miércoles, 10 de junio de 2009

Cuarteto de sombras

Imagen: Nora Lezano

TEATRO > LAS 100 FUNCIONES DE CRAVE DE SARAH KANE Y CRISTIAN DRUT

Sarah Kane fue una dramaturga que renovó la escena británica con un teatro revulsivo, desesperado y por momentos tierno en su desolación. A los 28 años, Kane decidió que ya no era posible continuar viviendo con una depresión tan grave como la que sufría, y se suicidó. Casi diez años después, sus obras tomaron por asalto la escena del off de Buenos Aires. Y una de ellas, la extraordinaria Crave, una triste canción de amor para cuatro voces, cumple 100 funciones, número insólito por lo abultado para la escena alternativa, pero comprensible con apenas asomarse a la belleza fatal de una pieza inolvidable.

Por Mercedes Halfon

En el inicio de Crave vemos cuatro personajes sentados frente a nosotros, en medio de un espacio blanco, cuadrado y vacío. Miran fijo al público y durante algunos largos y tensos minutos no pronuncian ni media palabra. Este silencioso primer momento de la obra podría parecer un lugar común del teatro off: los actores no hablan, sólo miran y sugestionan; podría parecer incluso un recurso de inicio. Sin embargo, el sentido en esta obra es otro. Es algo así como el silbido sordo de un cuerpo cayendo metros hasta estrellarse contra el piso. Ese silencio habla del estallido que precede a la obra. Así suena. Un estallido en todo sentido. Temporal, individual, emocional, psicológico, estético. Una vez que los actores empiecen a hablar, a martillarnos el cerebro con el sonido de sus palabras, no pararán más.

NUESTRO SARAJEVO

La dramaturgia de Sarah Kane es una de las cosas más nuevas que le pasaron al teatro. Su estela incandescente y furiosa arrasó Londres en los años ‘90, dejando tras de sí cinco obras teatrales extraordinarias, cientos de fans, gente desesperada en traducir sus textos a otros idiomas, y luego se apagó. Todo muy rápido. Entre su primer estreno y su muerte pasaron cuatro años. Aun así no hay duda de que Sarah Kane fue la voz de los años ‘90, la Kurt Cobain del teatro, y esto mucho más allá de su depresión ingobernable y explícita, y de su temprano suicidio. Para comprobarlo basta con consignar la polémica que cada uno de los estrenos de Kane producía en los principales diarios de Londres (curiosamente su padre, Peter Kane, fue el jefe de redacción del Daily Mirror durante décadas). Su primera obra, Blasted, fue calificada por el Daily Mail como “una desagradable feria de la asquerosidad”, a lo que agregaron: “Sin duda alguien se preguntará si el dinero no hubiese sido mejor gastarlo en unas sesiones de terapia de rehabilitación”. La respuesta es no. Pero de todos modos, esa clase de recepción permite asomarse a lo que Kane producía en sus contemporáneos: sorpresa, incomprensión, rechazo, lo suyo superaba la percepción media de la época, no sólo por las escenas de violencia, violaciones y canibalismo, sino porque lo que el texto venía a decir era algo mucho más intolerable, venía a decir que una habitación de hotel londinense podía ser también Sarajevo, una situación cotidiana que mutaba hacia pesadillas muy parecidas a las que llegaban a través de la televisión.

Sarah Kane ponía en escena imágenes más crueles de lo que era posible hacerse cargo. Aquello de que la violencia está entre nosotros. En su momento sólo (y nada menos que) Harold Pinter y Edward Bond fueron abiertos hacia su poética y pudieron dimensionar lo novedoso, humano y bello que estaba produciendo. Pero Sarah Kane no sólo inventó una forma diferente, desconsolada y poética de mirar el mundo, sino también abrió una brecha generacional, abriendo paso a otros espectadores hacia el teatro. Un público nuevo y joven la siguió, los que crecieron en la era Thatcher, inmersos en desesperanza y rabia, un rechazo auténtico. Como el de ella.

Después de Blasted se aceleraron los estrenos: Phaedra’s Love, Cleansed, 4.48 Psicosis y Crave. Kane se suicidó a los veintiocho años.

VENIMOS DE MUY LEJOS

Siete años después de la muerte de Sarah Kane, su teatro llegó a Buenos Aires. Se hicieron varias versiones de sus obras, entre ellas 4.48 Psicosis, con Leonor Manso y dirección de Luciano Cáceres; Aniquilados, dirigida por la misma Manso; Cleansed, en versión de Mariano Stolkiner; y Crave, dirigida por Cristian Drut. Esta última se estrenó en 2006 y extrañamente, increíblemente, permanece en cartel. La puesta fue de las primeras que trajeron a Kane a la escena local, al mismo tiempo que empezó a circular por BA una versión del texto traducida por Jaime Arrambide al español rioplatense. Crave hizo funciones en una salita mínima llamada Lavapiés en el barrio de Montserrat y luego se fue a No Avestruz, un lugar que habitualmente no se dedica al teatro. Ambos espacios en su diferencia –uno por pequeño y trash y el otro por inhabitual– ayudaban a hacer la visión de Crave un hecho único.

La primera frase que se pronuncia en la obra es: “Estás muerta para mí”. La siguen una y mil de ese tenor. Crave, con su helado estatismo actoral, es la calma que precede un estallido y que prenuncia otro posterior: ya no hay personajes, no hay una historia, sólo fragmentos sin unidad, porque de esa laceración, de ese desmembramiento es del que está hablando Kane. En su puesta, Drut sentó a los actores en cuatro sillas apenas iluminados por proyecciones digitales. Y es desde esa inmovilidad que emergen las imágenes, las palabras de desesperanza, de soledad, de angustia, pero sobre todo de desamor, de la cita fallida, del fracaso en loop, una larga y triste canción de amor cantada a cuatro voces. Cuatro personas que, por más que estén inmovilizadas, no pueden dejar de sentir. Entonces pronuncian textos como: “Porque, por su naturaleza, el amor desea un futuro” o “¿Y no crees que el niño fruto de una violación sufriría?” o “De noche la ausencia duerme entre los edificios” o “No quiero envejecer y pasar frío y ser tan pobre que no pueda teñirme el pelo”.

Por alguna razón muy relacionada con la belleza inusual de la obra, Crave está realizando su cuarta temporada en el teatro off de Buenos Aires. En este mayo cumplen 100 funciones. Siempre con Gaby Ferrero, Carolina Adamovsky, Javier Lorenzo y Javier Acuña, tan dueños de la versión como su director. En palabras de Cristian Drut: “En nuestro caso la obra vuelve porque hay una decisión muy fuerte de decir aquello que la obra dice. Pasaron tres años del estreno y seguramente muchas cosas han cambiado y van a seguir cambiando, así como las resonancias para nosotros”. También cuenta que este último reestreno nació por iniciativa de los actores y que de algún modo todos saben, los cinco, que siempre que puedan, estén en BA y tengan un día libre, van a volver a hacer Crave. Mucho más de cien veces.

Crave se puede ver los sábados a las 23, en No Avestruz, Humboldt 1857. Entrada: $ 25.

Fuente: Página 12

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