Fue una precursora de las tendencias más nuevas del arte de los titiriteros
Miércoles 7 de julio de 2010 | Publicado en edición impresa LA NACION
Sarah Bianchi, quien murió ayer por la mañana a los 88 años tras una breve internación hospitalaria, fue en muchos aspectos una precursora de las tendencias más contemporáneas del arte de los titiriteros.
No pertenecía a la cohorte de titiriteros bohemios y transhumantes, sino que provenía de la cultura urbana y buscaba establecer en ese marco un espacio para los títeres. Bianchi, que se había formado en las artes plásticas, ingresó en el arte de la manipulación de los personajes integrando el Teatro Nacional de Títeres que creó Mane Bernardo en el Instituto Nacional de Teatro, en 1943. La experiencia apenas subsistió tres años, ante la falta de interés de quienes eran responsables de su continuidad.
Mane y Sarah fueron impulsoras de iniciativas novedosas que se desarrollarían plenamente años más tarde, frecuentemente incluso con otros protagonistas, como ocurrió con el proyecto de crear una compañía estable en un teatro estatal. Nunca abandonaron, por otra parte, su pasión original por abarcar un repertorio universal, dirigido a un público adulto. Trataron siempre de dirigir elencos que excedieran el unipersonal o la pareja de titiriteros ambulantes. Fueron más allá del títere de guante en una indagatoria formal, en la que asomaron con fuerza y originalidad sus "pantomanos", en los que asomaban las manos desnudas sobre el borde del retablo para representar breves escenas.
Entre las propuestas para público infantil encaradas por Bianchi se destacaron Pulgarcita , un temprano intento de montaje a gran escala, con titiriteros y actores en vivo, así como las temporadas en el Teatro San Martín, entre 1969 y 1971, con obras protagonizadas por el muñeco Toribio. Y a lo largo de toda su carrera, se hizo querer por varias generaciones de niños a través de Lucecita, un duende-presentador que incursionó también en los libros escritos por Bianchi, como relator del backstage de la autobiografía de las titiriteras en 4 manos y 2 manitas , de coautoría con Bernardo (y la misma Lucecita), o en Lucecita en el Bicentenario ¡2010! , presentado por Sarah pocos días antes de partir hacia los retablos del recuerdo.
Sarah siempre promovió la creación de estudios sistemáticos para la formación del titiritero -en contraste con la antigua tradición de transmisión de maestro a aprendiz cultivada por muchos titiriteros- y coherente con esta inquietud, ejerció la docencia en la Universidad del Salvador, en la Escuela Municipal de Arte Dramático y en el Instituto Vocacional de Arte.
En 1983 inauguró junto con Mane su último gran proyecto, el Museo Argentino del Títere, en la esquina porteña de Piedras y Estados Unidos. La rica colección de títeres de todo el mundo que atesoraban las titiriteras, quienes habían proyectado y realizado exhibiciones desde los años 50, encontró finalmente su espacio en esa vieja casona natal de Mane.
Tras la muerte de su compañera de retablos y vida, en 1991, Bianchi, tan menuda como tesonera, redobló la apuesta para convertir el museo en un polo de irradiación titiritera. Miles de escolares recorren sus instalaciones todos los años en visitas guiadas. Decenas de elencos de titiriteros de todo el país se presentan en su programación para chicos y en la dirigida exclusivamente a público adulto. Aseguró, por otra parte, su continuidad más allá de su presencia constituyendo la Fundación Mane Bernardo-Sarah Bianchi como entidad gestora del museo.
"Hay una gran fuerza de presencia física que se nos impone cada vez que el personaje se enfrenta a nosotros, aunque dependa de nuestra mano y de nuestra voz", definía Sarah la relación entre títere y titiritero. Lo que no mencionaba era la enorme fuerza que transmitía esta mujer de apariencia frágil a todo lo que emprendía, hasta los últimos días de su larga vida.
Fuente: La Nación
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