martes, 24 de noviembre de 2009

"Hay momentos en los que hay que invitar con brillo"

Luis Pescetti

Convertido en referente privilegiado de los padres progresistas, su éxito máximo se da en México, territorio que siente más cercano a la posibilidad de la inocencia, o al menos no tan cerca del aliento en la nuca argentino, entusiasta del mal paso ajeno.

Por Jorge Belaunzarán

La pérdida de la inocencia, ¿cómo te respondo a eso? Lo primero que vos dirías es que los argentinos en Latinoamérica somos los que tenemos más “suspicacia”, y para mirar con suspicacia no tenés que mirar con inocencia; tener suspicacia es todo lo contrario. Y dentro de los argentinos, los de ciudades grandes, los porteños quizás, sean los más suspicaces de los suspicaces. Y venimos de toda una inmigración que castigaba la inocencia y el que no afana es un gil, con reglas muy duras de sobrevivencia. En Latinoamérica te encontrás con más bienvenidas hacia la fe, hacia la ilusión, hacia cierta pompa y boato de algunos momentos: hay que ser espléndido en algunos momentos, que es ser generoso más allá de lo cotidiano invitar con brillo.

En el mismo contexto acá la persona le podrías decir el gil o le vieron la cara. Y creo que en todo caso es una característica muy dañina para nosotros mismos, estar tan en guardia, tan a la defensiva, con tanta pérdida de inocencia. Lo ves en los programas de críticas de otros programas, tener tan la respiración en la nuca del otro y tan la cámara encima del otro buscando el error ajeno caerle con una gastada te convierten en alguien muy duro, en alguien con muy poca maniobra: cualquier error se castiga con el escarnio público. En el interior se da un poco menos. Y en el show trato que los errores sean comunes, no sean castigados, nos riamos pero de una manera divertida y no pero que yo me río de vos porque soy más canchero y te hago equivocar; recuperar o ganarle terreno a un momento de una inocencia que cuál sería su cualidad: que no es pérdida porque no se si alguna vez se tuvo, sino de una inocencia que es como un estado más calmo de la conciencia del alma, que tiene, sin ser blandengue, tiene una predisposición más relajada, más benigna. Eso sí es más fácil como estado, eso si da la idea de que todo es más fácil…

Y Luis Pescetti se interrumpe, como si una brisa en la nuca lo hubiera alertado acerca de la conveniencia de dejarse ganar por ese estado más benigno, el que unos minutos antes, tan sólo al dar la bienvenida a su casa, lo llevó a compartir con su agente de prensa y el periodista la letra que le puso a una canción de un colega chileno, apenas terminada un rato antes de la entrevista, tema totalmente inédito y para adultos cuya alegría liberó su grandeza para compartirlo, sin guardia, sin defensa, sin miedo. Y si bien la entrevista toma un rumbo más natural, las brisas se calmarán, y sólo habrá aires de inocencia.

-En su show hay una escuela que va en contra del sentido común sobre la situación de la escuela pública. Se pone a contar cómo era la educación en general cuando usted era chico, y la actual escuela no sale para nada mal parada.

-Sí. Y también cambié el monólogo introductorio y digo que es un recuerdo de mi infancia. Se dice que la escuela está cada vez peor, y no se dice que la educación antes tenía menos opciones, menos información y había más autoritarismo. Claro que tenía sus cosas buenas, también-

-¿Siente que debe desmarcarse del lugar donde lo quieren poner?

-Bueno, eso definitivamente porque antes de lo infantil había una idea muy ñoña, muy rosadita, de ositos de peluches. Fui docente muchos años, y vos sabés lo que es la selva de la infancia, de la escuela primaria, entonces se hacía necesario sacudir un poco la rama para crear cosas para chicos que no hablaran solo del ideal, y decir: che, aterricemos un poco en los chicos reales. Entonces yo hice durante mucho tiempo eso de hacer bromas: ¡seguridad, retire a este público!; ¡qué público de porquería!; y toda esa clase de bromas para sacudir esa rama de la infancia ideal que creo estaba obstaculizando el buen encuentro con chicos reales, con sus vidas reales, sus problemáticas. Dicho eso, pasó tiempo y empecé a sentirme incomodo con tanta pregunta sobre cuándo venía ese personaje, si me iba a pelear con los chicos, y no era así, era un acto de ternura. Cuando, cuando ves a alguien que se siente muy mal o que está llorisqueando, por ahí lo sacudís un poco a ver si reacciona, convocás su vitalidad. Y en este show empiezo con Toc Toc, que es una canción súper dulce, no tiene chiste, no tiene broma, es bien para bebés; como diciendo: me corrí. Y después si agarro y me peleo, ya tengo mucho espacio alrededor, no quedé encasillado.

-¿Es como una pelea constante con el público la desmarcación?

-Es un trabajo constante: con el público, con la prensa, con uno mismo porque vas agarrando tics que son más fáciles pero a la vez son menos verdad, menos sinceros, menos novedosos. Escucharse a uno mismo la misma cantinela cansa. Uno también necesita devolverle vitalidad a lo que estás haciendo.

-Hay artistas que dicen que hay canciones que se hacen del público, que son las llamadas clásicas que la gente siempre termina pidiendo. Pero también está la opinión de que darle al público lo que pide es una actitud más bien cómoda y demagógica.

-Depende de lo que sea sincero. Si es verdadero el acto de estar cantando el Vampiro y si necesitás pegarle una vuelta a la canción, está todo bien. Pero si lo hacés para que digan guuuaauuu, no, es trucho en una palabra.

-¿Cuándo se dio cuenta que lo suyo funcionaba con los chicos?

-Las primeras veces no fue con chicos. Me invitaron a La Plata a una peña que se llamaba la Vizcachera a cantar. En realidad el director Guillermo Masi empezaba a dirigir un coro para niños y como sabían que yo era profe y que cantaba canciones para chicos y en los asados también se reían los grandes y estaba el lanzamiento del coro infantil, me dijeron venite a cantar unas canciones para chicos. Fui, y se reían los grandes también. Después me invitaron a cantar en esta peña la Vizcachera de noche, y yo tenía las canciones para chicos nomás, entonces tuve que componer algunas para grandes. Y sí, hubo un clic, pero fue después. Clarísimo, en Cuba. Pasé del café concert pequeño en Villa Gesel a un teatro de mil trescientas personas lleno en Cuba con toda la sala riendo y yo jajaja. Eso, ahí.

-¿Está muy atento a lo que dice el público, o a sugerencias?

-La canción que escuchaste recién esta hecha de anécdotas cotidianas (cuenta los sueños de un trabajador al cobrar el primer sueldo). La otra vez en una entrevista daba un ejemplo: suponete si a un mecánico le das la caja de cambio de un fiat tal, el tipo no necesita ver el resto del auto para saber qué es eso, lo puede armar perfectamente en su imaginación, lo conoce. Entonces cuando oigo un pedazo de conversación entre un chico y un adulto, o entre dos chicos no necesito toda la conversación. Hay algo de la dinámica de la conversación, del tono de las palabras, de la pregunta, de lo que sea que me permite reconstruir. Entonces estoy muy atento en realidad, a cachar fragmentos, y después con esos fragmentos es muy fácil reconstruir o armar o imaginarte todo los demás.

-Y ya que los sigue tanto, ¿percibe que los chicos de antes se reían más o menos?

-Los chicos padecen las reglas cuando son caprichosas, y a veces los que ponen reglas caprichosas son otros chicos. No sé si hoy la infancia es más o menos jerárquica o cambió la jerarquía clásica. Ahora los chicos súper jerárquicos sobre quién es un vivo, quién un chabón, un salame, un capo. Como las reglas ya no son las canónicas de la sociedad sino que van por otras tuberías más informales, pareciera que no hay, pero las hay. Y en algunos costados preocupantes. Cuando yo los veo tan con el culto de lo duro, a el aguante, otra vez queda tan lejos la inocencia y la ternura que decís: ¡puta!, qué lástima, porque estás perdiendo un pedazo de tu vida grosso.

Cómo haces para decir: che, no quiero más esto porque no me gusta; no quiero porque no es que no te quiero, pero no quiero; no es que te traiciono, pero no quiero. Se pierden muchas. Antes había una jerarquía del padre o autoridad clásica, ahora lo clásico ya no esta, pero no es que no hay jerarquía en los chicos ni en los adultos. Mal podemos hacer como adultos sino los entendemos y acompañamos. La ciudad cambió para todos. Como chico tenía mucha autonomía, podía potrear y en todo caso el que me hacia volver a casa era el llamado de mi vieja, que salía la vereda y pegaba un grito. Una combinación de muchos factores empezó a reducir la autonomía de los chicos, y en la ciudad ni hablar. Entre otras cosas porque los papás trabajan, la ciudad se volvió muy insegura. Cuando había llegado a Buenos aires era común ver chicos de nueve o diez años en los ómnibus, yendo a la escuela. Puede parecer que los chicos son distintos, pero están menos a la vista , antes los veías más. La macana de cuando la ciudad y los espacios públicos se vuelven inseguros es que los espacios seguros son temáticos: clase de pintura, clase de karate, y esta buenísimo natación, tenis, pero son todos espacios temáticos; y está bueno que sea un seguro y sin actividad dirigida, eso es muy fértil, sin tiempo, sin actividad dirigida, es sumamente fértil.

-Más allá de las situaciones circunstanciales, pasó a vivir más en México que en Argentina. ¿Qué es lo que le da?

-Algo que es justamente con lo que empezamos la entrevista. No sé por qué ni qué es lo que genera eso, pero cuando yo me paro en un escenario en México tengo un estado menos alerta y más compinche; y me divierto como mono. Acá también, pero tiene un matiz un poquín más alerta.

Fuente: Asterisco

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