En los últimos años he podido participar, en carácter de invitado, de la inauguración de varias salas teatrales en el país. Ciudades o pueblos de distintas partes han sabido mancomunar intereses de sus conciudadanos con el accionar político de gobiernos municipales para devolver, o directamente crear, espacios escénicos en la mayoría de los casos a fuerza de más energía, compromiso y dedicación que de dinero.
A esta altura cualquier persona pensante y responsable sabe que la cultura sí importa y que el teatro es una de sus aristas interesantes para su cimiento. Seguramente por eso es que valoro, y defiendo a ultranza, el sostenimiento de esos edificios que son puntapié inicial para que la actividad se lleve a cabo. Amante de las ecuaciones, estoy convencido de que si preservamos las salas tendremos en su misma proporción obras y elencos para cubrir sus escenarios. Intento siempre disculparme aclarando que no es un eslogan marketinero en boca de un empresario, cuando digo que el teatro le hace bien a la gente. Es lo que pienso, siento y actúo en consecuencia.
Intentemos disimular los tiempos malgastados, modificar el rumbo de lo que se haya salido de cauce y poner toda la convicción para que las salas cumplan su cometido a ultranza, sin tener que lamentarnos por el cambio de destino de inmuebles creados para estos fines específicos.
El autor es productor y dueño de varias salas del país.
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