sábado, 14 de noviembre de 2009

Conmovedor montaje en una puesta local de una obra catalana

Se destaca el trabajo de Fernanda Pérez Bodria

La plaza del diamante, de Mercé Rodoreda. Versión teatral: Joan Ollé. Intérprete: Fernanda Pérez Bodria. Música original: Natalia Sordi. Luces: Eduardo Pérez Winter, Adrián Grimozzi. Escenografía: Fernando Lancellotti. Dirección: Diego Demarchi. Sábados, a las 21, en Templum (Ayacucho 318). Duración: 60 minutos.

Nuestra opinión: muy buena

Sentada en el banco de una plaza, Natalia narra su historia. Hay en ese relato mucha ingenuidad, pero también un dolor particular. Una mujer de pueblo que vive pobremente, sumida a los intereses de su esposo, madre de dos hijos a los que les cuesta mucho mantener. En su vida, parece no tener ninguna expectativa, sólo la de sobrevivir como se puede en tiempos de guerra, con amores que mueren peleando en el frente, niños que crecen sin preguntar por su padre y una fuerte carencia a la hora de recibir alguna contención afectiva.

La novela de la catalana Mercé Rodoreda cuenta una historia sencilla, pero la versión teatral de Joan Ollé sintetiza las imágenes justas para que el espectador la descubra potente y entrañable. La puesta local, que dirige Diego Demarchi, es sumamente efectiva. El creador introduce a su actriz de manera delicada en ese pequeño cuento y ella, la intérprete, Fernanda Pérez Bodria, pareciera dejarse llevar por ese mundo que describe y que descubre con mucha minuciosidad, como si necesitara que ningún dato se le escapara, que ninguna imagen se opacara, que ningún personaje perdiera su entero valor.

Una reconocible valorización de la palabra hace muy creíble esa historia. La luz sostiene a ese personaje dentro de un mundo que carga con belleza, y la música, en pequeñas dosis, quiebra la acción, entra en el momento justo para que la atención del espectador descanse, se reacomode y vuelva a ingresar en la narración con la fuerza necesaria para comprender algo más del destino de esa mujer tan pequeñita y tan conmovedora.

Carlos Pacheco
Fuente: La Nación

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