lunes, 20 de julio de 2009

Fantasmas del porno argentino

EL ADVENIMIENTO DE LA WEB trajo consigo una nueva revolución al cine pornográfico. En Argentina, una producción exitosa en dvd vende tan sólo un promedio de trescientas copias originales, razón que impulsa a las productoras a elaborar materiales exclusivos para Internet, a los que se accede a través del denominado pay per view.

El cine pornográfico nacional tiene miles de seguidores pero ni siquiera alcanza a ser una industria. Es apenas un movimiento que intenta participar en un mercado global que baja costos y aún no domina las potencialidades de Internet en cuanto a difusión y ganancias. Actores y directores del porno criollo vencen el secreto y dicen que son "gente como cualquiera".

Por: Juan Manuel Bordon/Diego Manso

Si alguien entra en la habitación, otro tiene que levantarse. Darío Marxxx, algo así como el Tarantino del porno gai –porque lo suyo cuajó entre los anaqueles de un videoclub–, tiene para presentarnos al ex curita Bruno (que no es el nombre con el que se congregaba en torno de la hostia sacrosanta), protagonista de su película Vampiros en Buenos Aires y vidrierista en una tienda por departamentos. No habrá sido en el seminario donde Bruno aprendió las contorsiones que lo llevaron al estrellato: él era muy tímido y para la primera escena de fellatio que actuó, prefirió usar una máscara. De cuero, de sadomasoquismo. Después infló el moflete al descubierto. Es un chico encantador que confía, hablando en términos que él califica como aristotélicos, en que el porno vendría a funcionar como una suerte de aula multimedia donde aprender profilaxis sexual.

Sin embargo, Marxxx nos confiesa que no les hace chequeos médicos a sus actores antes de las filmaciones, aunque ya rodó siete películas y cruzó con Bruno la frontera para departir con brasileños. La productora American Top, que fundó, funciona en una galería de segundas marcas en plena avenida Cabildo y allí, en un departamento cuajado de consoladores que hace las veces de videoclub y oficina artística; una habitación minúscula donde, de vez en cuando, caen sobre el techo algunos cascotes de la obra en construcción lindera. Cuando llega Lucas, la figurita insurgente de la panda, lo hace con tanto perfume a cuestas, que se torna difícil pensar que los congestionamientos de tránsito con los que justifica la tardanza no se abrieran a su paso repelidos por la emanación. Es más arisco que Bruno, luce mejor en fotografías y no quiere decirnos su verdadero nombre. Trabaja de diseñador gráfico y actúa en porno porque le gusta exhibirse; el género lo aburre, dice que casi no lo consume y que, cuando lo hace, practica el fast foward sobre las escenas hasta llegar al instante que lo excita. Momento que, según cuenta valiéndose de su experiencia como intérprete, puede mentirse o exagerarse mediante algunos trucos que su oficio prefiere mantener en reserva.

(Foto: Film de Marco Torino)

La oficina de Marco Torino, el único director para el que existe un consenso de admiración entre sus pares, es una cierta clase de pecera con vistas al Jardín Botánico. Hospitalaria, pero en el sentido quirúrgico del término. Torino no oculta su nombre real: si bien jamás lo pronuncia, dejó la tarjeta de débito sobre la mesa donde nos atiende. Es un tipo que ya remontó los cuarenta y usa remeras key biscayne, que sostiene la idea de juntar suficiente dinero con el porno, retirarse, y dedicarse plenamente a la música. Dice que trabajó como arreglador de los más famosos –de paso, cita a Raphael– y que de su estancia en EE.UU. se hartó del imperio de los ritmos comerciales. Un rayo de luz lo abrigó cuando ligó con una porno star que lo inició, como actor, en el hardcore. Torino quiere hablar off the record porque amenaza con contar "toda la verdad" y la interferencia del grabador lo cohibiría. No obstante, nada dice muy diferente de las voces grabadas de sus colegas. El teléfono suena a cada rato y Torino se levanta hacia un rincón de la habitación para hablar en tono monocorde; son conversaciones desafectadas, como si no tratara cada una de ellas de un tópico preciso. Nada en la habitación denota otro rol que no sea utilitario, el colchón sobre el suelo se usa para los castings.

(Foto: Escena de una de las últimas producciones de Víctor Maytland, Secuestro Exxxpress.)

Víctor Maytland es el Enrique Carreras del porno. Su historial mítico alude a una estrecha colaboración con Armando Bo, que él niega a rajatablas porque prefiere rastrear su linaje en el grupo Cine y Liberación, que encabezaban Pino Solanas y Octavio Getino durante los primeros setenta. El advenimiento de la dictadura lo encontró "exiliado en Canal 9", donde trabajó en la producción de Feliz domingo y Calabromas. De allí su veta nac & pop. A él suele investírselo del honor de haber filmado la primera película porno argentina, Las tortugas mutantes pinjas (1988), al mismo tiempo su mayor éxito. Víctor atiende en una casa cerca del Parque Centenario. Este lugar es como Estados Unidos, como Guantánamo, dice de la productora de la que se ha vuelto cara visible. Sucede que una trasnacional le financia películas de acuerdo a las apetencias del mercado yanqui, ora le demandan una de incesto, ora una de travestís y así... Aunque Víctor les agrega el toque étnico y los desvaríos argumentales que ya son marca de autor.

Alana Moss y Martín Vicet son marido y mujer, cordobés y hondureña que se conocieron en una sala de chat y que llegan a la entrevista con su niña de dos años. Dirigen, actúan y producen, desde Córdoba, su propio material. Los unió la pasión por el porno duro y empezaron grabando cintas amateurs. Cuando él se quedó sin trabajo, "en lugar de invertir la indemnización en una farmacia", compraron una cámara profesional y se largaron al ruedo, bajo el asesoramiento de un productor inglés que más tarde se murió en los atentados contra el metro londinense. Es una pérdida que sienten. Al otro día de nuestro encuentro, viajarán hasta Honduras con la intención de rodar en exteriores. Un mes después, enviarán un correo electrónico desde Tegucigalpa con fotos que ilustran los escarceos entre civiles y militares luego del golpe que derrocó al presidente Zelaya. Se ofrecen como corresponsales.

El consumo efectivo y potencial del cine pornográfico, según observa el ensayista catalán Emili Olcina, rebate la hipotética objeción de que podría tratarse de un gusto anormal. En esa línea, cualquier película de sexo explícito que se proyectara más o menos en público, produciría un acicate en cualquiera que pasara cerca, más allá de la ideología política y moral que profesara. Si aceptáramos que la pornografía atraviesa de medio a medio la idea contemporánea del sexo, habría que liberarla por fin del gravamen de vergüenza que arrastra, al menos para pensarla desde una zona que involucre otras nociones, además de la machacada derivación utilitaria del cuerpo. Por ejemplo, en qué marcas estilísticas la pornografía reniega, o no, de una adscripción sentimental. O, desde un punto de vista metalingüístico, si ignora, o no, sus vínculos con el medio cinematográfico que le dio entidad.

El sentido clásico entiende por actor a aquel que para impulsarse necesita comportarse con las características de otro. En el simulacro del hecho pornográfico, el actor no es más que un convidado a un evento performativo, en cuanto su labor se realiza en el acto mismo de la representación, sin posibilidad de convertirse en carnadura de un texto. Pero también, performativo en la acepción que asume la lingüística, de mensajes que producen una acción y no son en sí mismos ni verdaderos ni falsos. Quizás por eso, a Bruno le cuesta formar pareja; cuenta que, en sus trasnochadas por la deriva homosexual de Buenos Aires, lo ven como el "chico de las películas" y sólo se le acercan con intenciones unívocas.

En realidad, la única forma de representación clásica que adopta un autoproclamado actor porno consiste en la elección de un nom de guerre para la escaramuza del metisaca y para publicitarse en revistas y ferias de la industria, reportajes y, en algunos casos, páginas de Internet dedicadas a la prostitución. Cobran salarios bajos (en rigor, eso los hermana con el noventa por ciento de los actores del circuito independiente), les pagan por escena un poco más que un bolo televisivo, entre 300 y 600 pesos, y como la producción pornográfica nacional es exigua acaso ninguno alcance jamás a profesionalizarse. Darío Marxxx reconoce que parte de los muchachos que filman con él cobra por favores sexuales, aunque cada vez son menos. El les advierte que el día anterior al rodaje se reserven de ejercer, "los quiero frescos y sin ojeras", dice que les avisa. Bruno, que tiene estudios en teología y Lucas, que maneja una Mac, asienten y dicen que si es por elegir, preferirían no trabajar con taxi boys. A Alana Moss y Martín Vicet, que se definen como los más "limpios" del ambiente, tampoco les gusta mucho hacer intervenir escorts en sus producciones, prefieren encontrar sus actrices entre promotoras, maestras jardineras y mujeres despechadas que campean la venganza.

Ese sembradío de zonas erógenas intercaladas, esas carnes flamígeras, esos baboseos excesivos, esas panorámicas y acercamientos a las turgencias acaban por no ser más que eso: fragmentos acumulados que impugnan la extensión de los cuerpos en tanto espejo de una interioridad. El deseo reducido a la consumación del goce físico. Para la italiana Michela Marzano, la pornografía "celebra el fin de la sexualidad y el desfallecimiento de todas las categorías consustanciales a la persona: el yo y el otro, lo masculino y lo femenino, la libertad y la coerción, la aceptación y el rechazo, lo bello y lo feo". Al amparo de esta idea, el erotismo calaría en profundidad las estructuras psíquicas de los sujetos involucrados, mientras que la pornografía borronearía complejidades e involucraría cuerpos vacíos en una relación de puro intercambio. La taxonomía de Víctor Maytland, no obstante, resulta más gráfica: "La vagina está cerrada, el pene está muerto, es erótico. Se para el pito, se abre la vagina, pasa a porno. Es una regla que la sigue hasta la Municipalidad". La película Boogie Nights (Paul Thomas Anderson, 1997) reseña de manera admirable los cambios producidos en la industria del cine porno yanqui a partir de la década del setenta. El director que interpreta Burt Reynolds, miembro de la guardia vieja del género, tiene prevenciones de abandonar el fílmico cuando la realidad del video casero está a un paso de llevárselo puesto.

Sus miedos se tornaron reales: el video tape resulta un material impermeable a las pretensiones artísticas que habían surgido en los últimos años (Garganta profunda como caso testigo) y la voracidad de las demandas obligó a rodar películas con bajos costos y en menos tiempo. El público ya no acudía a los cines especializados (fueron quedando muy pocos, reformados en letrinas de sexo al paso entre viandantes) porque podía solazarse frente al televisor con un material antes impensado para el consumo doméstico. Si el montaje cinematográfico puede entenderse como la primera "marca de autor" evidente, aquí queda reducido a escombros cuando alguien, armado de un control remoto, adelanta o retrocede escenas según su antojo, costumbre inherente al espectador de porno. La tecnología ha creado, al fin, un espectador de ritmos propios y el porno lo confirma.

El advenimiento de la Web trajo consigo una nueva revolución al cine pornográfico. En Argentina, una producción exitosa en dvd vende tan sólo un promedio de trescientas copias originales, razón que impulsa a las productoras a elaborar materiales exclusivos para Internet, a los que se accede a través del denominado pay per view. Marco Torino trabaja con altos estándares en esta modalidad; tiene una página para el consumointerno y otra que puede verse únicamente desde el exterior. El negocio, sin embargo, no les resulta del todo rentable. Si según Darío Marxxx una película suya cuesta alrededor de tres mil dólares y no vende más de trescientos dvd's en Argentina, ¿cuál es el grado de beneficio real de la actividad? Dice Maytland: "En la época de Las tortugas... el precio mayorista de una película era de veintiséis dólares, ahora pasó a tres. Y si la vendés más cara, te la truchan".

Los comentarios en voz baja recorren los vericuetos del porno criollo: hay quien dice que todas las productoras están fundidas menos la propia y están quienes acusan a sus colegas de trabar acuerdos con proxenetas. O que directamente los tildan de proxenetas. Un director recuerda la sorpresa de una actriz novata que, a la hora de recibir su paga por la intervención en una escena, se encontró con una recompensa superior a la que esperaba. Si la persona que la recomendó hubiese pasado a cobrar en su lugar, como debía suceder, nunca habría recibido lo que el contrato estipulaba. Queda claro, eso sí, que para los actores que abordan roles sexuales el porno es un trabajo extracurricular. Los que se prostituyen pueden darse el lujo de aumentar sus honorarios película tras película.

Con todo, la noción que acercan los directores sobre sus estrellas es que se trata de "gente como cualquiera". Parecería existir una mística del descubrimiento, como si el porno exigiera montar una suerte de safari donde triunfa quien descubre una grieta en cualquier personalidad del repertorio de profesiones comunes. Tal vez en ese gesto se resuma el éxito de un director pornográfico: Darío Marxxx y su curita Bruno, la Monella de Víctor Maytland, "indiscutible, maravillosa, la amo", psicopedagoga que actuó durante un año y se retiró por problemas con la tenencia de su hijo. Después de todo, la mega star Jenna Jameson se presenta en su autobiografía como una chica de pueblo que hasta los dieciséis rezó para que le crecieran las tetas y el vello púbico.

(Foto de LaVoz: Martín Vicet y Alana Moss)

El abanico de estilos que despliega el porno argentino abarca desde el gonzo, que cultivan Marco Torino, Martín Vicet y Alana Moss (subgénero que ordena una escena sexual tras otra sin pretexto argumental alguno que las enhebre), el muestrario de los anhelos sexuales machistas de un gai promedio de Marxxx (policías en baños públicos, orgías multitudinarias en Nordelta, europeos que dan cuenta de nativos durante sus vacaciones) y hasta el coqueteo con formas narrativas clásicas, como las historias que urde Maytland en torno de la ciencia ficción, el thriller psicológico, la comedia chapucera y el drama histórico. "En Tango intenté todo un recorrido del peronismo a través de un prostíbulo", dice. Ahora prepara un fresco generacional, con visos sociológicos, entre emos y floggers.

El curita Bruno sostiene que la práctica del sexo oral se expandió gracias a la pornografía, lo dice muy suelto de cuerpo, mientras la chicha tatuada se le escapa bajo la remera. Bajo esa filosofía, la teoría gravitacional sería imposible sin un árbol de manzanas o el principio de Arquímedes sin una bañadera. Sin embargo, aparenta difícil resignar por completo la idea de cierta pedagogía pornográfica. O de cierta dictadura. Los millones de videos amateur que pueblan la Web, donde parejas de oficinistas exhiben sus vicios privados, atestiguan que el porno es una interferencia en la frecuencia de las relaciones humanas. Así lo ilustra un relato de Víctor Maytland: "Mi editora es una chica que estudia cine, muy buena editora. La conocí hace dos años y medio y en la puta vida había visto una porno. Y ahora tiene la deformación profesional, en la vida. Yo la escucho hablar por teléfono: 'Vos sabés que tiene la pija chica...', decía. 'Y no, menos de veinte centímetros no tiene gracia...' Era el patito feo cuando empezó, era la nerd de la facultad. De tanto ver, de tanto ver... Eso es una cosa que a veces discutimos. Ella dice: 'Me gusta eso, mirale la dona, ahora le meten un bate de béisbol en la concha'... Y yo me quedo, ¿viste? Porque digo: ¡inventé un monstruo!".

Un símil de la mentalidad higienista del siglo XIX postularía al porno como un detrito, una instancia cloacal que atraviesa todo una cinematografía para mostrarla saneada frente a los andamiajes críticos institucionalizados. Así, encausado en una suerte de red que decanta en múltiples intimidades, el porno sería un territorio donde conviene internarse con la ansiedad del coprófago. Quien regrese de allí, habrá tenido contacto con toda clase de gérmenes: la luz del sol, sin embargo, dicen que mata todo: la sociedad ya ha dictado las normas de la privacidad. Abrir la puerta del cuarto, significa darle paso a los fantasmas. La literatura decimonónica también fue pródiga en esa clase de historias. Cuando uno entra en la habitación, otro tiene que levantarse.

Fuente: Revista Ñ

1 comentario:

Unknown dijo...

hola me llamo cristian, tengo 22 años, te comento que estoy interesado en iniciarme como actor porno, tengo un exelente fisico ya que me entreno desde los 22 años. estuve ablando con cesar jones y tony panero uno se encuentra en rodando una peli y el otro por el momento no lo esta haciendo. cesar jones me recomendo con vos.ademas de la ganas de vivir una experiencias nueva al querer involucrarme en esto, tmb lo hago por necesidad economica,ya que tengo que pagarme la facultad que se esta complicando.
te ablo por este medio por que no tengo tu meil. este es el mio cristian_c988@hotmail.com. si me podes pasar el tullo te lo agradeceria!!