En Caravan, the jazz musical, los intérpretes llevan adelante, con virtuosismo, una narración poco profunda
Nuestra opinión: muy buena
Después de Tanguera y Nativo , Diego Romay creó Caravan, the jazz musical , una historia ambientada en los agitados años 40 en los Estados Unidos, donde los protagonistas eran los gánsteres y los personajes habituales de las noches de cabaret. Una historia de amores, pasiones, engaños y desencuentros narrada con el idioma del canto y del baile.
Entremezclados entre el juego y el alcohol, el autor presenta diferentes prototipos de perfiles conocidos que no necesitan mayor explicación por los gruesos trazos que los definen. Se distinguen por un lado Frank, el jefe, y Bella, la hermosa y seductora cantante del cabaret. Frente a ellos, Billy, el muchacho simple, deslumbrado por las luces nocturnas y por la belleza de la protagonista, y Lucy, la jovencita luchadora que protege a Billy. Y no faltan los secundarios, aliados infalibles del destino de algunos de los personajes.
Una historia conocida, con criaturas reconocibles, que en esta oportunidad se desarrolla totalmente con un lenguaje musical, con temas seleccionados de jazz y de blues de los años 40. Un recurso atractivo por los temas que se interpretan ("Sing, sing, sing", "Things Aint´t What, they Used to", "Get Happy", "Just in Time", "Every Body Loves, my Baby", "Rocket", el clásico "Caravan", por mencionar algunos), pero con el cual se corre riesgo de que la narración pierda profundidad y algunas situaciones se reiteren. Y así sucede.
Fuera de esto, el espectador se encuentra frente a un despliegue artístico impecable y de gran calidad. En primer lugar, por las voces de los protagonistas, especialmente las de Sandra Guida e Ivanna Rossi, por el registro, la potencia y el caudal, sin que se desmerezcan las actuaciones de Rodolfo Valss, Gustavo Monje, Nicolás Armengol y Rubén Roberts.
Pero sin lugar a dudas el plato fuerte está representado por el cuerpo de baile que tiene una participación magistral, por la eficiencia de los bailarines, la energía y el entusiasmo que vuelcan sobre el escenario, al mismo tiempo que se muestran sincronizados, precisos y con un gran espíritu de cuerpo. Esto demuestra el potencial y el talento artísticos de los jóvenes intérpretes de la danza moderna. Claro que contaron con la dirección coreográfica de Gustavo Wons, con algunos números muy originales y de vuelo creativo.
En cuanto a la hechura visual, como es habitual, el vestuario de Fabián Luca es deslumbrante tanto por los diseños como por la resolución estética. La labor de René Diviú en la escenografía es fundamental para la dinámica del espectáculo al diseñar distintos planos de acción con diferentes niveles de espacios.
La actuación de la orquesta en vivo, con la dirección de Edu Svetelman le agrega potencia sonora al musical.
Finalmente, la puesta en escena de Omar Pacheco, precisa, minuciosa, que busca escapar de los esquemas conocidos para crear, junto con la iluminación de Jason Kantrowitz, los mundos enrarecidos de la vida nocturna de los cabarets. Hay escenas de fuertes valores pictóricos, donde el contraste de luz y sombra acrecienta los valores dramáticos de la imagen.
Un espectáculo que deleita los oídos y atrapa la atención por la calidad de los artistas, quienes se merecen una estrella.
Fuente: La Nación
No hay comentarios:
Publicar un comentario