miércoles, 24 de junio de 2009

Auge del teatro comercial en Buenos Aires

Jorge Dubatti entrevista a la escritora Liliana Heker

Escrito por Jorge Dubatti
Martes, 23 de Junio de 2009

Este año la “Calle” Corrientes ha vuelto a transformarse en una fiesta del teatro comercial. No sólo el San Martín enciende las “luces del centro”.

Antonio Gasalla y Baraka, en el Metropolitan; Guillermo Francella, en el Astral; Norma Aleandro junto a Mercedes Morán, en el Lola Membrives; Les Luthiers y Casi Ángeles, en el Gran Rex; Adrián Suar y Julieta Díaz, en el Maipo; dos obras de Neil Labute dirigidas por Daniel Veronese: Gorda, en el Paseo La Plaza, y La forma de las cosas, en el Multiteatro; Florencia Peña y Luis Luque, en el Picadilly; la revista Deslumbrante, en el Premier, y muy cerca Vedettísima, en el Liceo; Oscar Martínez y Claudia Fontán, en La Plaza; Caravan, en El Nacional; El Hombre Araña, en el Coliseo; El fantasma de la Ópera... La lista sigue, y en estos días se suman los espectáculos de vacaciones de invierno, especialmente los destinados al público infantil.

Más allá de todo pronóstico negativo, y a pesar de los tiempos que corren –crisis internacional, aumento local de los precios, reducción del poder adquisitivo, agitación de elecciones y campaña política-, el teatro comercial porteño parece indicar que, el menos para una gran minoría, la “mishiadura” que dejó el 2001 se ha superado. En las boleterías de numerosas salas se cuelga cada noche el cartelito de “Localidades agotadas”. No se consiguen entradas a último momento, hay que sacar con tiempo. Está todo vendido. Y los precios sorprenden: una buena ubicación oscila, según el espectáculo, entre 80 y 300 pesos. Y se paga.

¿Hay un circuito de “teatro comercial” en Buenos Aires? Por supuesto, y cada vez más fuerte. Lo componen el conjunto de salas y expresiones escénicas sostenidos con producción privada y destinados al “negocio teatral”, es decir, a la recaudación y la ganancia -cuanto más grande, mejor-. El teatro comercial se hace con dinero, y para producir más dinero.

El teatro comercial se diferencia del “teatro oficial” porque éste no persigue lucro y es mantenido con fondos del Estado, nacionales (como el Cervantes) o municipales (como el Complejo Teatral de Buenos Aires). Se diferencia también del “teatro independiente”, generado por cooperativas y grupos de autogestión, que pelean contra las limitaciones económicas con inigualable inteligencia y en salas pequeñas.

Históricamente el teatro comercial trabaja en salas grandes (más de 300 butacas) porque su objetivo es convocar grandes públicos. Entiéndase el término en escala teatral: una “enorme minoría”, si se lo compara con la convocatoria del cine o la audiencia televisiva.

Es costumbre pensar, prejuiciosamente, que las propuestas del teatro comercial responden a fórmulas estéticas previsibles: textos de fácil impacto, comicidad directa y efectiva, géneros populares muy codificados, actores no necesariamente buenos pero sí conocidos por su desempeño en la televisión. Recetas que tradicionalmente deberían garantizar una buena taquilla. Es cierto que muchas veces, para atraer a un público amplio, el teatro comercial se convierte en espacio de vulgaridad, chabacanería y estupidez, muy parecido al lenguaje de la televisión.

Teatro comercial de arte

Pero no siempre es así. Lo demuestra el teatro comercial en Buenos Aires hoy. A los consabidos espectáculos de revista y las trasposiciones de series de televisión, se suma un “teatro comercial de arte”, que combina la copiosa recaudación con exigencias artísticas de primer nivel y calidad estética destacable. Baste mencionar el magnífico resultado de La forma de las cosas; los trabajos actorales inolvidables de Norma Aleandro y Mercedes Morán (Agosto), Antonio Gasalla (Más respeto que soy tu madre), Jorge Marrale (Baraka), Mireia Gubianas (Gorda); el despliegue técnico desbordante de El joven Frankenstein y El fantasma de la Ópera.

El productor Javier Faroni (38 años) tiene una decena de espectáculos en cartel, en Buenos Aires o en gira por las provincias, y sabe mucho del tema. Analiza con ojos expertos lo que está pasando entrevistado en la Escuela de Espectadores del Centro Cultural de la Cooperación. “En 2009 estamos muy poco por arriba en cantidad de espectadores del año pasado, pero hay una cartelera espectacular, como pocas veces hemos visto en Buenos Aires”, dice Faroni. “Hay muchas variantes y no se para de estrenar. Este año en la Asociación de Empresarios Teatrales la frase preferida es ‘Dejen de estrenar’. Todas las semanas hay estrenos, y de buen nivel”.

Para Faroni la gran diferencia del 2009 es que “la cartelera se ha polarizado: hay cuatro o cinco espectáculos que llevan mucha gente, y los otros menos. No siempre pasó así. Antes estaba todo más parejito. Entonces, no es que haya mucho más público, sino que se concentra en cuatro o cinco cosas”. Eso lo hace más visible como fenómeno.

Frente a la sombra de la crisis, ¿cómo se arriesgan los productores ha realizar grandes inversiones? Para Faroni “el teatro está al margen de la crisis, es ignífugo, no lo quema nada, está protegido. Se sabe que en épocas de grandes crisis la actividad que menos baja es el teatro. La pasada temporada de verano, que todo el mundo preveía muy mala por la crisis, dije, como digo siempre: Esperemos a ver qué pasa. Terminamos con un 2% arriba en cantidad de espectadores. Este invierno también está un poco arriba con relación al invierno pasado. En conclusión, la crisis en materia de teatro es muy relativa”.

En cuanto al precio de las localidades, Faroni señala que “las entradas están caras para el público y baratas para el productor. Los costos para hacer teatro crecieron enormemente. ¿Cuánto pagaban ustedes el pollo hace dos años? La madera, de hace cinco años a esta parte, aumentó un 2500%. La publicidad ni les cuento. Todo eso afecta el precio de las entradas”.

Sin embargo, el alto costo no implica que el público se amilane, ni bajar el precio de las entradas garantiza que se venda más. “La gente va a ver lo que quiere ver. No lo que está más barato”. ¿Pero de dónde saca la gente el dinero para pagar, si va con la familia, dos, tres o cuatro entradas de 200 pesos cada una? “Ah, yo no sé”, admite Faroni.

El saldo positivo está a la vista: el aumento del movimiento de público, la cantidad de oferta y sobre todo el nivel de los espectáculos. “Ha aumentado la calidad, sin duda. La globalización y las comunicaciones han incrementado el acceso de los espectadores a la información y nadie puede –como se decía antes- ‘robar’ con dos telones o improvisadamente. No se puede vender una comedieta. Para ganar convocatoria se necesita hacer un espectáculo digno”.

Y a la hora de sostener un espectáculo, lo más valioso es el “boca en boca”, la recomendación oral de los mismos espectadores. “El teatro es el gusto de la gente. Mientras la gente vaya, lo recomiende y sea un éxito, eso es teatro”, concluye Faroni.

Fuente: teatro en argentina

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