lunes, 23 de noviembre de 2009

La cantante que regresó a la infancia

Con formación académica, Ancarola es también compositora Foto: FABIÁN MARELLI

Francesca Ancarola

Junto con el pianista Carlos Aguirre, la intérprete chilena presentó Arrullos , un disco con canciones de cuna latinoamericanas

Por Héctor M. Guyot
De la Redacción de LA NACION

A veces nada está más lejos que el lugar en el que nos encontramos. A los 14 años, cantando folklore de su Chile natal, Francesca Ancarola recibió el premio a la mejor intérprete en un importante festival. Ya jamás abandonaría la música. Tomó clases de teoría y solfeo, cursó luego la licenciatura en música en la universidad, estudió composición y canto lírico. Con una beca Fullbright y su voz de mezzosoprano, viajó a Estados Unidos a hacer una maestría en canto en el Manhattan School of Music de Nueva York. Y allí, mientras entonaba a Haendel y componía música electroacústica, entre partituras y puestas en escena, supo de pronto que debía volver a Chile y a las viejas canciones con las que había crecido y que había cantado de niña. "Fue volver al punto de partida -dice Francesca, santiaguina, tercera generación de italianos llegados a Chile del Sur de la península-. Entendí que lo mío era componer y cantar las cosas que componía, y sobre todo hacer una música que tuviera que ver con mi raíz, con el lugar donde nací."

El primer fruto de esta vuelta a la música popular fue Que el canto tiene sentido , un disco que grabó en 1999 con los guitarristas Juan Antonio Sánchez y Antonio Restucci. La placa abre con el tema "Manifiesto", de Víctor Jara, toda una declaración de principios, para después desplegar una mayoría de canciones propias. Hoy, el trabajo que la acaba de traer a Buenos Aires -el séptimo de su carrera- es un bellísimo Cd que Ancarola hizo a dúo con el pianista y compositor argentino Carlos Aguirre. En Arrullos , que distribuye Unicef en Chile y el sello Shagrada Medra en la Argentina, estos dos músicos exquisitos reunieron diez canciones que giran alrededor de la niñez compuestas por autores latinoamericanos. De la canción de cuna a la pintura social, el disco es un viaje al territorio de la infancia que la voz y el piano emprenden con el abandono y la entrega de un chico que juega, atentos a los descubrimientos y deslumbramientos que deparan canciones como "Gurisito" (Daniel Viglietti, Uruguay), "Arrullo para un niño lejos" (Hugo Moraga, Chile), "Drume negrita" (Eliseo Grenet, Cuba), "Tristeza" (Hermanos Núñez, Argentina) y "Mi tripón" (Otilio Galíndez, Venezuela).

"Es un rescate de cosas que están en el inconsciente colectivo latinoamericano y una reflexión acerca de la infancia", describe Francesca, que conoció a Carlos Aguirre en 2001, en una de las presentaciones que el músico entrerriano hizo por entonces en Santiago. Al tiempo, Aguirre tocó la puerta de la casa de Ancarola con un puñado de temas en carpeta y la propuesta de hacer entre ambos un disco de canciones de cuna latinoamericanas. Francesca estaba en plena crianza de su segunda hija y la idea la sedujo de inmediato. Juntos completaron la selección de temas y sumaron una composición propia cada uno. "Carlos traía la idea de una sonoridad cálida e intimista, y tenía como lejana referencia un disco de Cesar Camargo Mariano y Nana Caymmi. A mí me llenó de alegría poder trabajar con un músico tan completo como el Negro, que no sólo piensa en términos músicales sino también en la poética de cada canción." En efecto, el piano de Aguirre, que abreva también en la música clásica y en el impresionismo, ofrece pinceladas y colores tal como lo haría una orquesta, sin perder la sencillez y complementándose de maravilla con la expresiva voz de Francesca.

En la historia musical de Ancarola hay un maestro venerado. Se trata de Cirilo Vila, un discípulo de Oliver Messiaen con el cual estudió composición durante aquellos años universitarios en los que, por influjo de un novio de entonces, se inclinó ("me desvié", dice ella) al jazz rock. Cuando Vila enfermó y dejó de enseñar, Francesca no consiguió reemplazarlo y allí decidió, como para invertir el tiempo en algo útil, estudiar canto lírico. "Yo venía cantando de un modo natural, y pensé que un poco de técnica no me iba a venir mal", cuenta.

¿Quién podría desmentirla? Cuando, después de estudiar canto lírico en la Universidad Católica de Chile y de aprovechar su beca haciendo ópera barroca en Nueva York, decidió regresar a Chile y a las canciones de su infancia, trajo a su nueva vida -tal vez como un legado de la que dejaba atrás- libros con las canciones de Schumann y Debussy y, sobre todo, un conocimiento sobre sus capacidades vocales que sabría traducir de modo natural al lenguaje del canto popular. La cosa es menos sencilla de lo que parece, pero después de todo lo suyo fue, también en términos musicales, un regreso a casa. Como a ella le gusta decir, había dado una vuelta a la manzana que le tomó unos diez años, en la que pasó por el folklore, el jazz, la música académica y contemporánea y vuelta a empezar.

"Yo tengo una formación lírica, aunque mi primer contacto con la música viene de cantar de niña y tal como me salía la voz. El estudio me dio la posibilidad de aprender a respirar al cantar, así como un entrenamiento que me permite desarrollar los tres registros, el de pecho, el mixto y el de cabeza, aunque este último no se usa en música popular", explica. Y enseguida hace una demostración práctica: empieza dando una nota baja hasta que trepa a un agudo tan extremo como potente. "El trabajo del cantante es disfrazar ese cambio de registro, que no se note, así como un buen conductor hace que no se note el pase de los cambios de marcha -explica-. De todos modos, al cantar música popular lo importante es conectar con la poética y la emoción del texto. Es el texto el que resuelve la técnica, y no al revés."

Ancarola es un exponente de una generación de jóvenes cantautores que intenta retomar la tradición que dejaron los Parra y Víctor Jara, en la que ella ubica, también, a Elizabeth Morris y, en alguna medida, a Alexis Venegas.

Por estos días, Francesca está dedicada a cantar en distintos escenarios las canciones que junto a Carlos Aguirre reunieron en Arrullos , un disco cuya cuidada gestación llevó años y que dejó aliento -y temas, entre ellos uno de Chico Buarque- para una eventual continuación. Felizmente. Porque lo que en un principio fue pensado como un disco para chicos -de hecho lo es, y uno especial para que escuchen por las noches, cuando la vigilia se abandona al sueño- resultó al fin una inspirada obra apta para todo público.

Fuente: La Nación

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