Por Mercedes Halfon
En uno de los videos que acompañan la muestra fotográfica de Alessandra Sanguinetti Las aventuras de Guille y Belinda, el enigmático significado de sus sueños y el devenir de sus días, una Guillermina muy nena, un poco atribulada por estar sola frente al lente de la cámara, confiesa que le da miedo tener novio. Debe tener nueve años, y está siendo entrevistada por alguien a quien no vemos pero cuya voz sí escuchamos preguntando, un poco sorprendida, por qué dice eso. “Porque abandonan”, contesta sin más Guille. “¿Y de dónde lo sacás?”, vuelve a preguntar la documentalista inquieta, y Guille, sin dejar de mirar fijamente al pasto, suelta su mayor secreto: “Porque yo he visto muchas películas, que son casi de verdad, y pasa eso. Abandonan a la gente”.
Esta muestra es la segunda parte –segunda temporada– de las vidas de Guillermina y Belinda, dos –ahora– jóvenes mujeres que viven en el campo, y que se conocieron con Sanguinetti cuando eran dos gurruminas que correteaban por la pampa donde la fotógrafa realizaba su trabajo anterior. Ella cuenta: “Desde el ‘92 pasaba horas, días, años visitando a Juana, la abuela de las chicas, fotografiando a sus animales para En el sexto día. Juana vive cerca del campo de mi padre al costado de un camino de tierra, ahí crió a sus cinco hijos y vivió durante cuarenta años. Así que yo las conocía a Guille y Beli desde que eran muy chiquititas. Siempre las corría del cuadro, porque me tapaban alguna gallina o algún pato. Recién en el ‘99, cuando yo me recuperaba de una enfermedad y ellas tenían nueve y diez años, les presté atención, las miré de verdad, y desde entonces me encontré pidiéndoles que se quedaran”.
De ese modo nació una amistad, o más precisamente una cofradía heterogénea, donde las nenas compartían sus invenciones, sus miedos, sus deseos, y la adulta les tiraba ideas para el delirio o se fascinaba con sus relatos al punto de pasar a formar parte de ellos a través de sus fotografías. Este registro tiene lugar en un límite muy preciso donde la complicidad borra cualquier peligro de mirada voyeurista. El juego de las nenas, histriónico por naturaleza, se confunde con la escenificación fotográfica, y las imágenes pasan a ser un terreno ideal para plasmar sueños infantiles compartidos.
En esa zona se mueve Sanguinetti, entre la participación y la mirada extrañada, entre el recorte amoroso y la distancia que permite enfocar. Ella explica el origen de su punto de vista: “De chica mi padre tenía un campo en 25 de Mayo, donde pasábamos los fines de semana y los veranos. Ahí fue mi verdadera educación, donde aprendí sobre la muerte, donde veía más claramente las relaciones de poder entre las personas, y entre las personas y los animales. Y donde comencé a hacerme muchas preguntas. Pero siempre fui una visitante en el campo, siempre mirando desde afuera, hasta hoy”.
Tal vez por eso haya decidido que Belinda y Guillermina sean las protagonistas de un trabajo fotográfico que crece junto a su vida. Que empezó hace años y se continúa hasta ahora, interrumpido por otros proyectos, como sus series Palestina o Dulces expectativas, o su participación en la prestigiosa agencia Magnum, de la que es miembro desde el 2007. Siempre interesada por la niñez, ese período donde lo informe, lo demasiado joven, recuerda lo antiguo, reclama lo atávico: “Lo primero que me cautivó de estas niñas fueron sus voces. Especialmente la de Belinda, que iba de un tono alto finito a uno grave desafinado, siempre en tono de pregunta o asombro. Y sus conversaciones miniaturas. Después de conocerlas más, me fascinaba cristalizar la forma en la que se complementaban, tanto física como emocionalmente. Guille tenía una relación casi sensual con su cuerpo, Beli tenía más sentido de intimidad y era pudorosa. Guille era maternal, fantasiosa, curiosa, y Beli se dejaba cuidar con desinterés, era práctica, con un sentido del humor seco y preciso, y no le interesaba lo que estaba mas allá, sino el acá y el ahora. Siempre fue sabia de una manera muy indirecta. Y siguen iguales...”
Pero recorriendo las paredes de Ruth Benzacar da la sensación de que la fantasía que trasmitían las primeras imágenes de la serie se hubiera esfumado con el fin de su adolescencia. Vestidas con ropas prosaicas –-joggins Adidas, polars– en vez de aquellos disfraces cachivaches y románticos de la primera época, ya no son más “las Ofelias” de las primeras fotos, donde se las veía, por ejemplo, flotando en el agua, tapadas por una especie de lona florida fingiendo su muerte, sino que ahora se ve, por ejemplo, a Belinda sola haciendo directamente “la plancha” con expresión relajada, short y corpiño.
Obviamente, el paso de los años modificó el vínculo entre ellas. Alessandra cuenta: “Ahora que las tres somos madres, y observamos y cuidamos la infancia de nuestros hijos, la dinámica entre las tres se está transformando y todavía estoy buscando el lugar desde donde seguir contando”. Como si los sueños se hubieran consumado, y la mirada fotográfica se volviera, entonces, más realista. De la foto donde bailaban vestidas de hombre y mujer, a la foto donde Belinda abraza a su marido o posa amamantando a su bebé. “No creo que se pierda ni se gane nada, se cambia y se transforma. Como dice T. S. Eliot, ‘En el principio está el final y en el final esta el principio. Ya no somos las mismas personas que dejamos la estación. Y el tiempo no cura nada porque el enfermo ya no está más’.”
Hasta el 13 de noviembre en Ruth Benzacar, Florida al 1000. De 11 a 20.
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