lunes, 1 de junio de 2009

¡Bond!... ¡Edward Bond!


Edward Bond nació en las periferias de Londres en 1934, hijo de una familia obrera es hoy en día considerado uno de los más grandes autores de teatro contemporáneo. Paralelamente a su obra dramática (más de treinta piezas) ha desarrollado una vasta reflexión teórica y política sobre el arte del teatro, la cual pone en práctica en sus puestas en escena y talleres para actores.

La sociedad nos envía al teatro

En la jungla y los desiertos de los pueblos primitivos tanto como en la civilización clásica de la Atenas de Pericles, la comunidad entera iba al teatro. Si los esclavos, los locos y la mujeres eran excluidas en ocasiones, es porque no eran completamente miembros de la sociedad. La sociedad enviaba al pueblo al teatro así como lo enviaba a la caza o a los campos. Podría creerse que en nuestros días ya no se envía a la gente al teatro y que cada uno va por su propio gusto. Eso es una ilusión. Todavía es la sociedad la que nos envía. La sociedad tiene tanta necesidad del teatro como de otras instituciones- sus prisiones, universidades, parlamentos, etc.- Una sociedad injusta no se contenta con manipular la fuerza, travistiendo la violencia en respeto al orden, ella manipula la totalidad de la cultura. Cuando la sociedad explota de manera comercial el teatro corrompe la sociedad, puesto que el producto que ella explota es la imagen del ser humano.

Explotar la imagen del ser humano crea más apatía y dolor que encadenar y hacer explotar un cuerpo humano. Lo mismo pasa con la religión actual. La religión es una forma de teatro, una derivación de la psiquis humana, pero ella es incapaz de evolucionar pues no puede olvidara sus dioses, aún cuando las máquinas de sus industrias no necesitan d dioses. La agitación febril de la iglesia actual no hace más que esconder en vano su abatimiento. La iglesia reduce la moral a una banalidad, violentando así a sus fieles, y se convierte entonces en la sirviente de un materialismo mercantil y de su derroche. La iglesia es una fuerza de impiedad social.

La sociedad tiene necesidad del teatro pues a través de él va a la búsqueda de la imagen humana. Las grandes instituciones nacionales- teatros nacionales, universitarios, municipales, etc.- favorecen la cultura pero también la manipulan y la reprimen. Hacen de toda la sociedad un Ghetto. El teatro escapa en gran modo a la tecnología. Algunas personas en un lugar cerrado son suficientes para hacer teatro. Esto constituye una fuerza pues así el teatro se escapa a la empresa de la política en sus formas comerciales y policiales, pero es también una debilidad.

Hay un conflicto entre las fuentes financieras y las fuentes creadoras. En una sociedad injusta, las fuerzas creadoras no pueden surgir más del estado, pues éste ya no es la encarnación de una clase progresista que funda su desarrollo en la razón humana: el sólo encarna a una clase explotadora y su capacidad de explotación. En nuestros días las fuerzas creadoras debieran emerger de las calles. Ya no existe el arte popular: este se ha convertido en el kitch de la sociedad mercantil. El arte de la calle es creador. No hay que rendirse al romanticismo de la calle, pero encontramos tanta inmundicia y crueldad en la calle como en las instituciones culturales. Pero el saber hacer y la disciplina de la calle tienen un poder tónico y liberador tanto o más fuerte que el de las academias. En una sociedad injusta, la autoridad está obligada mentir; la calle puede mentir. Las academias y los teatros institucionales no son capaces de explotar las capacidades del arte pues ellos no necesitan al arte. La calle tiene necesidad de arte.

Nosotros creemos que el arte tiene sus raíces en la verdad, pero sus raíces se encuentran en la mentira. Un niño hace las mismas preguntas que los filósofos: él pregunta “qué, porqué, cómo?” Ellos hacen esas preguntas porque son cerebro y holística sin límites. Un niño hace las más profundas preguntas filosóficas más profundas, pero las hace a propósito de su pieza, pues ese es su universo. Y, cuando crece, quiere una explicación incluso para la existencia de las estrellas. Precisamente porque esas preguntas tienen sentido esas preguntas son sinceras, pero las respuestas no siembran más que confusión y mentira. El niño aporta él mismo las primeras respuestas. Estas tienen la forma de imágenes, esas imágenes ven lo que ellos sienten, ese lenguaje precoz es más expresivo que descriptivo, pero es un lenguaje intelectual que analiza y que discierne; el rey Lear dijo a su hija “nada puede nacer de nada”, pero de nada nace todo. Este es el primer encuentro del niño con la verdad y es por esta razón que no podemos prescindir del arte.

Más tarde encontraremos respuestas, pero serán mentiras o estarán llenas de errores. Con el solo fin de existir, las sociedades primitivas mezclaban la verdad con el error con el fin de contener y de estimular a la sociedad, así la rodea de misterio. Lo sagrado es una manera de mantener al mundo en la esclavitud. El rol de los sacerdotes es mantener ciertas ilusiones a tal punto que éstas se conviertan en verdad, es decir, que guíen las acciones humanas, y ya que eso no es posible entonces mienten.

Los inquisidores de Dostoievski mienten a todo el mundo, salvo a Dios, a quien ofenden contando la verdad. Podemos exigirle a una sociedad que posee tecnología hidráulica que no crea en Dios de la lluvia o que funde sus instituciones sobre su existencia. Una sociedad así será eternamente devastada. “La verdad social suprema” es una mentira. Para una sociedad el mundo es uno con su propia cultura, como para un niño su mundo es uno con su pieza. El niño no puede escapar de aquello que pasa en su pieza así como la sociedad no puede escapar de su dios de la lluvia. Cuando crece, el niño lleva el mundo a su pieza y no a la inversa, su espíritu no podrá nunca abandonar su pieza pues ésta es el fundamento de su psiquis. A medida que crece y se introduce en el mundo de los adultos, éstos responden a sus preguntas sinceras con “la verdad social suprema” se mezclan la confusión con la mentira.

Un niño no puede comprender la ciencia hidráulica o los avatares de la economía, pero puede comprender y vivir con ilusiones y cuentos de hadas y dioses de la lluvia. Mentimos a nuestros niños para que aprendan a venerar la verdad. Es en función de aquello que ha aprendido en primer lugar, y de la seguridad, el vértigo o dudas que haya experimentado, que un niño interpreta lo que aprenderá más tarde. Jamás podemos responder a las preguntas de los niños, tampoco podremos responderlas en el futuro, incluso Dios no podría responderlas, Dios es la última persona apta para comprender el sentido de la vida, presentar excusa, es todo lo que El podría hacer.

Cómo justificar algo que no había necesidad de crear. Por qué forjar respuestas cuando podríamos no haber hecho preguntas. Si bien es cierto que cualquier pequeño evento puede decretar todo el desarrollo de la evolución, también lo es que ésta no podría darle sentido a la vida. El sentido proviene de la experiencia adquirida en esa evolución. Incluso si la evolución hubiese tenido una finalidad determinada, concebida de antemano, ésta tendría tanto sentido para nosotros como para una larva, pues no somos capaces de percibirla o conocerla.

Y si un ser como nosotros o una larva hubiese concebido una finalidad para la evolución lo haría al interior de sus propios límites, sería pues la finalidad de una criatura inferior y no la de un Todopoderoso. Dios no podría crear ni su propio sentido. El sólo existe porque lo conocemos. Entonces amar es experimentar una necesidad. La fosa entre los dioses y los seres humanos no puede ser llenada. El cristianismo intenta llenarla diciendo que dios se ha encarnado en cada hombre y cada mujer, pero está claro que él no es nada. Para servir a sus propósitos la religión se esfuerza y va demasiado lejos, y cuando las circunstancias cambian, estos esfuerzos son ridículamente insuficientes.

La más profundas de las religiones es la creencia en el nirvana, pero, como es ella misma la que hace con la mayor honestidad preguntas que no tienen respuesta, ella es también la más ingenua de todas. Por qué el niño debiera rodearse de un velo de ilusión? La religión del nirvana, como todas las religiones, descansa sobre ilusiones: es incapaz de explicar porqué todo nace de nada. El enigma de la filosofía es que puede vivir de preguntas. Si dios estuviera obligado a hacer estas preguntas a un niño cada uno sería tan ignorante como el otro. Entonces el niño debe aceptar el hacerse responsable del mundo. Qué más puede hacer. Cuando el pregunta qué o por qué?, no se puede hacer a un lado, fuera del mundo, como lo hace dios. Los niños lloran porque son filósofos.

Los niños preguntan qué y por qué, pero deben aprender a preguntar “cuánto”, “cuando” y “ cuántas veces”, como, lejos de poder hacerlos callar, las primeras preguntas persisten, y damos las respuestas que convienen a las segundas preguntas, es ahí donde comienza la tensión, ahí aparece la paradoja. Pareciera que el niño es el padre del hombre, pero el hombre tiene por deber matar al niño, lo hacemos a través de las respuestas que damos – porque hemos sido niños- por la rabia que experimentamos.

El arte es una lengua desprovista de gramática, pues el niño hace preguntas en una lengua y le respondemos en otra; y la inocencia es un modo de existencia dónde la acción es siempre un riesgo. La psiquis de un niño, hecha de instintos y razonamientos es fundada sobre un mundo de ilusiones que son mentiras. Los padres desean proteger a su hijo y alimentar sus emociones, le mienten a través de sus gestos y su comportamiento, sus historias y sus poemas. Si desean penetrar en el mundo del niño para servirle de guía, están forzados a mentir. Si, le mienten por amor- pero es por esta misma razón que Himmler mataba Judíos. Sólo quienes odian a sus hijos le dicen la verdad.

Desde que el niño se hace consciente, la sociedad se instala en su cerebro, a la manera de un visitante, de un arquitecto residente. Si nuestros problemas se debieran a nuestros instintos animales, seríamos menos peligrosos, menos crueles y menos crédulos. Pero frente al espíritu dotado de conocimiento, los instintos son como espigas en medio de una tormenta. Tenemos con nuestros instintos la misma relación que las civilizaciones antiguas tenían con las estrellas. Se identifican con el sentido que nosotros les damos.

Sentido y sensaciones se estructuran a través de la emoción. La personalidad no es inamovible pues la inocencia no deja de cuestionarla. Si las respuestas que ésta recibe la hacen sentir culpable, entonces éstas nos corrompen. Pero esta culpabilidad nos hará cuestionar tanto como lo habría hecho la inocencia. Es produciendo un conjunto de reacciones a estas preguntas que a medida que nuestra vida pasa nos convertimos en aquello que somos.

Fuente: tod@s trabajando

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