LA FAMILIA UNIDA. La obra de Letts, como otras actuales, rechaza a las ideas como sinónimo de solemnidad.
La exitosa obra teatral Agosto aviva algunas de las polémicas más fogosas de la escena contemporánea. Aquí, una reflexión acerca de una dramaturgia que debe más a la TV que a una tradición escénica.
En el abultado programa que nos reparten a los espectadores de Agosto, la información acerca del director y los actores es nutrida pero nada dice del autor, Tracy Letts. Por ejemplo, que nació en 1965 en Oklahoma, que fue uno de los fundadores del Bang Bang Spontaneous Theater y que trabajó durante 11 años en el Steppenwolf; su obra Killer Joe recorrió 15 países y Bug fue llevada al cine. Sí, figura como publicidad, en la entrada a la sala Lola Membrives, que recibió por esta obra un premio Pulitzer (también un Tony). Quizá omitirlo y superpremiarlo son caras de una misma moneda: la levedad del autor. Tracy Letts no llega a la hondura de su admirado Tennesse Williams.
No casualmente, esto se cruza con otra condición actual: ser autor extranjero para merecer producciones sólidas. Producciones de un teatro que no es del todo comercial y del que podría decirse que se toma medio en serio algunas cosas de la clase media. Y que convoca a probados directores del off, lo cual puede ser interesante o puede distraerlos de sus creaciones originales y búsquedas personales. Todo es más sutil y mezclado que cuando la última dictadura prohibió interpretar autores argentinos. Y, desde luego, habrá iniciativas honestas, inconscientes de calzar justo en rieles que instalan preceptos culturales convenientes; la estrategia comunicacional hoy es más eficaz que cualquier tanqueta.
Aclaremos, entonces, que si vamos a cargar todos los disparos sobre Letts es por tomarlo como ejemplo de varios, de un aire de época que determina al texto, en caso de que haya texto alguno. Podríamos también detenernos en la multipuesta y premiada Yasmina Reza, quien en sus entrevistas asume "la frivolidad como la cosa más seria". Si esa postura transgredía algo, llega a la Calle Corrientes porque ya no.
Frente a Agosto, nos sentamos durante tres largas horas a hacer como si asistiéramos a un teatro de profundos conflictos, como el del personaje poeta. Lo que realmente hacemos –además de ir a ver las actuaciones más que lo actuado– es presenciar la imagen que se ve de un conflicto desde afuera: un poeta no escribe, un poeta bebe, un poeta se ahoga. Pero ¿por qué un poeta que fuera reconocido deja de escribir? ¿Porqué se vuelve alcóholico o se vuelve alcohólico porque deja de escribir? ¿O porque su musa se reveló vinagre? ¿Deja de escribir para asegurar una posición económica para sus hijas o esta suposición la hacemos en Argentina, donde la poesía no paga? Aunque Letts cita la famosa frase: "cada familia es infeliz a su manera", vemos prototipos sin fondo, titulares de problemas comunes: marido se va con chica más joven.
Es cierto que Letts tomó algunos elementos autobiográficos (de sus abuelos) que para él seguramente permanecen insondables. Y justamente: "está bien que el autor no sepa", dice uno de los supuestos que gestaron un autor que no interviene, que no sabe sobre sus personajes, no sólo al comenzar a escribir, tampoco al concluir. "Es autoritario suponer que se sabe algo", dicen estas nuevas reglas; supongamos que eso fuera cierto, tampoco queda claro qué agrega o pretende el autor al tomar la fotografía, al decidir ese recorte de realidad y no otro. "Es que no debe agregar ni pretender", es otra de las nuevas categorías para no ser categórico. Pero hay una gran distancia con Cage cuando decía que el artista debe dejar que algo se haga y no hacer; en su manera extrema de ponerlo en práctica estaba su opinión. Además, si en tiempos pretéritos u oficiales se representaban las ideas en forma solemne, en plan de cambio se rechazan las ideas como sinónimo de solemnidad.
Y no es que toda esta nueva preceptiva procura un no saber que nos deje ante la angustia del misterio humano y de lo irresoluble, que sería muy interesante. Tampoco deja que el espectador encuentre solo las respuestas, para lo cual habría que generarle el deseo o la necesidad de hacerse preguntas. Ni abandona un teatro sicológico para seguir a Beckett hacia el no-personaje. Hay un como si hubiera personajes y conflictos sicológicos o sociales; hay conflictos vinculares fotografiados en el instante en que salta la chispa, como en televisión: alto impacto, el momento de la "situación potente". "Muestro una situación, no tengo la pretensión de abarcar una verdad", las comillas no citan a un autor o director en particular, sintetizan la repetición ya canónica. Lo pretencioso es hoy el pecado dramatúrgico capital. Curioso, a no ser que esto derive de una mala traducción de simulación (pretense), pretender en nuestro idioma se parece mucho a desear, intentar, querer.
Es útil recurrir a la diferencia que estableció Baudrillard entre la simulación, elemento del arte moderno, y el simulacro (image) al desnudo que Warhol encarnó, iniciando la posmodernidad. Aclaremos que de aquel gesto y su derivado minimalismo pasaron décadas. También que Baudrillard escribió estos ensayos en los 90.
Aclaremos, también, que son innegables los vientos de renovación y soltura que trajeron muchas de estas ideas al teatro y generalmente con propuestas más interesantes aquí que afuera, pero hoy ya vemos la fotocopia de la fotocopia (otra característica posmoderna). Dice Baudrillard: "cada una de las imágenes de Warhol es a la vez insignificante en sí y de un valor absoluto, el valor de una figura de la que se ha retirado todo deseo trascendente, dejando lugar únicamente a la inmanencia de la imagen... Warhol nos introduce en el fetichismo transestético, el de una imagen sin cualidad, de una presencia sin deseo... Parte de cualquier imagen para eliminar su imaginario y convertirla en un puro producto visual. Los que manipulan la imagen, explotan la técnica para crear ilusión. En Warhol la técnica es la ilusión radical". El teatro entendido hoy como pura técnica actoral y el guión entendido como suma de imágenes de valor absoluto en y por sí mismas, hace apropiado aplicarle este concepto de fetichismo. Y podemos asociar que Warhol puso en cuestión, entre otras cosas, el lugar del autor.
El reino del "como si"
Es frecuente argumentar que simplemente al quedar expuesta la ridiculez de ciertas conductas en teatro, al verlas sencillamente reflejadas, podemos reconocer su absurdo. Siguiendo con Baudrillard: "Las imágenes de Warhol no son banales por ser el reflejo de un mundo banal sino porque resultan de la ausencia de cualquier pretensión del sujeto de interpretarlo", dice, y establece la diferencia con Duchamp, aún representante de una utopía crítica. Es cierto que también concluye este ensayista que es una lectura de época reconocer al mundo como simulacro y al arte como afectación. Pero Warhol no es desmontable de Manhattan. Trasladar "el arte no debe ser pretencioso" (que no es lo mismo que afectación) a este país donde nunca se reconoce la importancia del arte, es un poco afectado. Tiene más sentido en un país donde un escupitajo de Dalí se vende en millones, que es parte de lo que Warhol puso en escena. Además, había en Warhol una idea del mundo y el arte como dos imposturas en pugna.
Volviendo a Agosto –y otras, vernáculas o no, off o no– cumple con otra de esas premisas que por repetidas ya habría que poner bajo sospecha: "la única forma soportable de acercarnos al drama es la comedia". Mientras, en lo real nos tragamos un Julio López sin pestañear, como si fuera un mal chiste. La risa ya no es un medio sino el fin. Un caso sintomático es Acassusso, de Spregelburd: si en el final se animara a un giro rotundo a la tragedia, resignificaría su gracia y se acercaría a Discépolo, pero no renuncia a un solo gag. Es más que un vicio de actores. Y es menos que el momento inaugural de Warhol. Es ofrecer al espectador clase media que haga como que se ríe de sí mismo. Al salir del teatro puede ser tan jodido como antes de entrar, todo fue un simulacro, como la maqueta-casita de Agosto instalada en el vacío. Del que ríe no sabemos si se está festejando o cuestionando. Y bajo la risa, hasta un sicópata puede ser encantador.
No se trata de que la dramaturgia va pegoteando hallazgos de actuación. Este teatro hace lo que, según Baudrillard, todo sistema actual: "absorbe todos los elementos negativos como por evaporación: cracs, escándalos, errores, todo lo digiere y recicla..." Mientras, dice también este ensayista: "crece un principio de incredulidad gigantesco, de desafección secreta y de denegación de cualquier vínculo social." En la mejor y más seria frase de Agosto, dice la hermana menor, sin preocuparse por lo que le sucedió a su sobrina: "Voy a seguir haciendo cosas que me avergüencen, porque el mundo es una mierda tras otra".
La exitosa obra teatral Agosto aviva algunas de las polémicas más fogosas de la escena contemporánea. Aquí, una reflexión acerca de una dramaturgia que debe más a la TV que a una tradición escénica.
En el abultado programa que nos reparten a los espectadores de Agosto, la información acerca del director y los actores es nutrida pero nada dice del autor, Tracy Letts. Por ejemplo, que nació en 1965 en Oklahoma, que fue uno de los fundadores del Bang Bang Spontaneous Theater y que trabajó durante 11 años en el Steppenwolf; su obra Killer Joe recorrió 15 países y Bug fue llevada al cine. Sí, figura como publicidad, en la entrada a la sala Lola Membrives, que recibió por esta obra un premio Pulitzer (también un Tony). Quizá omitirlo y superpremiarlo son caras de una misma moneda: la levedad del autor. Tracy Letts no llega a la hondura de su admirado Tennesse Williams.
No casualmente, esto se cruza con otra condición actual: ser autor extranjero para merecer producciones sólidas. Producciones de un teatro que no es del todo comercial y del que podría decirse que se toma medio en serio algunas cosas de la clase media. Y que convoca a probados directores del off, lo cual puede ser interesante o puede distraerlos de sus creaciones originales y búsquedas personales. Todo es más sutil y mezclado que cuando la última dictadura prohibió interpretar autores argentinos. Y, desde luego, habrá iniciativas honestas, inconscientes de calzar justo en rieles que instalan preceptos culturales convenientes; la estrategia comunicacional hoy es más eficaz que cualquier tanqueta.
Aclaremos, entonces, que si vamos a cargar todos los disparos sobre Letts es por tomarlo como ejemplo de varios, de un aire de época que determina al texto, en caso de que haya texto alguno. Podríamos también detenernos en la multipuesta y premiada Yasmina Reza, quien en sus entrevistas asume "la frivolidad como la cosa más seria". Si esa postura transgredía algo, llega a la Calle Corrientes porque ya no.
Frente a Agosto, nos sentamos durante tres largas horas a hacer como si asistiéramos a un teatro de profundos conflictos, como el del personaje poeta. Lo que realmente hacemos –además de ir a ver las actuaciones más que lo actuado– es presenciar la imagen que se ve de un conflicto desde afuera: un poeta no escribe, un poeta bebe, un poeta se ahoga. Pero ¿por qué un poeta que fuera reconocido deja de escribir? ¿Porqué se vuelve alcóholico o se vuelve alcohólico porque deja de escribir? ¿O porque su musa se reveló vinagre? ¿Deja de escribir para asegurar una posición económica para sus hijas o esta suposición la hacemos en Argentina, donde la poesía no paga? Aunque Letts cita la famosa frase: "cada familia es infeliz a su manera", vemos prototipos sin fondo, titulares de problemas comunes: marido se va con chica más joven.
Es cierto que Letts tomó algunos elementos autobiográficos (de sus abuelos) que para él seguramente permanecen insondables. Y justamente: "está bien que el autor no sepa", dice uno de los supuestos que gestaron un autor que no interviene, que no sabe sobre sus personajes, no sólo al comenzar a escribir, tampoco al concluir. "Es autoritario suponer que se sabe algo", dicen estas nuevas reglas; supongamos que eso fuera cierto, tampoco queda claro qué agrega o pretende el autor al tomar la fotografía, al decidir ese recorte de realidad y no otro. "Es que no debe agregar ni pretender", es otra de las nuevas categorías para no ser categórico. Pero hay una gran distancia con Cage cuando decía que el artista debe dejar que algo se haga y no hacer; en su manera extrema de ponerlo en práctica estaba su opinión. Además, si en tiempos pretéritos u oficiales se representaban las ideas en forma solemne, en plan de cambio se rechazan las ideas como sinónimo de solemnidad.
Y no es que toda esta nueva preceptiva procura un no saber que nos deje ante la angustia del misterio humano y de lo irresoluble, que sería muy interesante. Tampoco deja que el espectador encuentre solo las respuestas, para lo cual habría que generarle el deseo o la necesidad de hacerse preguntas. Ni abandona un teatro sicológico para seguir a Beckett hacia el no-personaje. Hay un como si hubiera personajes y conflictos sicológicos o sociales; hay conflictos vinculares fotografiados en el instante en que salta la chispa, como en televisión: alto impacto, el momento de la "situación potente". "Muestro una situación, no tengo la pretensión de abarcar una verdad", las comillas no citan a un autor o director en particular, sintetizan la repetición ya canónica. Lo pretencioso es hoy el pecado dramatúrgico capital. Curioso, a no ser que esto derive de una mala traducción de simulación (pretense), pretender en nuestro idioma se parece mucho a desear, intentar, querer.
Es útil recurrir a la diferencia que estableció Baudrillard entre la simulación, elemento del arte moderno, y el simulacro (image) al desnudo que Warhol encarnó, iniciando la posmodernidad. Aclaremos que de aquel gesto y su derivado minimalismo pasaron décadas. También que Baudrillard escribió estos ensayos en los 90.
Aclaremos, también, que son innegables los vientos de renovación y soltura que trajeron muchas de estas ideas al teatro y generalmente con propuestas más interesantes aquí que afuera, pero hoy ya vemos la fotocopia de la fotocopia (otra característica posmoderna). Dice Baudrillard: "cada una de las imágenes de Warhol es a la vez insignificante en sí y de un valor absoluto, el valor de una figura de la que se ha retirado todo deseo trascendente, dejando lugar únicamente a la inmanencia de la imagen... Warhol nos introduce en el fetichismo transestético, el de una imagen sin cualidad, de una presencia sin deseo... Parte de cualquier imagen para eliminar su imaginario y convertirla en un puro producto visual. Los que manipulan la imagen, explotan la técnica para crear ilusión. En Warhol la técnica es la ilusión radical". El teatro entendido hoy como pura técnica actoral y el guión entendido como suma de imágenes de valor absoluto en y por sí mismas, hace apropiado aplicarle este concepto de fetichismo. Y podemos asociar que Warhol puso en cuestión, entre otras cosas, el lugar del autor.
El reino del "como si"
Es frecuente argumentar que simplemente al quedar expuesta la ridiculez de ciertas conductas en teatro, al verlas sencillamente reflejadas, podemos reconocer su absurdo. Siguiendo con Baudrillard: "Las imágenes de Warhol no son banales por ser el reflejo de un mundo banal sino porque resultan de la ausencia de cualquier pretensión del sujeto de interpretarlo", dice, y establece la diferencia con Duchamp, aún representante de una utopía crítica. Es cierto que también concluye este ensayista que es una lectura de época reconocer al mundo como simulacro y al arte como afectación. Pero Warhol no es desmontable de Manhattan. Trasladar "el arte no debe ser pretencioso" (que no es lo mismo que afectación) a este país donde nunca se reconoce la importancia del arte, es un poco afectado. Tiene más sentido en un país donde un escupitajo de Dalí se vende en millones, que es parte de lo que Warhol puso en escena. Además, había en Warhol una idea del mundo y el arte como dos imposturas en pugna.
Volviendo a Agosto –y otras, vernáculas o no, off o no– cumple con otra de esas premisas que por repetidas ya habría que poner bajo sospecha: "la única forma soportable de acercarnos al drama es la comedia". Mientras, en lo real nos tragamos un Julio López sin pestañear, como si fuera un mal chiste. La risa ya no es un medio sino el fin. Un caso sintomático es Acassusso, de Spregelburd: si en el final se animara a un giro rotundo a la tragedia, resignificaría su gracia y se acercaría a Discépolo, pero no renuncia a un solo gag. Es más que un vicio de actores. Y es menos que el momento inaugural de Warhol. Es ofrecer al espectador clase media que haga como que se ríe de sí mismo. Al salir del teatro puede ser tan jodido como antes de entrar, todo fue un simulacro, como la maqueta-casita de Agosto instalada en el vacío. Del que ríe no sabemos si se está festejando o cuestionando. Y bajo la risa, hasta un sicópata puede ser encantador.
No se trata de que la dramaturgia va pegoteando hallazgos de actuación. Este teatro hace lo que, según Baudrillard, todo sistema actual: "absorbe todos los elementos negativos como por evaporación: cracs, escándalos, errores, todo lo digiere y recicla..." Mientras, dice también este ensayista: "crece un principio de incredulidad gigantesco, de desafección secreta y de denegación de cualquier vínculo social." En la mejor y más seria frase de Agosto, dice la hermana menor, sin preocuparse por lo que le sucedió a su sobrina: "Voy a seguir haciendo cosas que me avergüencen, porque el mundo es una mierda tras otra".
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