La guía del fin de semana
Con precios para el bolsillo porteño, los espacios tangueros en los barrios se reproducen y ofrecen una ruta alternativa del género
Por Gabriel Plaza
De la Redacción de LA NACION
El tango está al alcance de cualquier vecino, aficionado o aven turero noctámbulo. Fuera del circuito for export, donde los tangos se cotizan en dólares o euros, existe un corredor musical y barrial que se reproduce con la mística de otros tiempos y traza otra cartografía tanguera.
El circuito del off tango (el teatro tiene el suyo hace rato) se ramifica en propuestas diversas, en reductos para el bolsillo promedio y hasta estimula encuentros propios como el Festival de Tango Independiente de Boedo, el Festival Estilo Parque Patricios y la futura edición del Festival de Tango de Almagro en octubre.
En la zona que circunda al shopping Abasto el paisaje muta cuadra tras cuadra y a pesar de los intentos por transformar la zona en un punto de suvenir turístico, con estatua de Gardel para la foto, el arrabal amargo de su geografía mantiene esa autenticidad de los tiempos de malevaje. Dejando atrás las academias, zapaterías y tanguerías cinco estrellas en dirección a Balvanera, el paisaje barrial adquiere carácter: el perfume de especias tentadoras brota de los boliches de comida peruana; los pibes toman cerveza en la esquina y un grupo de inmigrantes africanos transitan con sus valijas llenas de baratijas doradas hacia pensiones cercanas. En esa geografía, el tango recupera terreno y ofrece distintas estaciones para circular.
En 2009, los grupos Quinteto Viceversa, Trío Boero-Gallardo-Gómez, Trío Quasimodo y Amores Tangos organizaron los conciertos Atorrantes en el espacio del Sanata Bar (Sarmiento y Sánchez de Bustamante). Con un ambiente de peña tanguera y un público bullicioso y juvenil, lo que comenzó como un ciclo de shows gratuitos se transformó en una fija de los sábados a la medianoche para los músicos que caían después de sus conciertos en otros lugares y para habitúes trasnochadores que se sorprendían con los artistas nuevos que se subían al escenario. El espacio se fue instalando gracias al boca a boca, con nuevas voces como las de Analía Sirio (que supo ser corista del grupo de Tomi Lebrero) y hasta decidieron importar al cantor estrella del boliche de Roberto, Osvaldo Peredo, para ponerles aire de bohemia a las madrugadas de los miércoles. La movida creció de tal manera que los músicos organizadores (inspirados en otros colectivos de músicos autogestionados, como los de Tango Contempo) ya sueñan con el primer Festival de Tango de Almagro para octubre.
La plaza Almagro es la siguiente parada. Lo de Roberto, entre Bulnes y Sarmiento, se transformó en un clásico del off tango. Tribus urbanas con ganas de rocanrol tanguero y turistas en plan de exploradores (escapando a los lugares comunes) terminan todos juntos acodados al estaño del pequeño bar cantando clásicos como "Moneda de cobre". La voz de Osvaldo Peredo y un guitarrista recuerdan esas noches de farra de otras épocas, rodeados por la escenografía realista de ese bar de principio de siglo que ofrece la estampa de un antiguo almacén. Años atrás, el lugar era templo de viejos aficionados al tango y nuevas figuras como Ariel Ardit, que hizo sus primeros pininos en el tango en ese bar lleno de recuerdos de Gardel.
En Sánchez de Bustamante al 700, donde el asfalto se vuelve calle con adoquines, el paisaje desolado del barrio, con fábricas y talleres cerrados, deja lugar al hormigueo de la gente que se convoca alrededor del ex taller mecánico transformado en el CAFF, sede oficial de la Orquesta Fernández Fierro. Haciendo uso de la influencia tanguera, apenas unas cuadras más allá en Billinghurst esquina Tucumán unos jóvenes apuran un trago en el bar Musetta.
El bar Vintage con aires literarios y grandes ventanales es el apertivo ideal para empezar la noche de tango. Los jueves, a las 21 puntual, toca el cuarteto de Julio Coviello. El bandoneonista de la Fernández Fierro está imponiendo el nuevo lugar con la prepotencia de sus tangos. Casi sin sonido, el espacio propone un encuentro directo entre los músicos y los espectadores que sienten la fidelidad del sonido de los instrumentos en la cara.
El barrio también tiene dos mojones del baile, como La Catedral, en Sarmiento y Medrano (un alternativo que se transformó en cita obligada del porteño joven) y La Garufa en el Konex, que estimula el encuentro natural entre milongueros viejos y extranjeras en busca de los secretos del baile.
Más hacia el Sur, el más nuevo de los espacios es el teatro Orlando Goñi. El espacio está capitaneado por los integrantes de la orquesta Ciudad Biagón y Astillero, que encontraron en la fisonomía barrial de un antiguo corralón el entorno perfecto para desarrollar las nuevas propuestas tangueras. Todavía no hay milonga, pero sí conciertos los jueves y sábados, donde se puede escuchar a las típicas sonando en vivo.
Los que se animan a trasponer la frontera con Pompeya, llegan al mítico bar El Chino, en Beazley 3566, que sigue abierto y fue inspirador de estos espacios del off tango. De ese mismo espíritu surgió el bar El Faro en la otra punta del mapa, enVilla Urquiza. Allí, las noches de tango encontraron su auténtico templo barrial y su animador principal, el cantor Cucuza Castiello, llegó a grabar un disco en vivo junto a la nueva camada tanguera. Ubicado en Constituyentes y La Pampa, el bar empezó a forjar una leyenda en el barrio hasta que recientemente los conciertos se prohibieron por "impacto ambiental".
Un dato: ninguna de estos lugares tiene precios para turistas.
Fuente: La Nación
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