Se consagró como bailarín clásico junto a Julio Bocca. Lo llamó Favio para "Aniceto", participó en "ShowMatch", llegó al teatro de revista con Florencia de la Ve y ahora es galán de telenovela en "Herencia de amor". Y, dentro de poquito tiempo, va a cantar.
Por: Sandra Commisso
Cuidado con lo que deseás porque se te puede cumplir. Ese bien podría ser el lema que rige la vida de Hernán Piquín, bailarín y ahora también, actor. Después de consagrarse junto a Julio Bocca como uno de los bailarines clásicos más importantes, Piquín ya pasó por el cine, nada menos que de la mano de Leonardo Favio, como protagonista de Aniceto; más tarde su imagen se volvió más conocida gracias a sus participaciones en ShowMatch (convocado por Marcelo Tinelli) y en La fiesta está en el Tabaris (convocado por Gerardo Sofovich). Y ahora, personifica a un galán misterioso en la telenovela Herencia de amor (Telefé), donde intenta conquistar al personaje de Luisina Brando.
Primero te elige Julio Bocca para formar parte de su ballet e incluso que lo reemplaces en algunas actuaciones, después, sin tener experiencia como actor, te llama Leonardo Favio, y ahora te convocan para actuar en televisión en la telenovela de la tarde. Tu carrera es bastante atípica, ¿no?
Cada día me despierto y agradezco a Dios la suerte que tuve en mi vida. Yo, la única meta que me puse fue a los 4 años cuando le dije a mi vieja, viendo ballet en la tele: quiero hacer eso y sin saber siquiera qué era. Me acuerdo que me ponía una sábana en el cuello y decía que era un príncipe. Mi mamá me mandó al psicólogo y el tipo le dijo: no tiene nada señora, le gusta el ballet. Entonces a los 6 años me mandaron a natación; a los 7, a tenis; a los 8, a gimnasia deportiva: a los 10, patín. Y siempre me pasaba algo: se me salía de lugar el brazo, me rompía las rodillas, de todo.
Es evidente que lo tuyo era la danza.
Seguro. Hasta que hice la prueba para entrar al Colón, a los 10 años. Eramos 2.700 chicos y quedamos 17. Hoy somos tres los que seguimos bailando.
La historia que sigue se parece a la de muchos bailarines clásicos que deben hacer un derrotero por el mundo: una beca en Londres, después París, más tarde San Francisco, luego Nápoles y de nuevo Buenos Aires. Piquín no encaja en el molde tradicional: a la estilizada gracia que le aportó su profesión, él le suma un histrionismo innato. Es verborrágico, inquieto, hace chistes y gesticula sin temor al ridículo. Esa audacia, evidentemente, le abrió muchas puertas. Cuando el productor Quique Estevanez lo llamó para hacer un personaje en Herencia de amor, Piquín no se molestó en contestarle el mensaje porque pensó que era una broma o una confusión. A los pocos días, estaba entrenándose con una coach actoral y ahora, su personaje, Eugenio Costa, parece haber llegado para quedarse largo rato.
Ahora estás en televisión interpretando un galán. ¿Cómo vivís la experiencia?
Es un placer que hayan pensado en mí y poder compartir el trabajo con un elenco tan bueno. Estoy aprendiendo cada día. Al principio, yo estaba duro sin saber mucho qué hacer, pero todos me dieron ánimo y confianza y yo se los agradezco tanto. Mi personaje es un tipo con mucho misterio, que vivió gran parte de su vida en Europa y vuelve sólo para recuperar a un gran amor, que es Tere (Luisina Brando).
¿Tiene cosas en común con vos?
Puede ser. Yo pasé diez años afuera y me fue genial, pero en algún momento necesitás volver a tu lugar, a tus afectos.
¿Te imaginás un futuro dedicado por completo a la actuación?
Me interesa crear todo el tiempo, tener la cabeza despierta y después de la película Aniceto se me abrió un mundo desconocido. Ahí dije: cuelgo las zapatillas y el suspensor y me dedico a actuar. Me encanta y espero poder hacerlo bien y tener una continuidad. Fui feliz bailando, pero creo que lo que más me tira ahora es actuar. Es como algo que tenía guardado y empezó a salir afuera.
A diferencia de los actores, los bailarines tienen un limite muy marcado para dejar su profesión.
Seguro y yo no quiero bailar para siempre. Tengo casi 36 años y a los 40 ó 42 pienso retirarme para hacerlo con dignidad. Este es un momento bisagra, de transición. Además yo me preocupé por no encasillarme en el bailarín clásico. Por eso hice revista, musical, cine. Soy muy inquieto: me proponés algo y me prendo. Y todo lo hago con responsabilidad, respeto y dedicación, tratando de que me haga feliz.
Sin parar de gesticular dice que está intentando quitarse las poses típicas de bailarín, con ayuda de su coach, Mónica Bruni. "Hay cosas del cuerpo que hay que aprender a manejar, sacarme ciertos hábitos de bailarín, algo nada fácil porque bailo desde los 10 años, todos los días. Pero esa disciplina también me está sirviendo para aprender este oficio. Un bailarín tiene algo de actor, pero es mucho más exagerado. Favio me decía: Ese gesto está bien. Pero ahora bajalo un 99 por ciento", se ríe. "Cada día me voy a aflojando un poco más; es otra adrenalina y me gusta".
¿Cómo fue filmar dirigido por Leonardo Favio?
La verdad que hacer Aniceto me abrió la mente a un mundo totalmente distinto. Trabajar con Favio fue fantástico, siempre me sentí cuidado. Y todo se dio de manera
tan mágica. Un día sonó el teléfono y era Favio, yo no lo podía creer. Me pidió que fuera a verlo y llevara una camisa blanca y el pelo peinado para atrás. Me hizo una prueba de cámara y me dijo:Sos el Aniceto. Volví a casa, medio mareado, me leí el guión de un tirón y me encantó el personaje. A partir de ahí se dio todo: me llamó Tinelli para bailar en la apertura de su programa y a los tres días, Sofovich y ahora, lo de la telenovela.
Parece que naciste con una buena estrella que te acompaña.
Es raro. Nací un martes 13 y el 13 me sigue: entré al Colón con el número 13, bailé mi primer ballet un jueves 13, en San Francisco viví en una calle con el número 1331. Un día estaba en un programa de tele contando esto y vino el sonidista corriendo en el corte a mostrarme que tenía puesto el micrófono número 13. Soy muy intuitivo y perceptivo, no sé. Por ejemplo cuando ví Aniceto pensé: "Es tan bella que parece un cuadro en movimiento, tendría que estar en un museo y a los quince días ¡la daban en el MALBA! Cada vez que me voy a dormir pienso con qué me sorprenderá la vida al día siguiente. Supongo que hay una energía que uno genera y se mueve y vuelve.
Mientras disfruta su paso por la televisión, se prepara para filmar de nuevo con Favio, El mantel de hule, junto a Graciela Borges: "Esta vez sólo quiere que actúe", dice.
Sos bastante audaz. Ahora sólo te falta hacer teatro o cantar.
Bueno, algo de eso hay. En Herencia de amor, mi personaje va cantar, en italiano. Y si me llaman para hacer teatro, encantado. Porque el escenario es mi territorio, es como mi casa. A veces es difícil hacer lo que te gusta, no encasillarte y seguir laburando, pero creo que uno propicia sus espacios también, y en eso hace falta una cuota de audacia. Si uno hace las cosas con naturalidad también el público lo recibe bien, sin prejuicios.
Piquín se define como un tipo de barrio, de Los Polvorines, donde nació y sigue viviendo su madre. "Me gusta ir de visita y saludar a todo el mundo, a la gente que conozco. Ese contacto es vital para mí". Ahora, sin pareja, comparte su casa en Palermo con su perro bulldog Coco. Y sigue compartiendo anécdotas como la de la vez que, en un ensayo, una bailarina le fracturó la nariz por un codazo. "Gajes del oficio", apunta.
"Lo importante es disfrutar lo que uno hace y prepararse. Porque, oportunidad que dejés pasar, oportunidad que perdés". Piquín, seguro, las aprovecha todas.
Fuente: Clarín
Cuidado con lo que deseás porque se te puede cumplir. Ese bien podría ser el lema que rige la vida de Hernán Piquín, bailarín y ahora también, actor. Después de consagrarse junto a Julio Bocca como uno de los bailarines clásicos más importantes, Piquín ya pasó por el cine, nada menos que de la mano de Leonardo Favio, como protagonista de Aniceto; más tarde su imagen se volvió más conocida gracias a sus participaciones en ShowMatch (convocado por Marcelo Tinelli) y en La fiesta está en el Tabaris (convocado por Gerardo Sofovich). Y ahora, personifica a un galán misterioso en la telenovela Herencia de amor (Telefé), donde intenta conquistar al personaje de Luisina Brando.
Primero te elige Julio Bocca para formar parte de su ballet e incluso que lo reemplaces en algunas actuaciones, después, sin tener experiencia como actor, te llama Leonardo Favio, y ahora te convocan para actuar en televisión en la telenovela de la tarde. Tu carrera es bastante atípica, ¿no?
Cada día me despierto y agradezco a Dios la suerte que tuve en mi vida. Yo, la única meta que me puse fue a los 4 años cuando le dije a mi vieja, viendo ballet en la tele: quiero hacer eso y sin saber siquiera qué era. Me acuerdo que me ponía una sábana en el cuello y decía que era un príncipe. Mi mamá me mandó al psicólogo y el tipo le dijo: no tiene nada señora, le gusta el ballet. Entonces a los 6 años me mandaron a natación; a los 7, a tenis; a los 8, a gimnasia deportiva: a los 10, patín. Y siempre me pasaba algo: se me salía de lugar el brazo, me rompía las rodillas, de todo.
Es evidente que lo tuyo era la danza.
Seguro. Hasta que hice la prueba para entrar al Colón, a los 10 años. Eramos 2.700 chicos y quedamos 17. Hoy somos tres los que seguimos bailando.
La historia que sigue se parece a la de muchos bailarines clásicos que deben hacer un derrotero por el mundo: una beca en Londres, después París, más tarde San Francisco, luego Nápoles y de nuevo Buenos Aires. Piquín no encaja en el molde tradicional: a la estilizada gracia que le aportó su profesión, él le suma un histrionismo innato. Es verborrágico, inquieto, hace chistes y gesticula sin temor al ridículo. Esa audacia, evidentemente, le abrió muchas puertas. Cuando el productor Quique Estevanez lo llamó para hacer un personaje en Herencia de amor, Piquín no se molestó en contestarle el mensaje porque pensó que era una broma o una confusión. A los pocos días, estaba entrenándose con una coach actoral y ahora, su personaje, Eugenio Costa, parece haber llegado para quedarse largo rato.
Ahora estás en televisión interpretando un galán. ¿Cómo vivís la experiencia?
Es un placer que hayan pensado en mí y poder compartir el trabajo con un elenco tan bueno. Estoy aprendiendo cada día. Al principio, yo estaba duro sin saber mucho qué hacer, pero todos me dieron ánimo y confianza y yo se los agradezco tanto. Mi personaje es un tipo con mucho misterio, que vivió gran parte de su vida en Europa y vuelve sólo para recuperar a un gran amor, que es Tere (Luisina Brando).
¿Tiene cosas en común con vos?
Puede ser. Yo pasé diez años afuera y me fue genial, pero en algún momento necesitás volver a tu lugar, a tus afectos.
¿Te imaginás un futuro dedicado por completo a la actuación?
Me interesa crear todo el tiempo, tener la cabeza despierta y después de la película Aniceto se me abrió un mundo desconocido. Ahí dije: cuelgo las zapatillas y el suspensor y me dedico a actuar. Me encanta y espero poder hacerlo bien y tener una continuidad. Fui feliz bailando, pero creo que lo que más me tira ahora es actuar. Es como algo que tenía guardado y empezó a salir afuera.
A diferencia de los actores, los bailarines tienen un limite muy marcado para dejar su profesión.
Seguro y yo no quiero bailar para siempre. Tengo casi 36 años y a los 40 ó 42 pienso retirarme para hacerlo con dignidad. Este es un momento bisagra, de transición. Además yo me preocupé por no encasillarme en el bailarín clásico. Por eso hice revista, musical, cine. Soy muy inquieto: me proponés algo y me prendo. Y todo lo hago con responsabilidad, respeto y dedicación, tratando de que me haga feliz.
Sin parar de gesticular dice que está intentando quitarse las poses típicas de bailarín, con ayuda de su coach, Mónica Bruni. "Hay cosas del cuerpo que hay que aprender a manejar, sacarme ciertos hábitos de bailarín, algo nada fácil porque bailo desde los 10 años, todos los días. Pero esa disciplina también me está sirviendo para aprender este oficio. Un bailarín tiene algo de actor, pero es mucho más exagerado. Favio me decía: Ese gesto está bien. Pero ahora bajalo un 99 por ciento", se ríe. "Cada día me voy a aflojando un poco más; es otra adrenalina y me gusta".
¿Cómo fue filmar dirigido por Leonardo Favio?
La verdad que hacer Aniceto me abrió la mente a un mundo totalmente distinto. Trabajar con Favio fue fantástico, siempre me sentí cuidado. Y todo se dio de manera
tan mágica. Un día sonó el teléfono y era Favio, yo no lo podía creer. Me pidió que fuera a verlo y llevara una camisa blanca y el pelo peinado para atrás. Me hizo una prueba de cámara y me dijo:Sos el Aniceto. Volví a casa, medio mareado, me leí el guión de un tirón y me encantó el personaje. A partir de ahí se dio todo: me llamó Tinelli para bailar en la apertura de su programa y a los tres días, Sofovich y ahora, lo de la telenovela.
Parece que naciste con una buena estrella que te acompaña.
Es raro. Nací un martes 13 y el 13 me sigue: entré al Colón con el número 13, bailé mi primer ballet un jueves 13, en San Francisco viví en una calle con el número 1331. Un día estaba en un programa de tele contando esto y vino el sonidista corriendo en el corte a mostrarme que tenía puesto el micrófono número 13. Soy muy intuitivo y perceptivo, no sé. Por ejemplo cuando ví Aniceto pensé: "Es tan bella que parece un cuadro en movimiento, tendría que estar en un museo y a los quince días ¡la daban en el MALBA! Cada vez que me voy a dormir pienso con qué me sorprenderá la vida al día siguiente. Supongo que hay una energía que uno genera y se mueve y vuelve.
Mientras disfruta su paso por la televisión, se prepara para filmar de nuevo con Favio, El mantel de hule, junto a Graciela Borges: "Esta vez sólo quiere que actúe", dice.
Sos bastante audaz. Ahora sólo te falta hacer teatro o cantar.
Bueno, algo de eso hay. En Herencia de amor, mi personaje va cantar, en italiano. Y si me llaman para hacer teatro, encantado. Porque el escenario es mi territorio, es como mi casa. A veces es difícil hacer lo que te gusta, no encasillarte y seguir laburando, pero creo que uno propicia sus espacios también, y en eso hace falta una cuota de audacia. Si uno hace las cosas con naturalidad también el público lo recibe bien, sin prejuicios.
Piquín se define como un tipo de barrio, de Los Polvorines, donde nació y sigue viviendo su madre. "Me gusta ir de visita y saludar a todo el mundo, a la gente que conozco. Ese contacto es vital para mí". Ahora, sin pareja, comparte su casa en Palermo con su perro bulldog Coco. Y sigue compartiendo anécdotas como la de la vez que, en un ensayo, una bailarina le fracturó la nariz por un codazo. "Gajes del oficio", apunta.
"Lo importante es disfrutar lo que uno hace y prepararse. Porque, oportunidad que dejés pasar, oportunidad que perdés". Piquín, seguro, las aprovecha todas.
Fuente: Clarín
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