Sus personajes de historieta relegaron el reconocimiento como único escritor a la altura de Borges por la cantidad de cuentos magistrales.
Elvio E. Gandolfo.
El 19 de julio de 2007 fallecía el Negro. Los homenajes de entonces y la popularidad de sus personajes de historieta, relegaron el reconocimiento como escritor del único autor a la altura de Borges por la cantidad de cuentos magistrales.
Fontanarrosa probó por primera vez la prosa en Los trenes matan a los autos, libro que sacó en Rosario el sello de su amigo Juan Martini, hace muchos años: eran las parodias que podían esperarse de un gran humorista. Después probó suerte con la novela, con Best Seller, El área 18, La gansada, que tenían sobre todo grandes pegadas parciales (las escenas de los Naranjales del Monte Camorta o la explosión de una botella de yogur en un bolsillo después de una gran tensión erótica en Best Seller, o la infinita salida violenta del túnel del estadio en El área 18).
Ya habían empezado a mezclarse los que terminaron por ser los “libros de cuentos de Fontanarrosa”, de características parejas y sostenidas. Tienen entre 250 y 300 páginas, incluyen entre 25 y 30 textos. Cada uno suele tener dos o tres obras maestras, algunos cuentos excelentes, algunos medianos. Y varios textos humorísticos menores y hasta malos mezclados al conjunto. Su capacidad de producción es también firme y asombrosa: se ve que inventó el “libro de Fontanarrosa” para tener un contenedor tan reconocible y acotado como una tira o un chiste diario o una página semanal de Inodoro, y librarse de absurdas dudas y vacilaciones: iba metiendo textos, lo llenaba y se lo llevaba a Daniel Divinsky, que lo publicaba en De la Flor. Logró salvarse de “ser escritor” con más eficacia que César Aira.
La gran diferencia la establece el hecho de que cuando uno enhebra los cuentos excepcionales y los excelentes aparece una sobrecarga de literatura fuera de lo común en casi cualquier autor argentino de textos cortos, salvo Borges.
Sospecho que la rigidez del molde “libro de Fontanarrosa” lo salvó de entrar en alguno de los numerosos y contradictorios “sistemas de las letras argentinas”. Eso le permitió seguir escribiendo silenciosamente, porque entre tanto “el otro Fontanarrosa” (comparable al “otro Borges”) iba a la tele, hablaba de Rosario Central, o se metía al público en el bolsillo en algún Congreso de la Lengua.
Por una parte, en varios de sus mejores cuentos es un disolvedor de la realidad aparente tan eficaz como Borges o Philip K. Dick, aunque para decirlo en jerga pedante, “desde otro lugar”. Por otra, para quien a veces narra, como yo, ante una duda o un temor al ridículo grave, Fontanarrosa es una consultoría mental importante.
Con alrededor de una docena de libros publicados, ha recopilado entre 250 o 300 textos. Es cierto: habrá unos 50 más bien flojos. Pero a la vez entre 20 y 30 excepcionales. Y otros tantos buenos. Eso es prepotencia de trabajo y talento a lo Arlt. Antologar sólo los cuentos mejores y literarios sería forzarlo a integrar algún “sistema literario argentino”. Era una usina o central eléctrica narrativa que convenía cuidar, porque los repuestos no se conseguían. Pero paró la máquina. Ahora sólo queda agarrar sus libros, que sí muerden.
Ya habían empezado a mezclarse los que terminaron por ser los “libros de cuentos de Fontanarrosa”, de características parejas y sostenidas. Tienen entre 250 y 300 páginas, incluyen entre 25 y 30 textos. Cada uno suele tener dos o tres obras maestras, algunos cuentos excelentes, algunos medianos. Y varios textos humorísticos menores y hasta malos mezclados al conjunto. Su capacidad de producción es también firme y asombrosa: se ve que inventó el “libro de Fontanarrosa” para tener un contenedor tan reconocible y acotado como una tira o un chiste diario o una página semanal de Inodoro, y librarse de absurdas dudas y vacilaciones: iba metiendo textos, lo llenaba y se lo llevaba a Daniel Divinsky, que lo publicaba en De la Flor. Logró salvarse de “ser escritor” con más eficacia que César Aira.
La gran diferencia la establece el hecho de que cuando uno enhebra los cuentos excepcionales y los excelentes aparece una sobrecarga de literatura fuera de lo común en casi cualquier autor argentino de textos cortos, salvo Borges.
Sospecho que la rigidez del molde “libro de Fontanarrosa” lo salvó de entrar en alguno de los numerosos y contradictorios “sistemas de las letras argentinas”. Eso le permitió seguir escribiendo silenciosamente, porque entre tanto “el otro Fontanarrosa” (comparable al “otro Borges”) iba a la tele, hablaba de Rosario Central, o se metía al público en el bolsillo en algún Congreso de la Lengua.
Por una parte, en varios de sus mejores cuentos es un disolvedor de la realidad aparente tan eficaz como Borges o Philip K. Dick, aunque para decirlo en jerga pedante, “desde otro lugar”. Por otra, para quien a veces narra, como yo, ante una duda o un temor al ridículo grave, Fontanarrosa es una consultoría mental importante.
Con alrededor de una docena de libros publicados, ha recopilado entre 250 o 300 textos. Es cierto: habrá unos 50 más bien flojos. Pero a la vez entre 20 y 30 excepcionales. Y otros tantos buenos. Eso es prepotencia de trabajo y talento a lo Arlt. Antologar sólo los cuentos mejores y literarios sería forzarlo a integrar algún “sistema literario argentino”. Era una usina o central eléctrica narrativa que convenía cuidar, porque los repuestos no se conseguían. Pero paró la máquina. Ahora sólo queda agarrar sus libros, que sí muerden.
No hay comentarios:
Publicar un comentario