Suar y Díaz, en la puesta de Marcos Carnevale
Foto: LA NACION / Soledad Aznarez
El año que viene a la misma hora, de Bernard Slade, en versión de Marcos Carnevale y Lily Ann Martin. Dirección: Marcos Carnevale. Con Adrián Suar y Julieta Díaz. Diseño de escenográfico: Jorge Ferrari. Diseño de vestuario: Pablo Ramírez. Diseño de iluminación: Omar Possemato. Música original: Iván Wyszogrod. Dirección: Marcos Carnevale. Teatro Maipo. Duración: 2 horas.
Nuestra opinión: regular
Es difícil que las personas que ya hayan pasado el medio siglo no tengan alguna referencia de esta comedia romántica que, después de haber sido suceso en el teatro de Broadway a mediados de la década del setenta, fue llevada al cine en 1978 por Robert Mulligan, con Alan Alda y Ellen Burstyn en los principales papeles. El trabajo de ella era estupendo y mereció una nominación al Oscar. Todavía en algún video se puede conseguir la copia de ese film. En Buenos Aires, la obra también tuvo una réplica escénica, con Rodolfo Bebán y Thelma Biral.
Los que no tengan información sobre la pieza se enterarán, al ir al Maipo, de que se trata de la historia de dos amantes que durante tres décadas se reúnen todos los años en un mismo lugar y en una idéntica fecha para pasar juntos un fin de semana. Ambos son casados y con hijos, y el encuentro se realiza en secreto, en un hiato que ellos fabrican en su vida cotidiana. En la película se conocían en ocasión de un congreso. En la versión de Carnevale, se descubren en Chapadmalal. El es un contador que viaja anualmente a un hotel para hacerle su balance anual y ella está en el lugar, en un retiro espiritual.
Cada encuentro de la pareja está precedido por la proyección, sobre el fondo del escenario, de imágenes de diversos acontecimientos del pasado del país que informan al público sobre la etapa en que está ubicada la peripecia. Es un recurso legítimo, aunque la elección de algunos acontecimientos o personajes provocan la sensación de que se busca el impacto fácil en la platea, sin hablar ya del detalle de autopromoción que el protagonista masculino de la obra se hace al incluirse con una fotografía de su actuación en Poliladron , hecho del que, en todo caso, se podría dudar de su importancia histórica.
Pero, en rigor, el verdadero talón de Aquiles de esta versión es el trabajo de Adrián Suar. Sin desconocer que su figura es una garantía de convocatoria -lo cual no quiere decir que lo sea de calidad-, se nota demasiado que esta adaptación está hecha para un estilo como el suyo, muy juguetón y efectivo en otra clase de comedias, pero no en una de estas características, que requiere un intérprete de mayor profundidad emocional, de mayores recursos actorales para reflejar los distintos colores interiores de esta criatura. Todas las contradicciones de este personaje se diluyen en gestos superficiales o los consabidos tics que el público espera. Y en esa sucesión sin sorpresas de manierismos se vacía esa entrañable y cálida atmósfera, algo agridulce, y de una ternura casi dolorosa que tenía la historia.
El caso de Julieta Díaz es distinto. Construye su interpretación con mucha inteligencia y no sólo capta mejor los desafíos que le propone el texto en cada etapa, sino que va modificando poco a poco el espesor del personaje, a diferencia de Suar, que, salvo en algún rasgo físico, no cambia nunca. Tal vez la actuación de Díaz con otro partenai re podría haberse potenciado mucho más, pero su labor es buena. Es sensual o graciosa cuando necesita serlo, y mucho más comprometida en lo emotivo. De la escenografía no hay más que destacar su corrección, algo convencional. En cambio, el material musical es muy apropiado al clima de la pieza.
Alberto Catena
Fuente: La Nación
Foto: LA NACION / Soledad Aznarez
El año que viene a la misma hora, de Bernard Slade, en versión de Marcos Carnevale y Lily Ann Martin. Dirección: Marcos Carnevale. Con Adrián Suar y Julieta Díaz. Diseño de escenográfico: Jorge Ferrari. Diseño de vestuario: Pablo Ramírez. Diseño de iluminación: Omar Possemato. Música original: Iván Wyszogrod. Dirección: Marcos Carnevale. Teatro Maipo. Duración: 2 horas.
Nuestra opinión: regular
Es difícil que las personas que ya hayan pasado el medio siglo no tengan alguna referencia de esta comedia romántica que, después de haber sido suceso en el teatro de Broadway a mediados de la década del setenta, fue llevada al cine en 1978 por Robert Mulligan, con Alan Alda y Ellen Burstyn en los principales papeles. El trabajo de ella era estupendo y mereció una nominación al Oscar. Todavía en algún video se puede conseguir la copia de ese film. En Buenos Aires, la obra también tuvo una réplica escénica, con Rodolfo Bebán y Thelma Biral.
Los que no tengan información sobre la pieza se enterarán, al ir al Maipo, de que se trata de la historia de dos amantes que durante tres décadas se reúnen todos los años en un mismo lugar y en una idéntica fecha para pasar juntos un fin de semana. Ambos son casados y con hijos, y el encuentro se realiza en secreto, en un hiato que ellos fabrican en su vida cotidiana. En la película se conocían en ocasión de un congreso. En la versión de Carnevale, se descubren en Chapadmalal. El es un contador que viaja anualmente a un hotel para hacerle su balance anual y ella está en el lugar, en un retiro espiritual.
Cada encuentro de la pareja está precedido por la proyección, sobre el fondo del escenario, de imágenes de diversos acontecimientos del pasado del país que informan al público sobre la etapa en que está ubicada la peripecia. Es un recurso legítimo, aunque la elección de algunos acontecimientos o personajes provocan la sensación de que se busca el impacto fácil en la platea, sin hablar ya del detalle de autopromoción que el protagonista masculino de la obra se hace al incluirse con una fotografía de su actuación en Poliladron , hecho del que, en todo caso, se podría dudar de su importancia histórica.
Pero, en rigor, el verdadero talón de Aquiles de esta versión es el trabajo de Adrián Suar. Sin desconocer que su figura es una garantía de convocatoria -lo cual no quiere decir que lo sea de calidad-, se nota demasiado que esta adaptación está hecha para un estilo como el suyo, muy juguetón y efectivo en otra clase de comedias, pero no en una de estas características, que requiere un intérprete de mayor profundidad emocional, de mayores recursos actorales para reflejar los distintos colores interiores de esta criatura. Todas las contradicciones de este personaje se diluyen en gestos superficiales o los consabidos tics que el público espera. Y en esa sucesión sin sorpresas de manierismos se vacía esa entrañable y cálida atmósfera, algo agridulce, y de una ternura casi dolorosa que tenía la historia.
El caso de Julieta Díaz es distinto. Construye su interpretación con mucha inteligencia y no sólo capta mejor los desafíos que le propone el texto en cada etapa, sino que va modificando poco a poco el espesor del personaje, a diferencia de Suar, que, salvo en algún rasgo físico, no cambia nunca. Tal vez la actuación de Díaz con otro partenai re podría haberse potenciado mucho más, pero su labor es buena. Es sensual o graciosa cuando necesita serlo, y mucho más comprometida en lo emotivo. De la escenografía no hay más que destacar su corrección, algo convencional. En cambio, el material musical es muy apropiado al clima de la pieza.
Alberto Catena
Fuente: La Nación
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