Artes Visuales
En nuestra ciudad se expone una obra plástica que rinde homenaje a los aborígenes americanos a través de coloridos y enérgicos cuadros que combinan diferentes técnicas. Una perla escondida que vale la pena descubrir
Hija de madre y padre pintores y escultores, ella fue la única de once hermanos que heredó la veta artística, y toda la vida se buscó el tiempo para dibujar, pintar, hacer artesanías en madera y arcilla, y explorar todo lo que pudiera en ese infinito mundo del arte, que quienes conocen lo definen como liberador.
Hirene Lanchares es platense y asegura que pinta “desde que era una pulga”.
Empleada administrativa en la Facultad de Humanidades de la UNLP desde hace más de dos décadas, nunca pudo despegarse de los lienzos, lápices y pinceles, y pronto se dio cuenta de que, lejos de crear algo sólo por una cuestión estética, lo que más la atrapaba era hacerlo con un fin social, colaborando desde su lugar con alguna problemática que afecte a un sector de la sociedad, y necesariamente deba ser revertida.
Con ese entusiasmo innato, leer las palabras que el indio Seattle, jefe de la tribu Suwamish, le escribió al presidente de los EEUU Franklin Pierce, en 1855, fue para Hirene un profundo disparador temático a partir del cual pudo crear sin límites.
La carta de Seattle había sido enviada al presidente en respuesta a la oferta de compra de las tierras de la tribu, en el noroeste de ese país.
De la extensa epístola, una frase caló hondo en esta artista platense, y le sirvió para titular su primera muestra artística temática, que por estos días se expone de manera gratuita en nuestra ciudad (sede de Adulp, calle 6 casi 44).
“La tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra”. Bajo este mandato, Hirene preparó una serie de diez cuadros de gran tamaño, en los que combina óleo sobre tela y una fusión de técnicas que terminan en interesantes collages.
Todos ellos rinden homenaje a los primeros pobladores del territorio americano, a partir de retratos que muy fielmente reproducen sus rostros duros y serios, y hondas miradas que dicen mucho en un solo segundo.
“Mis tatarabuelos eran tobas del Chaco, así que la cuestión de los pueblos originarios me llega mucho”, contó Hirene en diálogo con Hoy, con el recato de una artista que -amén de su enorme talento- expone sus trabajos en una muestra por primera vez.
En ese sentido, contó que sus pinturas son reproducciones de fotos de personas que realmente existieron hacia mediados del siglo XIX, y de quienes estudió los modos de vida y costumbres para poder plasmar en su imagen física, todo el bagaje cultural que los define como grupo humano.
A partir de ahora, Hirene quiere seguir pintando por alguna causa social definida, ya sea en contra de las drogas o en defensa de los derechos humanos, y llevar sus cuadros a lugares en donde, aunque sea a pequeña escala, puedan ayudar a generar un cambio de actitud o conciencia en quienes los observen.
A un costado de la sala, el último cuadro, lleno de colores turquesas y verdes que vienen y van como el agua de mar, se separa de la temática de los aborígenes, pero no de los sentimientos de la pintora.
Esmeralda y la tortuga, tal es el nombre que recibe la obra, es un homenaje a su mamá -ya fallecida-, y a su espíritu, que fue libre y fresco, a juzgar por lo que puede verse en la pieza.
Fuente: Hoy
En nuestra ciudad se expone una obra plástica que rinde homenaje a los aborígenes americanos a través de coloridos y enérgicos cuadros que combinan diferentes técnicas. Una perla escondida que vale la pena descubrir
Hija de madre y padre pintores y escultores, ella fue la única de once hermanos que heredó la veta artística, y toda la vida se buscó el tiempo para dibujar, pintar, hacer artesanías en madera y arcilla, y explorar todo lo que pudiera en ese infinito mundo del arte, que quienes conocen lo definen como liberador.
Hirene Lanchares es platense y asegura que pinta “desde que era una pulga”.
Empleada administrativa en la Facultad de Humanidades de la UNLP desde hace más de dos décadas, nunca pudo despegarse de los lienzos, lápices y pinceles, y pronto se dio cuenta de que, lejos de crear algo sólo por una cuestión estética, lo que más la atrapaba era hacerlo con un fin social, colaborando desde su lugar con alguna problemática que afecte a un sector de la sociedad, y necesariamente deba ser revertida.
Con ese entusiasmo innato, leer las palabras que el indio Seattle, jefe de la tribu Suwamish, le escribió al presidente de los EEUU Franklin Pierce, en 1855, fue para Hirene un profundo disparador temático a partir del cual pudo crear sin límites.
La carta de Seattle había sido enviada al presidente en respuesta a la oferta de compra de las tierras de la tribu, en el noroeste de ese país.
De la extensa epístola, una frase caló hondo en esta artista platense, y le sirvió para titular su primera muestra artística temática, que por estos días se expone de manera gratuita en nuestra ciudad (sede de Adulp, calle 6 casi 44).
“La tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra”. Bajo este mandato, Hirene preparó una serie de diez cuadros de gran tamaño, en los que combina óleo sobre tela y una fusión de técnicas que terminan en interesantes collages.
Todos ellos rinden homenaje a los primeros pobladores del territorio americano, a partir de retratos que muy fielmente reproducen sus rostros duros y serios, y hondas miradas que dicen mucho en un solo segundo.
“Mis tatarabuelos eran tobas del Chaco, así que la cuestión de los pueblos originarios me llega mucho”, contó Hirene en diálogo con Hoy, con el recato de una artista que -amén de su enorme talento- expone sus trabajos en una muestra por primera vez.
En ese sentido, contó que sus pinturas son reproducciones de fotos de personas que realmente existieron hacia mediados del siglo XIX, y de quienes estudió los modos de vida y costumbres para poder plasmar en su imagen física, todo el bagaje cultural que los define como grupo humano.
A partir de ahora, Hirene quiere seguir pintando por alguna causa social definida, ya sea en contra de las drogas o en defensa de los derechos humanos, y llevar sus cuadros a lugares en donde, aunque sea a pequeña escala, puedan ayudar a generar un cambio de actitud o conciencia en quienes los observen.
A un costado de la sala, el último cuadro, lleno de colores turquesas y verdes que vienen y van como el agua de mar, se separa de la temática de los aborígenes, pero no de los sentimientos de la pintora.
Esmeralda y la tortuga, tal es el nombre que recibe la obra, es un homenaje a su mamá -ya fallecida-, y a su espíritu, que fue libre y fresco, a juzgar por lo que puede verse en la pieza.
Fuente: Hoy
1 comentario:
Ví la muestra q finaliza mañana y es realmente única...no sólo por los temas sino también por la técnica Imperdible, una gran artista.-
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