miércoles, 11 de noviembre de 2009

La tristeza de haber sido pero ya no ser

Esperando al productor. Noemí Alan (de rojo) al frente de un elenco que hacen de actores ávidos por volver al ruedo, un tema de moda.

Natalia Laube

En su tercer estreno en el año, el prolífico José María Muscari indaga en los rincones más oscuros del lado B de la fama, cuando el tiempo, lejos de curar nada, impone el olvido y la necesidad de supervivencia a quienes alguna vez estuvieron bajo los flashes.

Suena paradójico: en un momento de su carrera en que trabaja con famosos, recibe invitaciones para almorzar con Mirtha Legrand y posa para fotógrafos de los principales medios gráficos, el prolífico José María Muscari –basta de definirlo como el enfant terrible del teatro: hace rato dejó de ser enfant– le dio forma a una nueva obra (¡su tercer estreno en el año!) en la que indaga en el costado más oscuro de uno de los temas que lo obsesionan: la fama. ¿Será una especie de cable a tierra o un recordatorio a sí mismo de que nada es para siempre?

Para reflexionar sobre “el lado B de la fama” –tal el subtítulo de Escoria, su obra–, el director convocó a una decena de actores de la televisión de los ochenta y los noventa que después de un par de años de éxito tuvieron que despedirse de todo aquello que la popularidad les había dado: el reconocimiento, el privilegio de saberse distintos, la oportunidad de ejercer ante los ojos de muchos la profesión que amaban y, en muchos casos, el dinero.

De eso se trata Escoria, de cómo se construye la supervivencia cuando las luces se apagan y los flashes desaparecen. La excusa que Muscari montó para indagar en ese universo es el cumpleaños del único personaje ficticio de la obra, Dino Escoria, un productor televisivo que representa la esperanza de volver al ruedo y que, por supuesto, nunca aparecerá en escena. ¿Una de Beckett? No, otra de Muscari: durante la espera, el grupo de actores comparte historias, baila, canta a coro canciones viejas y nuevas y repasa las muletillas televisivas de otros tiempos, apelando al estilo y los procedimientos que hicieron famoso a su director (diálogos fragmentados, algún margen para la improvisación, expresiones tomadas de la calle y de internet).

A través de Escoria, Muscari ofrece al conjunto la posibilidad de la resurrección después de un extendido letargo, parecido al que Juan Perugia, el personaje que encarnaba Gastón Pauls, sufría en la primera temporada de Todos contra Juan (y sí, se ve que el tema está de moda).

Así comienzan a desfilar los cuerpos y las historias de Julieta Magaña, Noemí Alan, Liliana Benard, Héctor Fernández Rubio, Osvaldo Guidi, Marikena Riera, Willy Ruano, Gogó Rojo, Paola Papini y Cristina Tejedor. Verlos en la pantalla de al lado del escenario, que vomita escenas de sus éxitos, y confrontar esas imágenes del pasado con sus presentes en carne y hueso es una invitación a la reflexión sobre el paso del tiempo, pero que va mucho más allá de lo estrictamente cronológico: acá no importa tanto cuántos años pasaron desde aquellos sucesos televisivos sino cómo, de qué manera, esos años les pasaron por encima a quienes fueron sus protagonistas. Y si el tiempo lo cura todo, también puede encargarse de destruir muchas cosas.

Trabajando en oficinas, criando perros, o incluso subidos más de diez horas por día a un remís, muchos de los actores que conforman esta decena aprendieron a la fuerza a reinventarse y comparten sus fórmulas de vida en esta obra. Puede sonar grandilocuente, pero Escoria es, en ese sentido, también una lección de vida. Una lección dura, pero que grita, con fuerza, que se puede.

Fuente: Crítica

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