lunes, 23 de noviembre de 2009

Gloria a los perdedores

Musica- Tom Waits

El mes próximo lanza Glitter & Doom Live, revisiones de sus giras recientes que ya se puede preordenar en su sitio web, donde también permite bajar algunos temas. Voz a las vidas malogradas. Por Jorge Belaunzarán

En la era que los mitos se desvanecen porque todo se ve, y se ve rápido, el suyo parece agigantarse. Llamativo, pero la leyenda Tom Waits comenzó a forjarse cuando las anécdotas que le darían cuerpo al gran relato empezaban a ser parte del pasado. Más precisamente Waits comenzó a ser el áspero y feroz cantante al que miles querían emular luego de conocer a Kathleen Brennan, con quien compone varios de sus temas, madre de sus tres hijos, y mujer de por vida. Al borde de los 30, Waits era el borrachín que todos luego supondrían: alegre de a ratos, vivaz ya casi de casualidad, con su voz de imaginación desbordada suficiente para cantar de club en club, grabar los discos que le permitían salir de gira y cobrar derechos de autor para seguir viviendo.

El héroe de cómic. Lo de anti no hace falta: a fines de los 70 la desilusión era tal que sólo pagaban los héroes con prefijo. Brennan, según palabras de Waits, le salvó la vida. Y si bien nadie suele preguntarle al salvado para qué quiere seguir viviendo, en el caso del músico californiano de padre borracho al que a su manera agradece haberlo abandonado a los 11 años pese a la soledad que sintió, la respuesta fue clara: no irse de este mundo antes de conocer la paz. Junto a ella vino la posibilidad de disfrutar de algunas cosas, incluso de la bebida que sólo se tomaba compulsivamente. Tuvo que largarla tiempo después, pero ya no tenía que decir que no era él el que estaba borracho sino su piano.

Swordfhistrombones (1983) fue el primer disco que sacó en compañía de Brennan. Cambio de rumbo radical para un nuevo Waits que sin embargo no dejaba de ser el de antaño: sólo había ordenado sus ideas con la varita mágica llamada Brennan. Siguió glorificando la vida de los perdedores de siempre, como sabiendo que lo único que se puede hacer con la vida es malograrla. Lo otro no sirve. Es trabajar para las grandes empresas a las que siempre les negó sus canciones y a las que les ganó varios juicios por usar con voces impostadas sus melodías. Es pensar que habrá redención. Suponer una justicia universal. Creer que los padres tienen razón. Pensar que el mérito tiene premio. Y la virtud, aplausos. Sólo existe ir tras la quimera de que todo será parecido al sueño, que la vida se ubicará lejos de la pesadilla, y que si no lo hace, entonces no vale la pena.

Waits conoció el milagro. Lo que comúnmente llaman amor y que en general no sirve para pagar las cuentas ni comprarse una casa, pero que sana, sana cuando alguien, como dice que le pasó de chico, siente la distorsión del mundo. Paradójico, el amor le quitó la vida sobre la que canta como nadie. Acaso le dio la distancia para verla de verdad. Y el cariño para soportarla. De cualquier modo, la vida de la ruta, el alcohol y las drogas que describiera como “esperar comida o dinero de una expendedora de Coca Cola”, nunca tuvo el glamour que le atribuyen. Como él mismo define, desautorizando este artículo de antemano: “Nadie sabe de verdad cómo era la vida de Bukowski. Sabemos lo que hemos leído, y lo que sacamos de su trabajo y lo que imaginamos. Vi a Bukowski un par de veces, pero fue como cuando conocí a Keith Richards: uno trata de estar a la altura de ellos con la bebida. Pero uno es un novicio, un niño. Me encontré bebiendo con piratas rugientes. Ambos están hechos de un material diferente, como trabajadores portuarios. Pero, esencialmente, lo que hay es escenario y detrás del escenario. Y ustedes saben lo que nosotros les permitimos saber.”

Fuente: Asterisco

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