Shosanna Dreyfus. En esa oscilación del bla-bla al bang-bang, ambos expuestos con la misma brillantez se mueve toda Bastardos sin gloria.

Más adelante, “tácticas apaches” será la expresión usada por otro coronel -norteamericano y, comparado con Landa, un palurdo hecho y derecho- para explicar a sus subordinados cómo van a combatir a los nazis. “Quiero que cada uno me traiga cien cueros cabelludos”, ordena el Aldo Raine de Brad Pitt, líder de un grupo especial del ejército norteamericano conocido por sus enemigos como Los Bastardos (y entre los que se cuentan elementos tales como Donny Donowitz, que se dedica a partir cráneos nazis con un bate de beisbol, como si fueran sandías.)

Los caminos de Shosanna y Los Bastardos se cruzan en un operativo que incluye películas de nitrato usadas como arma de destrucción masiva y una sala de cine empleada como trampa mortal para los jerarcas alemanes: sin demasiada metáfora, Tarantino no necesita más que la fuerza del cine para reescribir la historia. Y, de paso, darle el final más impactante y épico -más cinematográfico- posible.

Gran parte de la discusión alrededor de Bastardos sin gloria gira alrededor de la corrección o pertinencia ética de ubicar a los judíos en el lugar de los nazis, torturando, matando y organizando incineraciones multitudinarias. Que, efectivamente, es lo que hace Tarantino, con una salvedad: se trata de judíos y nazis de película, y esto es sólo una fantasía. Una particularmente amoral, endemoniadamente entretenida y desarrollada, íntegra, en un universo alternativo que no es otro que el del cine.

Agustín Masaedo

Fuente: Hoy

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