martes, 15 de septiembre de 2009

Las últimas pulperías

Las últimas pulperías

En el territorio bonaerense aún sobrevive una veintena de estos boliches que guardan leyendas de indios y gauchos matreros, de payadas y noches de caña. Entre ellos, la pulpería de San Antonio de Areco, donde Don Segundo Sombra se batió a duelo, y la de Navarro, que presenció el primer crimen de Juan Moreira. Un grupo de investigadores recorrió la Provincia para recobrar la historia y dar testimonio fotográfico de esos retazos del siglo XIX que resisten a la modernidad.

Sirva otra vuelta, pulpero

Las pulperías fueron, en el siglo XIX, el lugar de encuentro de los gauchos en el territorio bonaerense. Son un puñado las que quedan abiertas y sobreviven a la modernidad. Sus paredes guardan historias de indios y gauchos matreros, de payadas y poetas tradicionalistas. Un grupo de investigadores recorrió la Provincia para dar testimonio de las que todavía siguen en pie.

En una pulpería bonaerense, escapada de la imaginación de José Hernández, MartínFierro se batía a duelo: primero con las coplas de su guitarra y luego, con un cuchillo. Allá por 1880, pero en la vida real, en otra pero de la ciudad de Navarro, Juan Moreira le asestó 29 puñaladas al teniente Juan Córdoba e inició su largo deambular como prófugo asesino. También en una pulpería, pero en los pagos de San Antonio de Areco, Don Segundo Sombra sacó su facón en más de una oportunidad para arreglar las cosas “como hombres”.

En el siglo XIX fueron censadas 350 pulperías, esquinas y almacenes en la campaña bonaerense. Hoy apenas sobrevive una veintena, dispersas en la inmensidad de la pampa húmeda, concurridas por los paisanos que aún quedan o, en algunos casos, visitadas como atracción turística.

Espacios de reunión para el gauchaje, los hombres acudían desde sus ranchos a tomar bebidas alcohólicas, apostar en las riñas de gallos, jugar a los dados, mentirse a los gritos en el truco o demostrar su habilidad para las bochas.

Desde sus mostradores se organizaban las cuadreras (carreras de caballos) para el domingo, y también eran frecuentes los duelos criollos por el amor de una china.
Durante 2006, Martín y María José Lucesole, Karina Saavedra y Esteban Alsa recorrieron 17 distritos de la provincia de Buenos Aires, para rescatar con imágenes e historias 22 boliches y pulperías que siguen funcionando, casi intactos, más de un siglo después de haber sido fundados.

Aquella expedición por caminos de tierra y llanuras interminables dio como resultado el libro Pulperías y boliches de la provincia de Buenos Aires, editado por el Instituto Cultural y convertido en el primer trabajo bibliográfico que da testimonio de esos establecimientos en la actualidad. “Participamos un fotógrafo una periodista, una diseñadora y yo como productor -relata Asla-. Salimos a recorrer estas pulperías con el proyecto de armar un libro pero, por sobre todas las cosas, con las ganas de conocerlas, descubrir sus historias y dejar documento de su existencia”.

En esta excursión bolichera, que realizaban durante los fines de semana, los investigadores se encontraron con historias que parecen escapadas de otro tiempo: “En algunos lugares hay gente que hace más de 30 kilómetros diarios a caballo, para encontrarse con los vecinos de campos cercanos, jugar al truco y pasar dos o tres horas charlando”.

En cada una de las pulperías que entraban, lo hacían como visitantes para no despertar la desconfianza de pulperos y parroquianos. “Bajábamos del auto sin bolsos ni cámara, tomábamos algo, charlábamos con el dueño, con la gente, y después de un rato les pedíamos permiso para sacar unas fotos -cuenta Asla-. Esta gente todavía conserva un ritmo de vida que se perdió en las grandes ciudades, hacen un culto de la amistad y la conversación cotidiana”.

Recorrer el trabajo de los cuatro investigadores es reencontrarse con el pasado: tomar un trago de ginebra Bols, oír una payada gauchesca, gritar un vale cuatro sobre las mesas, charlar con los pulperos curtidos de arrugas en la cara y con la paisanada sonriente que diariamente va en busca de su bebida espirituosa, y hasta imaginar uno de esos duelos que forman parte de la
literatura argentina.

Di Catarina
Roberto, el pulpero de Di Catarina, en Mercedes. Nació en el boliche, al igual que su madre y sus abuelos

Ubicada sobre la ribera del río Lujan, la construcción de esta pulpería se remonta a 1830. Conserva la fachada intacta, con el palenque donde los reseros ataban sus caballos. Las paredes, de 45 centímetros de espesor, están hechas con ladrillos de la época.
También tiene un antiguo galpón que se destinaba a depósito de mercadería y un sótano que cumplía la función de mantener fresca las bebidas. En el patio no falta el aljibe, las galerías con pisos de ladrillo y la clásica bomba sapo. A menudo se realizan guitarreadas y peñas, como así también reuniones con motivo de fechas patrias y tradicionales, con locro, empanadas, asados, pasteles y productos caseros.

La Blanqueada
En el patio de la pulpería -hoy convertida en museo- Don Segundo Sombra se batió a duelo, armado de cuchillo y facón, con un borracho pasado de cañas. Ubicado en las afueras de San Antonio de Areco, alrededor del boliche se conservan antiguas máquinas de moler trigo, una carreta colonial con ruedas de dos metros de alto, viejas diligencias y un ombú centenario.

Los Ombúes
Detrás de la reja, Elsa atiende Los Ombúes, en Exaltación de la Cruz

Son 18 kilómetros desde Exaltación de la Cruz hasta el paraje Puerto Chenaut, donde un desvío de 6 kilómetros por el asfalto a Andonaegui. En este boliche que lleva en pie más de dos siglos, las bebidas todavía se expenden a través de una verja que protege el ventanal.
Enmarcada entre dos ombúes, la pulpería se destaca por su fama trágica y las peleas a facón. Tiene su propia leyenda, que dice que el pulpero original era de apellido Cachassa, y fue ejecutado por dos borrachos que quisieron robarle el dinero que había amasado con el boliche. Que allí se apeó alguna vez el general Julio Argentino Roca. Que había carreras de sortija, partidas de taba y riñas de gallo. Que muchos años después de la muerte del primer dueño, entre los tirantes del techo, encontraron la fortuna de Cachassa.

La Colorada
La Colorada fue erigida en 1893 sobre una esquina sin ochava de Chivilcoy

Fácilmente reconocible por sus muros enrojecidos desde hace más de 130 años, La Colorada abre todos los días, menos los domingos. Sus puertas chillonas se descubren sobre un camino mejorado, a 7 kilómetros de la ruta nacional n° 5, en la entrada a Chivilcoy.

Construida sobre una esquina sin ochava, desde 1893 es un lugar de juegos, payadas, discusiones y desgracias que dan al camino de tierra por donde transitaron los presidentes Bartolomé Mitre y Domingo Sarmiento.

El Recreo
La bandera argentina flamea frente a El Recreo, en Chivilcoy

Hoy es un museo con estanterías originales y una lista inagotable de objetos de época, entre los que se destaca una caja registradora de 1870 y documentos con la leyenda “Mueran los salvajes unitarios. Vivan los federales”, además de la cartelera publicitaria de fines del siglo XIX y envases de latón enlozado de marcas desaparecidas. Afuera, un molino lleva grabado la fecha de fundación: 1881, año en el que el italiano Carlos Rossi decidió iniciar su emprendimiento.
En el siglo XIX, este almacén de ramos generales y despacho de bebidas era punto de encuentro de los lugareños. Aquí funcionó uno de los primeros teléfonos del área rural bonaerense, por eso los domingos se sumaban a los habituales clientes y parroquianos, gente del pueblo y de estancias vecinas que tenían a quién llamar.
Los comerciantes aprovechaban esos días para ofrecer sus mercancías. Y el peluquero para rasurar cabezas.

El Torito
Sobre el lateral derecho de la pulpería, un mosaico de porcelana narra la historia de estas tierras, en una leyenda que incluye el paso del general San Martín y sus granaderos en el andar hacia San Lorenzo, y que asegura que allí se cobijaron los amantes fugitivos Camila O’Gorman y el sacerdote Ladislao Gutiérrez.
Finalmente, el almacén fue inaugurado en 1880. Varios años después se creó, en el mismo terreno, el Club Atlético El Torito, donde se realizaban los tradicionales bailes de Navidad y Año Nuevo de las localidades de Baradero y San Antonio de Areco. Además cuenta con pista de doma para jineteada, carrera de sortija, cabalgatas, cancha de fútbol y un teatro con escenario para obras teatrales, conjuntos y números folclóricos.

Los Principios
Antonio Fernández atiende la pulpería Los Principios, en San Antonio de Areco

También conocida como “el boliche de Fernández”, tiene 81 años de existencia. Don Américo Antonio Fernández, hijo de una vasca y un gallego, llegó al lugar en 1922 y abrió las puertas de esta pulpería de San Antonio de Areco que hoy atiende Antonio, su hijo.
Los estantes que recubren las paredes de casi 5 metros de altura están revestidos de botellas (Campari, vino Toro, detergente, fideos, latas de conserva). En una foto del año 30 se ve a Don Américo junto al legendario Segundo Ramírez, que inspiró el Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes.

Esquina de Argúas
Ubicada en Coronel Vidal, en el siglo XIX la pulpería fue parada obligada para las carretas que se dirigían hacia Mar del Plata. La fundó en 1817 Juan Ramón Ezeyza, sobre tierras que su padre había recibido del virrey Santiago de Liniers, luego de combatir en 1815 en las luchas entre orientales y uruguayos.
El piso es de tierra y la reja de hierro, tan vieja como el boliche. Montenegro, el pulpero, abre a las 6.30. A esa hora recibe a los primeros paisanos que se apean para tomar un “matarratas” (caña quemada, caña de durazno, caña de ombú o ginebra). Los sábados y domingos hay fiesta: pruebas de riendas y partidos de taba.
La leyenda cuenta que José Hernández visitó la pulpería y se inspiró en ella para escribir algunas estrofas del Martín Fierro. Acaso inverosímiles, ésta y otras historias aún se escuchan dentro del rancho de adobe.

Moreira
A pocas cuadras del cementerio de Navarro, en la antigua pulpería, Juan Moreira le asestó 29 puñaladas al teniente Juan Córdoba e inició así su largo deambular como prófugo de la Justicia.

Mira Mar
Por los pagos de Carlos Casares y Bolívar, en un claro, se erige esta pulpería fundada en 1891. Antiguo almacén de ramos generales y dispensario de bebidas, Mira Mar llegó a tener cien caballos atados al palenque. Ahora sólo se apean en el lugar dos o tres paisanos por día. El dueño del local, Mariano Urrutia, mata las horas recostado sobre la antigua máquina registradora, traída de otro boliche, en Lobos, donde solía parar Juan Moreira. El pulpero, que tiene 80 años, teme que el boliche no sobreviva a su propia existencia. Urrutia se niega a ese destino. Y dice: “Mientras tenga un hilo de vida, la pulpería seguirá abierta.

Fuente: Hoy

3 comentarios:

nestor dijo...

me gustaria saber como puedo comprar el libro de las pulperias

Hache dijo...

A mí también me gustaría, no figura en los catálogos de las librerías de Buenos Aires.

Anónimo dijo...

Gracias por los datos! muy interesante!