Angelito, su sátira sobre las prácticas del comunismo, divierte e invita a la reflexión
Angelito, un cabaret socialista, de Roberto Cossa. Dirección: Jorge Graciosi. Con Gabriel Fernández, Patricia Durán, Jorge Lozada. Ana Ferrer, Carlos Lanari, Virginia Garófalo, Horacio Vay, Lorena Haffar, Nicolás Abeles y Rafael Walger. Escenografía y Dirección Visual: Héctor Calmet. Complejo Cultural 25 de Mayo, Triunvirato 4444. Miércoles, sábados y domingos, a las 21 (hasta el 8 de julio). Duración: 1 hora y 25 minutos.
Nuestra opinión: buena
Hay pulseadas sobre la validez o no de una obra que sólo el paso del tiempo resuelve. En ocasión de su estreno en 1991, este texto de Cossa recibió comentarios elogiosos en la crítica pero también otros -a veces formulados en la trastienda verbal, no escrita de la prensa- que le reprochaban un cierto anacronismo. Ese supuesto pecado consistía en que se dedicaba a ironizar sobre ciertos errores históricos de la militancia comunista, cuya ideología la moda reinante conceptuaba muerta e indigna de toda consideración artística o de otra naturaleza. Se había caído el muro de Berlín y el planeta presenciaba el fracaso del pensamiento marxista. ¿Para qué gastar entonces pólvora en chimangos?
Hay que aclarar que en esa sátira, muy próxima al humor brechtiano, el dramaturgo cuestionaba una práctica política que, por apegarse a fórmulas sin vida y vacías de humanismo, había hecho naufragar el sueño legítimo de millones de personas por mejorar su existencia en el mundo. Pero lo hacía no desde la posición del que se cambia súbitamente de identidad y se pasa con armas y bagajes al bando contrario -un hábito oportunista que provocaba estragos por esa época-, sino desde la visión del que está desencantado con determinadas conductas humanas, pero no con la actitud de haber apostado a una visión de la vida más generosa y solidaria.
Son dieciocho años los que han pasado desde aquel estreno y contra ciertos vaticinios la pieza sigue teniendo su miga. Sin tener el espesor de otros textos mayores del gran dramaturgo, garantiza desde lo teatral -que es lo fundamental, más allá de lo que se plantee- pasajes muy divertidos e inteligentes, escénicamente atractivos. Desde el punto de vista de lo que deja como semilla para la reflexión, hay que señalar que, con independencia de las críticas a las fallas de la izquierda, el autor promueve en la obra una mirada más trascendente.
Y eso porque muchas de las carencias advertidas en la izquierda tienen también su asiento en la cultura general de la sociedad. La mezquindad, el dogmatismo, la falta de sensibilidad o ternura, el discurso esquizofrénico de decir una cosa y hacer otra, el elitismo sectario, el autoritarismo y tantas otras deformaciones que se podrían citar suelen ser comportamientos que no están ni al este ni al oeste de las cosmovisiones políticas sino en todos lados. Y la meditación crítica sobre esas conductas es una de las grandes falencias de nuestra comunidad en un sentido global.
La presente versión aporta un alto nivel actoral, empezando por el trabajo de Gabriel Fernández, que entrega al público la figura de un Angelito entrañable, llena de picardía y ternura, un poco a la manera de lo que era el Minguito de Juan Carlos Altavista, pero en los territorios de la izquierda. El resto del elenco, cuatro mujeres y cinco hombres, cumplen también un sólido y efectivo desempeño. La dirección de Graciosi, por su parte, ha cuidado bien esos detalles de la interpretación y le ha dado buen ritmo del devenir escénico. En cuanto a la música, que es ejecutada en vivo por un pianista, acompaña con acierto la acción, aunque en algún que otro instante empasta la buena audición de lo que se dice.
Alberto Catena
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