miércoles, 11 de noviembre de 2009

La guerra de las plumas

Foto: Nacho Sánchez

Debate nada aristocrático en Villa Ocampo

Escritores y cineastas se enfrentaron, y descalificaron mutuamente, en una discusión afiebrada. Chicanas, desafíos e insultos en un evento que se salió de madre en el ámbito de las tradicionales tertulias.

Por Diego Rojas

Ni los fastuosos jardines, ni la glorieta elegante, ni los lujosos salones, ni los sillones mullidos, ni los vinos abundantes que caracterizan al ciclo de tertulias que se desarrollan en Villa Ocampo (la antigua residencia sanisidrense de Victoria Ocampo), pudieron detener una polémica en voz alta, a los gritos y con miradas agrias, que tuvo lugar entre escritores y cineastas. La paz social que impera en el campo cultural se quebró durante el anochecer de un sábado agitado. Reunidos para discutir los cruces entre la literatura y el séptimo arte, los escritores Marcelo Birmajer, Guillermo Martínez, Juan Martini, Claudia Piñeiro y Eduardo Sacheri se enfrentaron a los cineastas Mariano Llinás, Matías Piñeiro, Juan Villegas y Celina Murga (todos formados en dirección en la Universidad del Cine), en un debate que dejó jirones. La antigua disputa entre tradición y vanguardia fue atravesada por los ingredientes que conforman a las intervenciones apasionadas, que no estuvieron exentas de insultos, desafíos y chicanas.

Todo comenzó cuando Llinás planteó que las diferencias entre cine y literatura estaban borradas, que se trataba de artes narrativas que compartían varias esferas. Martínez defendió la autonomía de la literatura respecto del séptimo arte. Pero la cosa empezó a ponerse agitada cuando Sacheri, autor de La pregunta de sus ojos (novela en que se inspiró el exitoso film de Juan José Campanella), se confesó “conservador”: “Cuando hice la adaptación de mi novela, me ceñí a mantener cierta fisonomía de los personajes. Mi mirada era necesariamente conservadora”, dijo. Para qué. Tomado literalmente, el adjetivo fue eje de polémica entre quienes se consideran renovadores y aquellos acusados de tradicionalistas. Las distintas concepciones sobre cine y literatura se subieron al ring y la discusión no paró e, incluso, casi llegó a las manos. Dialoguito entre Llinás y Birmajer:

–La concepción del director de cine como un hombre de bota y fusta es una idea antigua, que se quedó en los cuarenta.

–Yo me quedé en los cuarenta.

–Obvio. Y no sos el único.

El moderador, Adrián Cangi, no moderaba, sino que, por el contrario, azuzaba las posiciones, poniéndose de modo evidente del lado de los cineastas. “Qué diría Beckett sobre tu posición...”, le espetó a Martínez. El clima espeso iba in crescendo. “Vos pensás que sólo se puede hacer arte de una manera y tratás a los que pensamos distinto como pelotudos”, le disparó Villegas a Birmajer. Cuando Martini –cuya última novela se llama, curiosamente, Cine– intentó intervenir, llegó el cenit de la jornada. Primero le pidió la palabra al moderador: “Largá el micrófono, dejá hablar a la gente”. “Estoy dinamizando el debate”, se escudó Cangi. Y más tarde, Martini le dijo a Llinás:

–¿Me dejás hablar? Yo te escuché, dejame hablar. Si no, salí.

–Salí vos, hermano –le respondió el cineasta–, yo estoy acá escuchando. Pará un poco querido. Tomatelás.

Un tono encendido poco visto en las profusas mesas culturales que se realizan habitualmente en la ciudad.

Desde San Juan, donde se encuentra filmando, Llinás evaluó la agitada noche: “Se llamó a personas de cuño muy diferente, que hablaban lenguajes distintos. Los cineastas sosteníamos que el siglo XX había existido y parece que para esos escritores tal cosa no sucedió. No se puede polemizar con gente que no contempla la producción de esa centuria. Fue una discusión muy poco feliz”.
Desde Buenos Aires, Birmajer expresó sus sospechas de que “se trató de otro episodio del debate entre tradición y vanguardia, pero, como dice Pablo De Santis, cambia, todo cambia, menos los vanguardistas. Llinás exageró al decir que no existían más diferencias entre cine y literatura. Cuando voy al cine, llevo un libro para leer antes de que comience la función. Y cuando comienza la película, me doy cuenta de que film y libro son muy distintos. El debate levantó el tono, pero no se me puede culpar. Me preocupé por no insultar a nadie. Es un deber de los caballeros saber dominar las pasiones”.

Villegas hizo su balance: “Fue un debate interesante, pero no entre literatura y cine, sino entre las distintas posibilidades narrativas. Algunos piensan que sólo existe una forma, la clásica y tradicional. Hubo una reacción encendida de los escritores, como si dijeran: ‘Nosotros somos la literatura, ustedes el cine, no se metan en nuestro campo’”.

Para Martínez, los adjetivos “conservador”, “vanguardista”, “moderno”, que predominaron en la discusión, “son etiquetas que oscurecen más que aclaran. Lo importante son las ideas, pero con etiquetas todo toma otro cariz: saltan las poses, los insultos y las ideas quedan de lado. Hay que discutir con cierta altura. Me interesaba señalar las diferencias de lenguaje entre los dos géneros, los artificios que son propios de la literatura. Pero algunos querían demostrar que eran mejores que el resto. Un clima de estupidez y fanatismo absurdo”.

A Murga le “impresionó cómo los escritores desconocían las ideas del arte moderno en general. Más allá de los gustos personales, cuestionar al caos como vehículo de arte o forma de expresión me parece un problema. De todos modos, me encantó estar en ese lugar y con ese diálogo tan fuerte. Fue toda una experiencia”.

Más categórico fue Martini: “Era un clan o patota que pertenecía a una misma idea respecto del cine y lo único que hicieron fue provocar. Hacían chistes entre ellos, se reían de los escritores, el moderador interrumpía. Me sorprende la ignorancia de la gente transformada en pedantería. He escrito veinte libros y considero que mi obra es experimental, por eso puedo decir que no hubo un debate sobre el tema. Los llamados cineastas no sabían nada de nada y discutían en base a dos o tres ideas agarradas con alfileres. No me sentaría a debatir en una mesa con esos señores que posan de esfinges cínicas y chicaneras”.

Terminado el evento, Villa Ocampo volvió a su esplendor aristocrático de siempre. Fuera de sus muros, el duelo entre los escritores y cineastas parece continuar.

Fuente: Veintitres

No hay comentarios: