martes, 22 de septiembre de 2009

Mauricio Kartun, Chéjov con desmesura criolla

'SOY MEDIO GUACHO'. Así se define Kartun como director teatral. 'Me pesan más las amistades que los padres', dice. MARCELO CARROLL

Clásico contemporáneo de la escena argentina, Kartun vuelve a dirigir un texto propio, donde la Semana Trágica de 1919 resuena en una Mar del Plata aristocrática.

Por: Jorge Dubatti

Durante muchos años, Mau­ricio Kartun sostuvo que un dramaturgo no debía dirigir sus obras. De pronto, obser­vando los buenos resultados de al­gunos de sus discípulos, que escri­bían y se dirigían a sí mismos, se preguntó: ¿y yo, por qué no? Em­pezó a autodirigirse en 2003, con La Madonnita, luego siguió con El niño argentino (2006) y ahora es el turno de Ala de criados.

Para esta ocasión eligió un elenco notable, un equipo creati­vo de primera calidad y, luego de una intensa y prolongada inves­tigación, salió a montar esta his­toria marplatense enmarcada por la Semana Trágica de 1919, en la que tres "niños" aristócratas, para alegrar a "Tata", destruyen una bi­blioteca anarquista.

¿En qué imágenes se origina "Ala de criados"? ¿Es resultado de un largo proceso, como ha su­cedido con sus últimas obras?

Haciendo arqueología poética, se iniciaría allá por los 70 en uno de mis primeros intentos de escritu­ra. Una pieza que nunca terminé y transcurría como ésta, durante la Semana Trágica. Desde allí se me viene cocinando ese univer­so. Después acá más cerca, vengo trabajando a diario desde hace un año con este texto y su puesta. Arrancó todo, como suele pasar, de un impulso medio azaroso. En una sobremesa de asado hablába­mos con Daniel Veronese de esas adaptaciones tan piolas que ha hecho de Chéjov y me apareció la ocurrencia de escribir algo de cli­ma chejoviano: veraneantes, días de tedio con brutas pasiones aba­jo, esas cosas. Una imagen fortui­ta disparó la historia un tiempito después y ahí apareció la Mar del Plata aristocrática, el Pigeon Club, la Semana Trágica y de ahí el pro­ceso. A Chéjov me lo terminó ta­pando la desmesura criolla.

"Ala de criados" es una radio­grafía de la subjetividad de de­recha en la Argentina y del cola­boracionismo de la clase media con los sectores dominantes de la derecha. ¿Teatro político, en­tonces, una manera de preservar la capacidad de producción ideo­lógica del teatro?

Dicho así, una carga tremenda... Como un viejo guardafaro del panfleto. Nunca me lo he plan­teado así, claro, ni me ha pesado demasiado aquel mandato del compromiso. Escribo sobre mis obsesiones y es cierto, sí, que las de los últimos tiempos son angus­tiosamente políticas. Subjetividad pura. En la cola de un banco una vecina de mi barrio le dice a otra hablando de un funcionario: "es que a los montoneros hay que ma­tarlos de nuevo, señora...". Escu­
cho a taxistas defender a mordis­cones a la Sociedad Rural. Y siento el vacío terrible de este hueco his­tórico. La sensación de que el ho­rror no ha construido experiencia que, al fin y al cabo, es lo mínimo que deberíamos agradecerle. Que estamos condenados como Sísifo a volver una y otra vez a remontar la piedra. Me pongo a escribir y sale eso, claro. Qué otra cosa.

En el personaje de Pedro Testa parece construir una crítica me­dulosa a la clase media.

Confío en que el sentido de la obra vaya más allá, pero sí: como Borges decía de los peronistas, creo que la clase media argentina es "incorregible".

Existe un vínculo formal y te­mático de "Ala de criados" con "El niño argentino". Incluso Ta­tana, la protagonista, menciona a "mi primo Argentino". ¿Es de­liberado?

No. Pero se alimenta inevitable­mente de algunas sobras del uni­verso aquel. En casa el día después de un asado hacemos una comi­da que llamamos "Torres de No­chea". Una picadita hecha, claro, con los "Restos de Anoche" a los que se le agregan muchos nuevos ingredientes, mucha conserva. A veces, la disfrutamos más que al original. En Ala de criados hay efectivamente un cacho de tupper y bastante lata nueva, que es la que le da el carácter.

Vuelve a dirigir su obra. ¿Cómo se relacionan en su producción las tareas de dramaturgo y di­rector? ¿Se han fusionado o se diferencian?

Trato de mantenerlas por carri­les separados para que no sean in­trusivas entre sí. Le tengo horror a esos textos en los que el autor con­trabandea puesta en la didascalia. Patético e inútil. Cada imaginario tiene su soporte propio y aunque sea uno mismo el que vaya a diri­girla es de gente seria respetarse el loteo. Más allá de eso: buena parte de mis recursos como director no son otra cosa que procedimientos de dramaturgia convertidos de norma, así que el tipo de alguna manera al final de la película con­sigue colarse.

El humor es uno de los secre­tos fundamentales de su poéti­ca. ¿Cómo definiría el principal procedimiento de la comicidad en su teatro?

La mezcolanza es un acto de compensación. Cierta zona más pretenciosa de mi escritura se me pone a veces al borde de lo afecta­do y ahí se ve que me sale el gua­so. Gastón Bachelard afirma que cualquier metáfora sobrecargada de detalles se vuelve un chiste vul­gar, y que cualquier chiste vulgar al que se le quiten precisiones se vuelve una metáfora. Estoy fanáticamente convencido de que es así. Tenés los ingredientes: a veces se trata simplemente de jugar con ellos sacándolos de un plato de la balanza y pasándolos al otro.

Suele decir que la identidad se cifra principalmente en la es­tética. Habla de una "identidad estética" en su libro "Escritos". ¿Cómo está presente esa iden­tidad estética en "Ala de cria­dos"?

Lo he dicho tantas veces que al­gún pibe me lo escribirá con ae­rosol en la lápida: uno es el poeta que puede y no el poeta que quie­re. Creo que no hay acto de ma­yor regocijo en el creador que la aceptación de su propio universo como espacio proveedor. Vivo mis creaciones como un ready-made en el que reciclo artesanalmente residuos del imaginario. Ese es mi arte-facto . En Ala de criados hay de todo. Pedro Testa, uno de los personajes, está hecho de algunos pedazos de un homónimo, un tipo muy querido de mi adolescencia, un peón, inefable, del mercado en el que trabajé muchos años. En el otro extremo cierto cachondeo con la poesía que hay en la obra es también parte de mis ideas fijas. La lista sería interminable.

¿Qué lineamientos siguió para la puesta en escena? ¿Y para la dirección de actores?

Soy no alineado, digamos. Labu­ro muy a la criolla: armo equipo, dejo hacer, miro y de ahí elijo. Y las cosas crecen solas y de a poco. Y para orientar, sí hablo mucho. Co­mo los paisanos con la bicheras de los animales: curo de palabra. Creo de manera ferviente en la extraor­dinaria utilidad de poner las cosas en palabras. Los actores que son más del cuerpo se me abruman un cacho, pero igual les doy duro.

¿A quiénes tiene en cuenta como maestros de la dirección y la puesta en escena?

Soy medio guacho. No me he criado bajo demasiada influencia paterna. Se ve que al haber empe­zado con esto de viejo me pesan más las amistades que los padres. No obstante: yendo de visita a al­guna casa le he revisado el boti­quín a varios. Al recordado Jaime Kogan le saqué la ficha de muchas cosas. Más acá algunos hallazgos de (Ricardo) Bartís me han abier­to la cabeza. Tipos de una gran genialidad.

¿Vuelve a hacer un culto de los viejos objetos en esta puesta?

Cada vez menos. En vez de agregar como solía hacer, en cada ensayo quito ahora alguna gilada nueva. La mayor carga objetual esta vez la lleva el vestuario. Un trabajo fantástico de Gabi Fernán­dez en vestuario, sobre auténtica ropa de época.

Fuente: Revista Ñ

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