Dirige la exitosa "Baraka" y prepara, con un elenco integrado por Valeria Bertuccelli, Verónica Llinás y Alejandra Flechner, una versión muy propia de la leyenda de "Caperucita"
Por: Juan José Santillán
Yo hablo mucho, ¿no? Vos dirás para dónde va la nota", dice Javier Daulte y detiene su relato que atraviesa obras, actores, años y teatros en un viaje por Barcelona, Madrid, Buenos Aires. "España me profesionalizó - aclara-. Eso no suena muy bien, pero pienso que fue así. De algún modo, allá aprendí a trabajar con producciones comerciales. Cuando llego a dirigir Baraka, con este grupo de actores, para mí fue menos extraordinario que para los que sólo conocen mi trabajo en este lado del océano".
Su éxito en España se afirma, entre otras cosas, porque Daulte integró por la puesta Nunca estuviste tan adorable, en Barcelona, la lista de doce finalistas que compitieron este año por el Premio Valle Inclán, un prestigioso reconocimiento a teatristas españoles.
Daulte elabora un itinerario minucioso por distintas circunstancias. "Me gusta que todo tenga una explicación, un orden", desliza al hablar sobre la adaptación del cuento que dará forma a su próximo espectáculo, Caperucita, que empezará a ensayar en estos días con Valeria Bertuccelli, Verónica Llinás y Alejandra Flechner. Pero vamos por partes. Por lo pronto, tiene en cartel Baraka, una de las obras más taquilleras de la cartelera porteña protagonizada por Darío Grandinetti, Juan Leyrado, Jorge Marrale y Hugo Arana. En este trabajo, Daulte encara por segunda vez la dirección y puesta en escena de un texto que no es de su autoría.
"La única experiencia que tenía antes con otro autor fue Intimidad, una novela de Hanif Kureishi, que adaptó para teatro Gabriela Izcovich 2002 -explica Daulte- Con Baraka lo pude volver a hacer porque me vinculé con la obra de la misma manera que yo me vinculo con mis textos: como autor no me respeto mucho. Lo que trato, de algún modo con la puesta en escena, es disimular los problemas que uno sabe que tiene la obra. Cuando recibo el texto de María Goos, venía de un año de mucho trabajo, estaba muy cansado. Me convocó Jorge Marrale y lo primero que pensé fue ojalá no me interese tanto, porque venía quemado y no quería pensar en más trabajo."
Hace tiempo que Daulte tenía postergado un espectáculo con Darío Grandinetti y Jorge Marrale, a quiénes conoció hace once años en Fiscales, el unitario que escribió con Alejandro Tantanian. "En ese programa trabajaba Selva Alemán y quedé muy amigo de los tres -dice-. Darío me había dicho que tenía ganas de hacer algo conmigo en teatro. Pero aunque las circunstancias no se dieron, permanecieron las ganas".
¿Cuál fue tu impresión en la primera lectura de "Baraka"?
Pensé que esa obra hecha por estos actores, que además son amigos en la vida real, tenía sentido y que podía llegar a convertirse en un acontecimiento teatral. Uno podría pensar que Baraka es una apología de la amistad y la obra es lo opuesto. Lo más interesante que tiene es que cuestiona ese vínculo de la amistad, que todavía permanece bastante sacralizado. El matrimonio y la familia como institución han caído en desgracia, han tenido su desacralización. La amistad no ha sido cuestionada, pareciera que es el último reducto de los vínculos ideales. Me parecía interesante decir que la amistad no es necesariamente para siempre.
¿Qué tuvo de positivo y cuáles fueron las desventajas que encontraste al trabajar con un grupo de actores que se conoce tanto entre sí?
El grupo es menos neurótico que cada uno de sus integrantes. Este cuarteto tiene un equilibrio, pero también es cierto que el primer día que estuvieron reunidos en mi casa me dijeron queremos ser dirigidos. También, les dije, yo quiero dejar de fumar y no puedo. Había que ver si realmente podían dejarse dirigir. Después, durante los ensayos se dio una circunstancia muy particular. Yo no hago lectura, no analizo la obra. Empiezo con el texto aprendido. Baraka empieza con Darío Grandinetti, solo. Después, continúa con Darío y Jorge Marrale. Luego, siguen Darío, Jorge y Juan Leyrado. Finalmente, aparecen todos juntos en escena. Ensayé sólo con cada uno y se fueron juntado con el orden en que aparecían en la obra. Dicho en criollo mi estrategia fue: "divide y reinarás". No pudieron ni la primera ni la segunda semana irse los cuatro juntos a comer después de un ensayo y hablar sobre lo que hicieron. Cada uno estaba por separado. Esto fue beneficioso para el trabajo. El mayor mérito fue la confianza que ellos tuvieron en mí.
¿Tuviste la sensación de rendir examen como director para lograr la confianza de este elenco?
No tuve esa sensación, porque si pensaba que existía esa posibilidad no la iba a dirigir. Creo que el mejor actor es aquel a quien uno puede dirigir. Si es la primera obra que dirijo y tengo a Norma Aleandro, no es la mejor actriz, porque no la voy a poder dirigir. No tengo ningún problema en mostrar que no sé algo. Pienso que el actor hace preguntas, necesita respuestas y es importante dárselas. Pero si uno intenta darle todas las respuestas, es un síntoma de inseguridad. Uno también puede dudar y puede equivocarse dos veces en un proceso de ensayo: no tres. La tercera prueba tiene que funcionar. Uno necesita que el actor se entregue cien por ciento y lo hace cuando siente que tiene una red importante donde caer. Esa red la forman sus compañeros de escena, pero el que genera esa red para que el actor pueda dar un triple salto mortal, es el director. Esto se genera, solamente, a través de la confianza.
En una compilación de sus textos dramáticos, Daulte escribió un postfacio con una serie de notas, tan interesantes como entretenidas, sobre su vida y la gestación de obras fundamentales como Gore, Estás ahí y Nunca estuviste tan adorable, entre otras. Empecé a estudiar teatro a los catorce -escribió-. Es decir que llevo mucho más de la mitad de mi vida en esto. De todos esos años puedo decir que sólo los últimos nueve han sido medianamente fértiles".
¿Cómo pensás los períodos de tu escritura y la relación que asumiste en la dirección de tus textos?
En mis inicios en el Payró, sólo escribía. Creía en el escritor de gabinete. A este período pertenece Criminal, Marta Stutz, Casino y Geometría. Estuve muy pegado a los ensayos, a Diego Kogan como director. Me hicieron creer que para mí la dirección no era un territorio posible. La segunda etapa empieza con Gabriela Izcovich. Ella me dice, contra todas las opiniones, el mejor director de los textos es el autor. Hago Faros de color con Carlos Belloso, María Onetto y Gabriela Izcovich. Ahí descubro que me encanta dirigir y la paso muy bien. Profundicé con Gore, donde comienzo un método que es tener menos del 30 por ciento de la obra escrita y empezar a ensayar. Escribía una escena, la veía y al día siguiente traía otra escena. Los ensayos me pisaban los talones. Después, comienzo mi tercera etapa, en el teatro comercial, que se extiende hasta Caperucita, que empecé el año pasado.
¿En qué estado estás con los ensayos de "Caperucita"?
Tuvimos una primera charla el año pasado y el proyecto surge de un llamado de Verónica Llinás, que se junta con Valeria Bertuccelli y Alejandra Flechner. Me llaman para decirme que deseaban hacer algo conmigo. Yo, en ese momento, estaba pensando la historia de tres mujeres y un hombre. Al grupo de tres actrices se sumó Héctor Díaz, a quien convoqué especialmente. Estrenamos el 25 de agosto.
¿Cómo surgió ese primer proyecto de escritura?
Partí de algunas preguntas sobre el monstruo en la dramaturgia, pero también en el cine y en la literatura. Me inquieto que su aparición nunca se explica demasiado. Por otro lado, Caperucita no es un cuento escrito, sino una leyenda que siempre tuvo un carácter universal. Otra pregunta importante para escribir la obra fue: ¿por qué la madre manda a Caperucita aver a su abuela, aún sabiendo que hay un grave peligro? ¿Por qué no va ella a verla?
¿Cómo llevaste esas ideas a una versión final del espectáculo?
En la obra no hay lobo y Caperucita es una chica que pertenece a una familia de clase media. La abuela, que interpreta Verónica Llinás, está internada y gravemente enferma. Le hacen tres By pass y espera la visita su nieta, Valeria Bertuccelli. La madre es Alejandra Flechner, que hace síntomas de todo tipo y no ve ni procesa la futura muerte de su madre. La niega completamente. Caperucita atraviesa la dificultad de asimilar la muerte de la madre.
Fuente: Clarín
Su éxito en España se afirma, entre otras cosas, porque Daulte integró por la puesta Nunca estuviste tan adorable, en Barcelona, la lista de doce finalistas que compitieron este año por el Premio Valle Inclán, un prestigioso reconocimiento a teatristas españoles.
Daulte elabora un itinerario minucioso por distintas circunstancias. "Me gusta que todo tenga una explicación, un orden", desliza al hablar sobre la adaptación del cuento que dará forma a su próximo espectáculo, Caperucita, que empezará a ensayar en estos días con Valeria Bertuccelli, Verónica Llinás y Alejandra Flechner. Pero vamos por partes. Por lo pronto, tiene en cartel Baraka, una de las obras más taquilleras de la cartelera porteña protagonizada por Darío Grandinetti, Juan Leyrado, Jorge Marrale y Hugo Arana. En este trabajo, Daulte encara por segunda vez la dirección y puesta en escena de un texto que no es de su autoría.
"La única experiencia que tenía antes con otro autor fue Intimidad, una novela de Hanif Kureishi, que adaptó para teatro Gabriela Izcovich 2002 -explica Daulte- Con Baraka lo pude volver a hacer porque me vinculé con la obra de la misma manera que yo me vinculo con mis textos: como autor no me respeto mucho. Lo que trato, de algún modo con la puesta en escena, es disimular los problemas que uno sabe que tiene la obra. Cuando recibo el texto de María Goos, venía de un año de mucho trabajo, estaba muy cansado. Me convocó Jorge Marrale y lo primero que pensé fue ojalá no me interese tanto, porque venía quemado y no quería pensar en más trabajo."
Hace tiempo que Daulte tenía postergado un espectáculo con Darío Grandinetti y Jorge Marrale, a quiénes conoció hace once años en Fiscales, el unitario que escribió con Alejandro Tantanian. "En ese programa trabajaba Selva Alemán y quedé muy amigo de los tres -dice-. Darío me había dicho que tenía ganas de hacer algo conmigo en teatro. Pero aunque las circunstancias no se dieron, permanecieron las ganas".
¿Cuál fue tu impresión en la primera lectura de "Baraka"?
Pensé que esa obra hecha por estos actores, que además son amigos en la vida real, tenía sentido y que podía llegar a convertirse en un acontecimiento teatral. Uno podría pensar que Baraka es una apología de la amistad y la obra es lo opuesto. Lo más interesante que tiene es que cuestiona ese vínculo de la amistad, que todavía permanece bastante sacralizado. El matrimonio y la familia como institución han caído en desgracia, han tenido su desacralización. La amistad no ha sido cuestionada, pareciera que es el último reducto de los vínculos ideales. Me parecía interesante decir que la amistad no es necesariamente para siempre.
¿Qué tuvo de positivo y cuáles fueron las desventajas que encontraste al trabajar con un grupo de actores que se conoce tanto entre sí?
El grupo es menos neurótico que cada uno de sus integrantes. Este cuarteto tiene un equilibrio, pero también es cierto que el primer día que estuvieron reunidos en mi casa me dijeron queremos ser dirigidos. También, les dije, yo quiero dejar de fumar y no puedo. Había que ver si realmente podían dejarse dirigir. Después, durante los ensayos se dio una circunstancia muy particular. Yo no hago lectura, no analizo la obra. Empiezo con el texto aprendido. Baraka empieza con Darío Grandinetti, solo. Después, continúa con Darío y Jorge Marrale. Luego, siguen Darío, Jorge y Juan Leyrado. Finalmente, aparecen todos juntos en escena. Ensayé sólo con cada uno y se fueron juntado con el orden en que aparecían en la obra. Dicho en criollo mi estrategia fue: "divide y reinarás". No pudieron ni la primera ni la segunda semana irse los cuatro juntos a comer después de un ensayo y hablar sobre lo que hicieron. Cada uno estaba por separado. Esto fue beneficioso para el trabajo. El mayor mérito fue la confianza que ellos tuvieron en mí.
¿Tuviste la sensación de rendir examen como director para lograr la confianza de este elenco?
No tuve esa sensación, porque si pensaba que existía esa posibilidad no la iba a dirigir. Creo que el mejor actor es aquel a quien uno puede dirigir. Si es la primera obra que dirijo y tengo a Norma Aleandro, no es la mejor actriz, porque no la voy a poder dirigir. No tengo ningún problema en mostrar que no sé algo. Pienso que el actor hace preguntas, necesita respuestas y es importante dárselas. Pero si uno intenta darle todas las respuestas, es un síntoma de inseguridad. Uno también puede dudar y puede equivocarse dos veces en un proceso de ensayo: no tres. La tercera prueba tiene que funcionar. Uno necesita que el actor se entregue cien por ciento y lo hace cuando siente que tiene una red importante donde caer. Esa red la forman sus compañeros de escena, pero el que genera esa red para que el actor pueda dar un triple salto mortal, es el director. Esto se genera, solamente, a través de la confianza.
En una compilación de sus textos dramáticos, Daulte escribió un postfacio con una serie de notas, tan interesantes como entretenidas, sobre su vida y la gestación de obras fundamentales como Gore, Estás ahí y Nunca estuviste tan adorable, entre otras. Empecé a estudiar teatro a los catorce -escribió-. Es decir que llevo mucho más de la mitad de mi vida en esto. De todos esos años puedo decir que sólo los últimos nueve han sido medianamente fértiles".
¿Cómo pensás los períodos de tu escritura y la relación que asumiste en la dirección de tus textos?
En mis inicios en el Payró, sólo escribía. Creía en el escritor de gabinete. A este período pertenece Criminal, Marta Stutz, Casino y Geometría. Estuve muy pegado a los ensayos, a Diego Kogan como director. Me hicieron creer que para mí la dirección no era un territorio posible. La segunda etapa empieza con Gabriela Izcovich. Ella me dice, contra todas las opiniones, el mejor director de los textos es el autor. Hago Faros de color con Carlos Belloso, María Onetto y Gabriela Izcovich. Ahí descubro que me encanta dirigir y la paso muy bien. Profundicé con Gore, donde comienzo un método que es tener menos del 30 por ciento de la obra escrita y empezar a ensayar. Escribía una escena, la veía y al día siguiente traía otra escena. Los ensayos me pisaban los talones. Después, comienzo mi tercera etapa, en el teatro comercial, que se extiende hasta Caperucita, que empecé el año pasado.
¿En qué estado estás con los ensayos de "Caperucita"?
Tuvimos una primera charla el año pasado y el proyecto surge de un llamado de Verónica Llinás, que se junta con Valeria Bertuccelli y Alejandra Flechner. Me llaman para decirme que deseaban hacer algo conmigo. Yo, en ese momento, estaba pensando la historia de tres mujeres y un hombre. Al grupo de tres actrices se sumó Héctor Díaz, a quien convoqué especialmente. Estrenamos el 25 de agosto.
¿Cómo surgió ese primer proyecto de escritura?
Partí de algunas preguntas sobre el monstruo en la dramaturgia, pero también en el cine y en la literatura. Me inquieto que su aparición nunca se explica demasiado. Por otro lado, Caperucita no es un cuento escrito, sino una leyenda que siempre tuvo un carácter universal. Otra pregunta importante para escribir la obra fue: ¿por qué la madre manda a Caperucita aver a su abuela, aún sabiendo que hay un grave peligro? ¿Por qué no va ella a verla?
¿Cómo llevaste esas ideas a una versión final del espectáculo?
En la obra no hay lobo y Caperucita es una chica que pertenece a una familia de clase media. La abuela, que interpreta Verónica Llinás, está internada y gravemente enferma. Le hacen tres By pass y espera la visita su nieta, Valeria Bertuccelli. La madre es Alejandra Flechner, que hace síntomas de todo tipo y no ve ni procesa la futura muerte de su madre. La niega completamente. Caperucita atraviesa la dificultad de asimilar la muerte de la madre.
Fuente: Clarín
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