Francisco Javier. El introductor de Ionesco en la Argentina prepara una semana de homenajes con el estreno de Asesino sin salario.
Se cumplen cien años del nacimiento de Eugène Ionesco. su amigo el director Francisco Javier evoca al dramaturgo.
Leni González
En el centenario del nacimiento del creador del teatro del absurdo, se estrena Asesino sin salario. Es la adaptación del argentino Francisco Javier, el hombre que introdujo su obra en la Argentina. En esta entrevista cuenta cómo era el dramaturgo, a quien conoció en París a finales de los 50.
Corría el año 1959 cuando el entonces joven director y especialista en teatro francés Francisco Javier salía de la casa de Eugène Ionesco en París con su autorización para adaptar Tueur sans gages (Asesino sin salario) al color rioplatense. “Ha pasado mucho tiempo; no he podido cumplir mi propósito. Quizá haya llegado el momento. Tal vez, deba empezar por recordar, por recuperar la profunda presencia de la escena de aquel entonces”, escribe en Volver al principio, el pequeño libro en el que el traductor e introductor en el país del dramaturgo rumano-francés rememora a quien revolucionó el teatro en los 50, a cien años de su nacimiento. Esta semana, el hoy director del Instituto de Artes del Espectáculo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA se da el gusto de estrenar aquella obra y de organizar el homenaje al autor, con el auspicio de la Alianza Francesa y la Embajada de Rumania en la Argentina, entre otras instituciones.
Mucho por los méritos y un poco por una casualidad favorable, Javier estuvo en París en el momento indicado: “La cantante calva se estrenó en 1950 y La lección en el 51. De manera accidental, llegó a mis manos este último texto, que traduje y dirigí en Buenos Aires, casi al mismo tiempo que en París. Me pareció algo muy distinto y original. También hice Santiago o la sumisión, que para mí es una obra ejemplar en la producción de Ionesco. Por todo eso, la Embajada me dio una beca para estudiar puesta en escena en el Théâtre National Populaire, que dirigía Jean Vilar, con Gérard Philipe, María Casares y otros, donde pasé tres años y allí conocí a Ionesco, en 1957”.
Estas tres obras habían sido destrozadas por la crítica francesa, que no las consideró “teatro”. Hasta que en 1957, Georges Vitaly, un director interesado en los riesgos de la experimentación y dueño de Huchette, una pequeña sala en el Barrio Latino, lo invita a Ionesco a reponer La cantante calva y La lección. “Entonces sí se lo descubre de alguna manera, se lo acepta como gran creador. Es el comienzo de su trayectoria. Yo llegué justo en medio de esa explosión”, cuenta Javier.
–En ese momento, ¿qué le pareció esta nueva dramaturgia?
–Yo conocía muy bien lo que en ese momento se llamaba el teatro del período de la guerra y de la ocupación alemana. Albert Camus, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Gabriel Marcel planteaban los problemas de su país después de esos conflictos. Para mí, eso era el modelo. En ese contexto, lo de Ionesco apareció y no tenía nada que ver con nada: la idea de aplicar en el teatro de una manera concreta y viva el concepto del absurdo, que lo había elaborado Camus, el del hombre que desarrolla su vida en un medio que no se interesa por él y lo abandona, el de un universo que sigue su curso, siempre igual, mientras el hombre cumple su destino haciendo lo que puede en ese desamparo. Tuve la sensación de que era un cambio muy notorio en la marcha del teatro, un período que se llamó “teatro de vanguardia” y en Francia estaba integrado por tres autores que casualmente no eran franceses aunque escribían en ese idioma, como el irlandés Samuel Beckett (Esperando a Godot, 1952), el ruso Arthur Adamov (Todos contra todos, 1953) y el rumano Ionesco.
–¿Qué grado de conciencia tenía Ionesco de liderar, de alguna manera, este cambio?
–Total. Era un hombre que conocía y sabía lo que estaba haciendo, tenía una idea muy clara acerca de la existencia en Francia de un teatro burgués, que rutinariamente repetía situaciones y conflictos cotidianos que no tenían ningún interés desde el punto de vista de la evolución de la existencia del hombre. Él mismo decía que “el sentido” de La cantante calva era no tener ningún sentido. Porque el mundo en el que él vivía no tenía ningún sentido, así que era plenamente consciente de lo que hacía. Una anécdota que yo cuento en mi libro es que él se había interesado por unas publicaciones, llamadas Assimil, que se venden en todos lados, para el aprendizaje de idiomas. Ionesco observa que al estudiar un idioma, muchas expresiones se vacían de sentido. La comunicación suele no tenerlo y por eso no nos entendemos, porque no hablamos de lo mismo. En La cantante calva lo que importa es el sonido de las palabras, pero lo que se dice no importa. Al final cuando repiten “c’est pas par là, c’est par ici” (no es por aquí, es por allá) todo termina en un especie de música.
–¿Cómo era Ionesco?
–Era un señor muy concentrado y muy triste. Vivenciaba permanentemente esa situación de individuos abandonados en el universo. Su teatro es muy autobiográfico. Tiene un personaje, Bérenger, que se repite en varias obras, en Rinoceronte, El rey se muere, en Asesino sin salario, y yo creo que es él. Siempre es un personaje ingenuo, inocente, de buena fe, perdido en el mundo que no considera a la inocencia como valor, algo que ya sabemos todos.
–¿Cómo cayeron en Buenos Aires esas primeras puestas de Ionesco?
–Hubo un rechazo total. Te cuento una anécdota: cuando Ionesco vino a Buenos Aires, se hizo una mesa redonda en el San Martín a la que fui invitado. Cuando le preguntaron sobre cómo le había ido en París con el estreno de La lección, dijo, riéndose, que en el escenario había tres personas y en la platea también, de las cuales una era su mujer. Yo agregué que, en mi caso, habían sido dos, porque ni siquiera estaba en pareja. Sin embargo, en dos años más o menos, cuando volvimos a hacerlo, llegamos a tener dos funciones los sábados. Y Las sillas, en parte porque la intérprete fue Alba Mujica, fue un éxito, al igual que Amadeo o cómo quitárnoslo de encima, con escenografía de Saulo Benavente, con Nina Cortese y Rodolfo Graziano, en el desaparecido teatro Agón.
–¿Hoy ya es un clásico?
–En cierto modo sí, pero para el público constituye una ruptura con respecto a lo habitual. En Asesino sin salario, el tema es de gran actualidad –violencia, muertes– pero va más allá porque tiene que ver con el hombre en el mundo y la búsqueda de una explicación.
–¿Se puede seguir utilizando en forma general el término “vanguardia” o alude a un determinado momento histórico?
–De las dos maneras: por un lado, refiere a los años 50 en Francia y hay muchos que dicen que en realidad vanguardia es surrealismo; pero por otro lado, también significa ruptura y separación de la rutina y desde ese punto de vista, la Argentina está viviendo una especie de vanguardia o de ruptura. Autores como Veronese, Tantanian o Daulte rompieron con el naturalismo y los temas muy locales, y se enfocaron en temas más universales.
–¿Y a nivel global, cuál sería hoy “la vanguardia”?
–En Europa, la palabra ha recuperado el centro energético de creación, mucho más que en otras aspectos. Hubo un momento en que lo tecnológico, el circo, lo audiovisual inundaron la escena y la revivieron, pero hoy se está dando una recuperación del texto. Philippe Minyana es uno de los que más me gusta, ha reelaborado el lenguaje de sectores sociales populares.
–¿Cuál sería la característica principal de los personajes de Ionesco?
–A diferencia de los del británico Harold Pinter, que muestra un conocimiento muy profundo de la psicología humana y los conflictos entre los individuos, los personajes de Ionesco no tienen psicología, están allí. Es como pasar por una ventana y ver qué pasa algo pero no se tiene idea de la historia de cada uno. Y además, tienen una característica muy teatral, ya que son terriblemente ambiguos, nunca se está seguro de lo que quieren hacer ni por qué lo hacen.
Una semana de actividades
Entre el lunes 2 y el domingo 8 de noviembre, en el Actors Studio que dirigen Dora Baret y Matías Gandolfo (Díaz Vélez 3842, tel 4958-8268), con entrada libre y gratuita, a partir de las 19 podrán disfrutarse una variedad de actividades, que culminarán con el estreno de la Asesino sin salario (ver otro recuadro), como por ejemplo: un cursillo teórico-práctico sobre la interpretación de personajes de Ionesco para estudiantes de teatro por Francisco Javier y Román Caracciolo; charlas y mesas redondas con la participación de directores y actores que han interpretado al autor como Agustín Alezzo, Juan Carlos Gené y Rodolfo Graziano, y de traductores y académicos especializados; y presentación de libros, videos históricos (el ensayo en París de La cantante calva y Rinocerontes) y escenografías de puestas de Ionesco (la de Amadeo o como quitárnoslo de encima, de Saulo Benavente en 1961).
Asesino sin salario o un reclamo de paz existencial
Con traducción, versión y dirección de Francisco Javier, se estrena el domingo, en el Actors Studio, el acto teatral Asesino sin salario, un vehemente reclamo de paz existencial de Eugène Ionesco. Actúan Carlos Silva, Roberto Saiz, Gabriel Rossi y Claudia Zima, con escenografía y vestuario de Carlos Di Pasquo y efectos sonoros a cargo de Ramón Orihuela. El viernes y el sábado, a las 21.30, se realizarán ensayos generales con invitados y el domingo, a las 21, el estreno para el público. La obra continuará en la misma sala los sábados, a las 21.30, y domingos, a las 19.30.
“Es una obra muy difícil. Hay un conflicto entre tres o cuatro personajes y alrededor aparecen muchos otros que representarían el medio en el que ellos están. Pero lo que discutí con Ionesco en aquel momento fue que, para mí, todos esos personajes no tenían una gran importancia y que en el ámbito del teatro independiente no se podía hacer una obra con tanto elenco y que el comercial tampoco lo iba a hacer por su contenido. Le pedí autorización para dejarlos a un lado y centrarme en los principales y finalmente, no sé si contento o no, me autorizó. Es esa versión la que hago. Y la llamé acto teatral porque al final, es un larguísimo monólogo del protagonista (Bérenger) con el asesino donde trata de explicarle por qué no debe asesinar. Y esto es la ingenuidad misma. Y lo transformo en una especie de ritual en el que todos los actores y yo, no como personajes sino como personas, decimos el diez por ciento de lo que dice Bérenger”, cuenta Javier.
Biografía en miniatura
“Yo pensaba que era extraño considerar como anormal vivir continuamente preguntándose qué es el universo, cuál es mi condición, qué vine a hacer aquí y si hay algo para hacer. Y lo anormal me parecía que la gente no se lo preguntara, que vivieran en la inconsciencia”, contaba Eugène Ionesco. Nació en Slatina, Rumania, el 26 de noviembre de 1909, hijo de un rumano y una francesa. Criado en Francia, regresó a Rumania para estudiar Letras y trabajar como profesor de francés. Volvió a París en el 39 y se estableció como traductor y corrector. Entre sus obras, se encuentran: La cantante calva (1950), La lección (1950), Santiago o la sumisión (1955), Las sillas (1952), Amadeo o cómo quitárnoslo de encima (1954), Rinocerontes (1959), El rey se muere (1962), Macbett (1972), El hombre de las valijas (1977) y Viaje entre los muertos (1980). Murió en París, el 28 de marzo de 1994. Está enterrado en el cementerio de Montparnasse.
Fuente: Crítica,
Leni González
En el centenario del nacimiento del creador del teatro del absurdo, se estrena Asesino sin salario. Es la adaptación del argentino Francisco Javier, el hombre que introdujo su obra en la Argentina. En esta entrevista cuenta cómo era el dramaturgo, a quien conoció en París a finales de los 50.
Corría el año 1959 cuando el entonces joven director y especialista en teatro francés Francisco Javier salía de la casa de Eugène Ionesco en París con su autorización para adaptar Tueur sans gages (Asesino sin salario) al color rioplatense. “Ha pasado mucho tiempo; no he podido cumplir mi propósito. Quizá haya llegado el momento. Tal vez, deba empezar por recordar, por recuperar la profunda presencia de la escena de aquel entonces”, escribe en Volver al principio, el pequeño libro en el que el traductor e introductor en el país del dramaturgo rumano-francés rememora a quien revolucionó el teatro en los 50, a cien años de su nacimiento. Esta semana, el hoy director del Instituto de Artes del Espectáculo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA se da el gusto de estrenar aquella obra y de organizar el homenaje al autor, con el auspicio de la Alianza Francesa y la Embajada de Rumania en la Argentina, entre otras instituciones.
Mucho por los méritos y un poco por una casualidad favorable, Javier estuvo en París en el momento indicado: “La cantante calva se estrenó en 1950 y La lección en el 51. De manera accidental, llegó a mis manos este último texto, que traduje y dirigí en Buenos Aires, casi al mismo tiempo que en París. Me pareció algo muy distinto y original. También hice Santiago o la sumisión, que para mí es una obra ejemplar en la producción de Ionesco. Por todo eso, la Embajada me dio una beca para estudiar puesta en escena en el Théâtre National Populaire, que dirigía Jean Vilar, con Gérard Philipe, María Casares y otros, donde pasé tres años y allí conocí a Ionesco, en 1957”.
Estas tres obras habían sido destrozadas por la crítica francesa, que no las consideró “teatro”. Hasta que en 1957, Georges Vitaly, un director interesado en los riesgos de la experimentación y dueño de Huchette, una pequeña sala en el Barrio Latino, lo invita a Ionesco a reponer La cantante calva y La lección. “Entonces sí se lo descubre de alguna manera, se lo acepta como gran creador. Es el comienzo de su trayectoria. Yo llegué justo en medio de esa explosión”, cuenta Javier.
–En ese momento, ¿qué le pareció esta nueva dramaturgia?
–Yo conocía muy bien lo que en ese momento se llamaba el teatro del período de la guerra y de la ocupación alemana. Albert Camus, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Gabriel Marcel planteaban los problemas de su país después de esos conflictos. Para mí, eso era el modelo. En ese contexto, lo de Ionesco apareció y no tenía nada que ver con nada: la idea de aplicar en el teatro de una manera concreta y viva el concepto del absurdo, que lo había elaborado Camus, el del hombre que desarrolla su vida en un medio que no se interesa por él y lo abandona, el de un universo que sigue su curso, siempre igual, mientras el hombre cumple su destino haciendo lo que puede en ese desamparo. Tuve la sensación de que era un cambio muy notorio en la marcha del teatro, un período que se llamó “teatro de vanguardia” y en Francia estaba integrado por tres autores que casualmente no eran franceses aunque escribían en ese idioma, como el irlandés Samuel Beckett (Esperando a Godot, 1952), el ruso Arthur Adamov (Todos contra todos, 1953) y el rumano Ionesco.
–¿Qué grado de conciencia tenía Ionesco de liderar, de alguna manera, este cambio?
–Total. Era un hombre que conocía y sabía lo que estaba haciendo, tenía una idea muy clara acerca de la existencia en Francia de un teatro burgués, que rutinariamente repetía situaciones y conflictos cotidianos que no tenían ningún interés desde el punto de vista de la evolución de la existencia del hombre. Él mismo decía que “el sentido” de La cantante calva era no tener ningún sentido. Porque el mundo en el que él vivía no tenía ningún sentido, así que era plenamente consciente de lo que hacía. Una anécdota que yo cuento en mi libro es que él se había interesado por unas publicaciones, llamadas Assimil, que se venden en todos lados, para el aprendizaje de idiomas. Ionesco observa que al estudiar un idioma, muchas expresiones se vacían de sentido. La comunicación suele no tenerlo y por eso no nos entendemos, porque no hablamos de lo mismo. En La cantante calva lo que importa es el sonido de las palabras, pero lo que se dice no importa. Al final cuando repiten “c’est pas par là, c’est par ici” (no es por aquí, es por allá) todo termina en un especie de música.
–¿Cómo era Ionesco?
–Era un señor muy concentrado y muy triste. Vivenciaba permanentemente esa situación de individuos abandonados en el universo. Su teatro es muy autobiográfico. Tiene un personaje, Bérenger, que se repite en varias obras, en Rinoceronte, El rey se muere, en Asesino sin salario, y yo creo que es él. Siempre es un personaje ingenuo, inocente, de buena fe, perdido en el mundo que no considera a la inocencia como valor, algo que ya sabemos todos.
–¿Cómo cayeron en Buenos Aires esas primeras puestas de Ionesco?
–Hubo un rechazo total. Te cuento una anécdota: cuando Ionesco vino a Buenos Aires, se hizo una mesa redonda en el San Martín a la que fui invitado. Cuando le preguntaron sobre cómo le había ido en París con el estreno de La lección, dijo, riéndose, que en el escenario había tres personas y en la platea también, de las cuales una era su mujer. Yo agregué que, en mi caso, habían sido dos, porque ni siquiera estaba en pareja. Sin embargo, en dos años más o menos, cuando volvimos a hacerlo, llegamos a tener dos funciones los sábados. Y Las sillas, en parte porque la intérprete fue Alba Mujica, fue un éxito, al igual que Amadeo o cómo quitárnoslo de encima, con escenografía de Saulo Benavente, con Nina Cortese y Rodolfo Graziano, en el desaparecido teatro Agón.
–¿Hoy ya es un clásico?
–En cierto modo sí, pero para el público constituye una ruptura con respecto a lo habitual. En Asesino sin salario, el tema es de gran actualidad –violencia, muertes– pero va más allá porque tiene que ver con el hombre en el mundo y la búsqueda de una explicación.
–¿Se puede seguir utilizando en forma general el término “vanguardia” o alude a un determinado momento histórico?
–De las dos maneras: por un lado, refiere a los años 50 en Francia y hay muchos que dicen que en realidad vanguardia es surrealismo; pero por otro lado, también significa ruptura y separación de la rutina y desde ese punto de vista, la Argentina está viviendo una especie de vanguardia o de ruptura. Autores como Veronese, Tantanian o Daulte rompieron con el naturalismo y los temas muy locales, y se enfocaron en temas más universales.
–¿Y a nivel global, cuál sería hoy “la vanguardia”?
–En Europa, la palabra ha recuperado el centro energético de creación, mucho más que en otras aspectos. Hubo un momento en que lo tecnológico, el circo, lo audiovisual inundaron la escena y la revivieron, pero hoy se está dando una recuperación del texto. Philippe Minyana es uno de los que más me gusta, ha reelaborado el lenguaje de sectores sociales populares.
–¿Cuál sería la característica principal de los personajes de Ionesco?
–A diferencia de los del británico Harold Pinter, que muestra un conocimiento muy profundo de la psicología humana y los conflictos entre los individuos, los personajes de Ionesco no tienen psicología, están allí. Es como pasar por una ventana y ver qué pasa algo pero no se tiene idea de la historia de cada uno. Y además, tienen una característica muy teatral, ya que son terriblemente ambiguos, nunca se está seguro de lo que quieren hacer ni por qué lo hacen.
Una semana de actividades
Entre el lunes 2 y el domingo 8 de noviembre, en el Actors Studio que dirigen Dora Baret y Matías Gandolfo (Díaz Vélez 3842, tel 4958-8268), con entrada libre y gratuita, a partir de las 19 podrán disfrutarse una variedad de actividades, que culminarán con el estreno de la Asesino sin salario (ver otro recuadro), como por ejemplo: un cursillo teórico-práctico sobre la interpretación de personajes de Ionesco para estudiantes de teatro por Francisco Javier y Román Caracciolo; charlas y mesas redondas con la participación de directores y actores que han interpretado al autor como Agustín Alezzo, Juan Carlos Gené y Rodolfo Graziano, y de traductores y académicos especializados; y presentación de libros, videos históricos (el ensayo en París de La cantante calva y Rinocerontes) y escenografías de puestas de Ionesco (la de Amadeo o como quitárnoslo de encima, de Saulo Benavente en 1961).
Asesino sin salario o un reclamo de paz existencial
Con traducción, versión y dirección de Francisco Javier, se estrena el domingo, en el Actors Studio, el acto teatral Asesino sin salario, un vehemente reclamo de paz existencial de Eugène Ionesco. Actúan Carlos Silva, Roberto Saiz, Gabriel Rossi y Claudia Zima, con escenografía y vestuario de Carlos Di Pasquo y efectos sonoros a cargo de Ramón Orihuela. El viernes y el sábado, a las 21.30, se realizarán ensayos generales con invitados y el domingo, a las 21, el estreno para el público. La obra continuará en la misma sala los sábados, a las 21.30, y domingos, a las 19.30.
“Es una obra muy difícil. Hay un conflicto entre tres o cuatro personajes y alrededor aparecen muchos otros que representarían el medio en el que ellos están. Pero lo que discutí con Ionesco en aquel momento fue que, para mí, todos esos personajes no tenían una gran importancia y que en el ámbito del teatro independiente no se podía hacer una obra con tanto elenco y que el comercial tampoco lo iba a hacer por su contenido. Le pedí autorización para dejarlos a un lado y centrarme en los principales y finalmente, no sé si contento o no, me autorizó. Es esa versión la que hago. Y la llamé acto teatral porque al final, es un larguísimo monólogo del protagonista (Bérenger) con el asesino donde trata de explicarle por qué no debe asesinar. Y esto es la ingenuidad misma. Y lo transformo en una especie de ritual en el que todos los actores y yo, no como personajes sino como personas, decimos el diez por ciento de lo que dice Bérenger”, cuenta Javier.
Biografía en miniatura
“Yo pensaba que era extraño considerar como anormal vivir continuamente preguntándose qué es el universo, cuál es mi condición, qué vine a hacer aquí y si hay algo para hacer. Y lo anormal me parecía que la gente no se lo preguntara, que vivieran en la inconsciencia”, contaba Eugène Ionesco. Nació en Slatina, Rumania, el 26 de noviembre de 1909, hijo de un rumano y una francesa. Criado en Francia, regresó a Rumania para estudiar Letras y trabajar como profesor de francés. Volvió a París en el 39 y se estableció como traductor y corrector. Entre sus obras, se encuentran: La cantante calva (1950), La lección (1950), Santiago o la sumisión (1955), Las sillas (1952), Amadeo o cómo quitárnoslo de encima (1954), Rinocerontes (1959), El rey se muere (1962), Macbett (1972), El hombre de las valijas (1977) y Viaje entre los muertos (1980). Murió en París, el 28 de marzo de 1994. Está enterrado en el cementerio de Montparnasse.
Fuente: Crítica,
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