viernes, 3 de julio de 2009

Marat, Sade, Napoleón y compañía

¿Teatro de la opresión o teatro de la libertad?

Por Luis Mazas

Si es verdad que el cartero llama siempre dos veces, el 9 de julio de 1806 la joven Charlotte Corday llamó tres a la puerta de Jean-Paul Marat. Dos para dejar cartas y la tercera para irrumpir abruptamente en la alcoba donde el hombre tomaba su baño. La muchacha extrae un cuchillo de su escote y lo hunde en el corazón del revolucionario. Así da comienzo Persecución y asesinato de Jean-Paul Marat, representados por los internos del Hospicio de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade. La obra teatral del alemán Peter Weiss regresa a la escena porteña a 45 años de su estreno (1964) en versión del uruguayo Villanueva Cosse.

Se trata de uno de los textos más poderosos, influyentes, del teatro del siglo XX. En su instante trazó un paralelo entre las utopías libertarias de los ’60 y los móviles que desembocaron en la toma de La Bastilla, en 1789. Un fervor que preanunciaba la llegada de nuevos tiempos de libertad, igualdad y fraternidad. Pero que conforman una época violenta, preñada de contradicciones y heroísmos, protagonizada por el pueblo de Francia en reacción contra los Borbones, instigado por una burguesía que lo usó para escalar posiciones.

Marat Sade debe ser abordado por los espectadores de la Sala Martín Coronado con espíritu abierto y actitud participativa. Weiss no sólo refiere a la Revolución Francesa: también a otras revoluciones de la historia, al tiempo que las remite a las ilusiones utópicas colectivas de cada tiempo y lugar. Contemporánea inmediata a su escritura, Peter Brook la puso en escena con la Royal Shakespeare Company de Londres y tras cartón la filmó “para siempre” (hoy en video) con Weiss como coguionista. Ambas suponen que, con mayor vehemencia y violencia si fuera necesaria, la revolución de mediados de siglo XX, debe llevarse a cabo so pena de acabar traicionada por la burguesía intelectual que la fomenta. Dos años después de la versión fílmica, estalla la Primavera de Praga, el Mayo Francés, la Guerra de Vietnam… El Rosariazo aquí, el Cordobazo allá, y así en toda Europa, Latinoamérica, el mundo. Puro ideal joven destinado a un mal fin; obreros, estudiantes… pueblo. El intento socialista de instaurar el sueño del viejo Thomas Moro pero ya con el signo de la violencia “necesaria”, que justificaba el maximalismo de Marat.

1808. Manicomio de Charenton en las proximidades de París, célebre por los experimentos que en nombre de la ciencia se perpetraron contra los débiles mentales. En esos momentos se monta una recreación teatral escrita y dirigida por un interno, el ex Marqués de Sade. Trata sobre la eliminación de Marat y la interpretan los locos del asilo. El procedimiento teatral de Bertolt Brecht penetra en Weiss, y su subtexto expone sin pudor una sangrienta, implacable representación de la lucha humana mientras acorrala a la platea con una demanda peligrosa: ¿la verdadera revolución debe venir de la sociedad o del cambio interno en cada uno de nosotros?

Siempre es bueno predisponernos a recibir sin prejuicio, con la mente alerta, lo que se nos ofrece a los ojos, los oídos y el entendimiento. Lo cierto es que de un texto previo habrá, ya en escena, tantas interpretaciones como artistas lo activen, y otras tantas como espectadores se comprometan. El teatro sólo acontece cuando confluyen autor, director, actores y públicos (incluida la crítica especializada como intermediaria). De lo contrario es letra muerta. Brecht fue consciente de eso. Para su especial modelo de teatro de sublevación recomendó que cada vez que se lo re-presentara, reflejara el tiempo de esa puesta. Sospecho que no sería ocioso ensayar una guía para que el espectador mire y sepa ver, escuche y alcance a oír, asienta, consienta o disienta con lo que se le entrega. Hay un teatro para hacer la digestión y otro para inquietarse, alarmarse, armarse.

Fuente: veintitres

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