jueves, 17 de septiembre de 2009

Cuando las salas de teatro y de cine barriales la pelean

Buenos Aires y su falta de descentralización de la oferta cultural

Por fuera de la avenida Corrientes apenas hay cinco teatros para espectáculos comerciales y en más de la mitad de los barrios porteños no hay salas cinematográficas

Desde hace una década, a muchos vecinos de Buenos Aires no les cierra la idea de ver a las salas de teatro y de cine de sus barrios convertidas en playas de estacionamiento, terrenos baldíos o locales para vender electrodomésticos. Algo de ese proceso que parece inexorable los hace rebelarse.

Por eso mismo dan pelea, a veces apoyados por entidades gremiales, vecinales, por la ONG Basta de Demoler o por algunos legisladores de diversos signos políticos. De ese modo terminan presionando al poder político de turno -sea nacional o del gobierno de la ciudad- para que tomen cartas en el asunto y recuperen esos espacios. Otras personas -por pasión, por nostalgia, por necesidad de recuperar cierta identidad barrial- se las arreglan como sea para volver a darles vidas a esos espacios.

En este proceso hay casos que ya tuvieron un final feliz, como el Cine/Teatro 25 de Mayo (de Villa Urquiza) que, gracias al impulso de la gente y los últimos tres gobiernos porteños, volvió a abrir sus puertas aunque actualmente los vecinos reclamen más participación en su funcionamiento. O el caso del cine El Progreso, de Lugano, que fue recuperado ya hace 10 años. O, más recientemente, los casos del teatro Oliden, de Mataderos; y el cine de la parroquia San Pedro, del barrio de Monte Castro, que estuvo cerrado durante 27 años.

En este complejo entramado, hay otros casos que avanzaron algunos casilleros -como el teatro Picadero, del centro, y el cine/teatro El Plata, de Mataderos- pero para que se levante el telón el gobierno porteño tiene que resolver temas legales, presupuestarios y definir estrategias. Hay otro caso más reciente: el del Gran Rivadavia, de Floresta. Allí los vecinos temen por el futuro de este gran cine/teatro de 1400 localidades que está en venta, motivo por el cual se organizaron imaginando un futuro mejor.

En medio de líneas cruzadas en las que están en juego criterios de descentralización cultural, especulación inmobiliaria y preservación de edificios con valor patrimonial hay emprendimientos privados que parecen ir en contra del sentido común del consumo cultural. Por ejemplo, en abril se abrió en Constitución la sala Arte Cinema y este jueves se inaugurarán dos salas de arte en Villa del Parque.

De prédicas y gemidos

PARRAFO>En medio de este entramado de salas que fueron desapareciendo surgieron otras actividades que jugaron un papel fundamental. Es que tanto los pastores evangélicos como los dueños de los cines pornográficos se han convertido, sin querer, en preservadores de cines y teatros. La razón es fácil de explicar: sus prédicas o sus negocios (como usted quiera) necesitan de esos espacios sin necesidad de destruir la arquitectura original.

El listado de las salas copadas por evangelista es extensísimo. Por ejemplo, en el cine/teatro Roca, de Almagro, desde hace años está el Pastor Giménez que hasta se las ingenió para mantener el cartel (un adelantado en materia de preservación edilicia). En el corazón de Once, el cine Loria zafa de la picota gracias a otra secta religiosa que mantiene las 584 localidades, distribuidas entre plateas, tertulias y 9 palcos. El cine Cuyo, de Boedo; el Iguazú, de Lavalle; el National Palace, también de Boedo; el Aconcagua, de Devoto; y el Pablo Podestá, de Parque Patricios, son algunos de los espacios que se mantienen en pie gracias a estos cultos.

Y más allá de cualquier consideración religiosa, estos lugares están teniendo mejor suerte que el teatro Versalles, de Santa Fe al 1400, que ahora está peligrosamente en venta o alquiler. Y mucha mejor suerte que el teatro El Nilo, de Boedo, en donde hay una casa de electrodomésticos. Esto sin enumerar la enorme la cantidad de salas destruidas en un imperdonable listado que encabeza el Odeón. En este recorte de "salas evangelizadas" hay, por lo menos, tres que se reconvirtieron: el Tabarís, que durante 10 años fue templo de plegarias hasta que llegó Florencia de la V.; El Progreso, de Villa Lugano; y El Teatro, de Federico Lacroze y Alvarez Thomas, que se transformó en templo del rock.

El (alicaído) circuito de exhibición pornográfica también aporta lo suyo a la preservación edilicia de cines y teatros. De hecho, al Ideal, que fue un bellísimo teatro, las películas condicionadas lo mantienen en pie. El Gran San Juan, de Boedo, también se pasó al mundo de los gemidos pero la sala sigue ahí. Y como sucede con los espacios que estuvieron en manos de evangelistas, del porno también se vuelve. El terreno en donde funciona el complejo Arte Cinema venía de ser una sala condicionada. La misma ruta transitó La Otra Orilla, de Once; y el bellísimo teatro Astor Piazzolla, sobre Florida.

En todos estos casos hay una constante: todas fueron salas que desde principios o mediados del siglo pasado cobijaron a los mejores exponentes del espectáculo hasta que, hace unas tres décadas, ese esplendor se fue opacando y les llegó el final o fueron copadas, con suerte, por predicadores y exhibidores de películas para adultos.

Hoy, algunas de esas salas buscan su tiempo de revancha, con el objetivo de que los barrios recuperen actividad. Detrás de todo ese movimiento no hay sólo cuestiones nostálgicas como si fueran versiones libres de Luna de Avellaneda o Cinema Paradiso . El movimiento también tiene lecturas económicas, de mercado. Por ejemplo, la escena comercial -la que este año incorporó dos salas y que todo parece indicar que sumaría la reapertura del (disminuido) Astros- casi no tiene llegada a los barrios. De hecho, actualmente, sólo hay cinco teatros barriales en donde se pueden presentar espectáculos comerciales. Público para esos espectáculos hay, eso lo saben bien los productores, pero lo que falta son teatros equipados En materia de cine la mala distribución se repite. Según el Sistema de Información Cultural de la Argentina, de los 48 barrios de Buenos Aires solamente en 21 hay salas cinematográficas.

Entonces, algo parece estar mal distribuido. Quizás por ese motivo los vecinos levantan la voz no sólo recordando los viejos tiempos sino imaginando una ciudad más democrática en la distribución de su oferta cultural. En esto, las salas juegan un papel fundamental.

Alejandro Cruz
Fuente: La Nación

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