lunes, 12 de enero de 2009

“Ser pedante es ser un estúpido”

Alfredo alcón, de muerte de un viajante a EL Rey lear
Para muchos es el mejor actor de la Argentina, sin embargo todavía siente miedo cada vez que sube al escenario. Mientras se despide de la obra de Arthur Miller, prepara el gigantesco texto shakespereano.

Leni González


Alfredo Alcón titubea. Como un novio atolondrado, las palabras se le agolpan y no se rinde ante ninguna. Busca la mejor pero duda de su elección hasta que la voz de un poeta o el recuerdo de una anécdota vienen en su ayuda. “Un gran autor lo diría mejor, a mí no me sale el término justo y quiero mostrarte el alma. Por eso balbuceo”, dice con ternura desvalida quien, en un rato, sobre el escenario y abrigado en el calor de un texto, dará luz para atraer todas las miradas. Ni el más acérrimo de sus detractores podría negar que cuando pisa el escenario el aire se corre para dejarle espacio. Desde el pasado sábado volvió al Paseo La Plaza (Corrientes 1660) con Muerte de un viajante, de Arthur Miller, junto a Diego Peretti, María Onetto, Sebastián Pajoni y Roberto Castro, la dirección de Rubén Szuchmacher y la producción de Pablo Kompel y Adrián Suar. Después de hacerla en 2007 y salir de gira el año pasado, retoma la obra durante tres meses, antes de empezar los ensayos de El Rey Lear, de William Shakespeare.

–¿Empezó a despedirse de Willy Loman?

–Por favor, tuteame. Mirá, hacer este personaje es uno de esos viajes maravillosos de los que uno no se olvida nunca. Pero no me da la imaginación más que para este nuevo encuentro; después, tengo tres meses para pensar en la despedida. Todos los días leo la obra, siempre lo hago, ¡y la cantidad de cosas que se descubren! Y todos los días, aunque te parezca mentira, es la primera vez, todos los días estamos muertos de miedo, enfermos, pero no por lo que piense el otro, sino porque te vas a encontrar con tus propios sueños y el miedo es decepcionarte de vos mismo más que a los demás. Por suerte es así porque la persona que sale segura al escenario es porque, como mínimo, no tiene imaginación. Hay actores que creen que se las saben todas y entonces los ensayos son sólo reafirmaciones de que el tono 14 mezclado con la cara 21 produce un efecto ya conocido.

–¿Los artistas no corren riesgo de caducar como el hombre gris que representa Loman?

–Supongo que algún gran pintor... Porque ahora se llama artista a cualquiera. Yo no me considero un artista, que es alguien que hace mucho más de lo que yo hago. Pienso que un gran artista o un gran pensador puede ver con lucidez y puede vivir sin esa enajenación. La actualidad de Willy Loman está en que de su alma no se habla, lo que importa es el éxito, lo que se puede lograr económicamente. Nos vendemos a nosotros mismos, como dice Miller. No importa el talento, sino que caigas bien y tengas relaciones. Pero aunque tengas éxito, todo es tan hueco que es la infelicidad; por eso las drogas, el alcohol, porque hay un vacío del alma y hay que llenarlo de ruido y cosas que nos entretengan. “¡Mirá para acá, para allá, divertite, entretenete, mové el culo! Que ésa es la felicidad”, te dicen. Y ser más rico no te hace feliz aunque a veces uno quiera creer que sí y trata de no sentirlo. Darte cuenta de que uno no es tan feliz como te prometen, ya sería un paso que no sé si alguien hoy puede dar porque es algo avanzado y rebelde, destructivo de todo el armazón. Es muy difícil decir “pará, pará, esto es lo que yo tengo ganas de hacer”. Eso es un momento mágico del que muy pocos seres humanos podemos gozar.

–¿En los últimos años el público se ha pauperizado culturalmente?

–Lorca llevaba a los pueblos analfabetos las mejores obras de teatro, las del Siglo de Oro, porque decía que ése era el lenguaje del pueblo que le había sido arrebatado. ¿Viste cuando dicen “vamos a hacer una comedia para la familia”? Como si la familia estuviera compuesta por imbéciles y el pensamiento fuera para unos pocos elegidos. Cuando la gente se encuentra con grandes autores –y no con los autores complicados al divino botón–, sin esfuerzo, como el aire, en seguida se conecta, es lenguaje humano, entrás. Pero es probable que, si te dan cosas para estúpidos, te vayas acostumbrando y, después, termines siendo estúpido. Eso es fascismo.

–Una vez contaste que la directora Margarita Xirgu te maltrató como actor. ¿El talento puede ir unido a la crueldad o al divismo?


(Sonríe ante el recuerdo) –Pero no era pedante ni soberbia. Los divos que conocí no lo eran. Me parece que eso es más común en la gente que tiene alguna condición y se asombra de que con tan poco tenga tanto y por eso necesita probarlo tratando mal a los demás. Pasa en el teatro y en cualquier oficina. Pero seguro que los golpes no te hacen crecer. No sé por qué me viene a la memoria Giorgio Strehler, un gran director italiano, un genio. Cuando estrenamos en Milán con el Centro Dramático Nacional de España, El público, de García Lorca, él venía a los ensayos y me llamaba temprano: “Andiamo a mangiare”. Yo pensaba que no era él, que debía ser un tipo sencillo al que mandaba porque no podías creer. Él me preguntaba a mí sobre cómo hacía yo los personajes. Tenía curiosidad por los otros, no se estaba mirando al espejo constantemente. Los autores mediocres pintan a los divos como serían ellos en ese lugar. Habrá casos, pero cuando hay tanto talento vislumbrás algo sobre la condición humana que te impide la estupidez. Ser pedante es ser un estúpido.

Y es, además, un riesgo que amenaza a los actores en la Argentina, según le explicó a Alcón la gran actriz catalana Nuria Espert: “Hace unos años (en 1996), actuamos en el Lola Membrives con el espectáculo Haciendo Lorca. A la salida la gente nos esperaba para saludar. Un día, ella, sorprendida por todo eso a lo que no estaba acostumbrada porque el público español es distinto, con mucho respeto, me dijo: ‘Alfredo, ¿esto no te hace mal?’. Porque uno puede creer que como te sale bien un papel te tienen que tratar de una manera especial (se ríe), te tienen que contemplar porque sos un ser muy sensible. Y no, es un trabajo, estás afiliado a la CGT y te pagan para que lo hagas bien”.

El Rey Lear, que protagonizará en La Plaza a mediados de año, también dirigido por Szuchmacher, acompañado por Roberto Carnaghi, Joaquín Furriel y Juan Gil Navarro, es el segundo en menos de dos años, ya que en 2008 lo hizo en el teatro Valle-Inclán de Madrid, con dirección de Gerardo Vera. Hubo otro intento, en 2006, para llevar el clásico al San Martín, pero Alcón se retiró del proyecto por desacuerdos con el director Jorge Lavelli, por lo que la puesta se concretó con el actor Alejandro Urdapilleta.

“Yo necesito profundamente al director, no puedo actuar sin director. Y cada uno trae su visión de la obra, que es tan rica y admite tantas maneras de representarla. Lo importante es que él no venga como que ya sabe cómo hay que hacerlo y que vos sos el tonto que en tres meses tenés que acceder a su sabiduría, sino que te permita buscar juntos, que el ensayo sea búsqueda. Claro que el director crea el clima de la búsqueda pero no te da las soluciones, deja abierta la puerta y no te dice ‘aquí te sentás porque a mí se me ocurrió hoy en el living de mi casa’”, generaliza Alcón, sin dar nombres.

–¿Un buen director puede inventar actores?

–En el cine, podés inventar un actor; en teatro, no, es muy difícil de camuflar. Un director no puede disimular a un mal actor; podrá hacerlo algunos días, pero después se va y la cabra tira al monte. Y un mal director puede malograrlo todo porque estás indefenso. Tiene que haber un equilibrio entre director y actores.

–¿Por qué no hiciste como Héctor Alterio o Miguel Ángel Solá y te radicaste en España?

–No, no, no. A mí este país me lo dio todo. No me dio más porque no tiene. Tengo el afecto del público y de mis compañeros. Es muy difícil vivir en un lugar donde uno no quiere morirse. Me encanta España, me tratan de lo mejor; pero puedo pasar un tiempo, no quedarme. En Madrid, soy un corcho flotando, no tengo raíces. No sé, acá en mi país me siento útil, me hago la ilusión de que ayudo y me ayudo a ver más claro, aunque dicho esto suena como que tengo una misión que cumplir.

–¿Qué es el éxito?

–A mí me lo definió el director Lluís Pasqual: él iba a entrar al teatro con Nuria Espert, donde trabajaban. Llovía, la gente hacía cola. Pasaron apurados, sin que los reconozcan y él alcanzó a escuchar a una señora que bajo el paraguas le dijo a una amiga: “Hace media hora que estoy aquí por una entrada para ver a esta mujer que no la soporto”. Eso es el éxito: aun los que no te soportan, te van a ver.

Siempre es la edad de la inocencia

Duilio Marzio (actúa en El último encuentro con Hilda Bernard y Fernando Heredia) dijo sin lamentarse que era inevitable que juventud y belleza dominaran al mundo. ¿La edad afecta el trabajo del actor?

–Depende de cada uno, de cada experiencia. Nadie tiene toda la razón. ¡Ni Duilio Marzio! (risas). Lo que importa es quién sos vos. Y vos no sos 40 ni 50, vos sos vos. Mirá, Lydia Lamaison me llamó y me contó: “Estoy armando un recital de poesías para tal lugar, ¿qué te parece, che?”. “Bárbaro –le dije–, no dejes de hacerlo.” No digo que los que no trabajan son vagos, depende de cada uno, hay que correrse del lugar en el que nos quieren poner, el mandato de hacer de “jovencito” o de “viejito”. No tiene nada que ver con uno. ¿Viste los ojos de Lydia? Tiene 22.

“Adrián Suar me cuida mucho”

Desde El amor nunca muere (Luis César Amadori, 1955), donde cortejaba a Mirtha Legrand, Alfredo Alcón filmó más de cuarenta películas tanto en la Argentina como en el exterior. La última fue En la ciudad sin límites (Antonio Hernández, 2001), en España, con Leonardo Sbaraglia. “Claro que el cine me sigue interesando. Pero lo que pasa es que siempre estoy con mucho teatro. Y yo no puedo hacer dos cosas a la vez, nunca lo hice. Cuando hacés teatro tardás en dormirte, tenés que bajar porque estás a mil por hora por dentro y lleva un tiempo. Y no podés levantarte a las seis para grabar. No digo que esté mal, yo no puedo. Me gusta mucho mirarme el ombligo”, reconoce.

Con respecto a la televisión, dice que le ocurre lo mismo, si bien Adrián Suar le arreglaba los horarios para que pudiera llegar cómodo a las grabaciones: “Adrián es un tipo que, si estuviera acá, ya estaría viendo si hay alguna corriente de aire. Me cuida con un afecto que a quién no le gusta. Y lo nombro a Adrián porque es quien me llamó últimamente (los unitarios Vulnerables, Locas de amor y Por el nombre de Dios). Antes hice mucha televisión, esos ciclos de teatro que ensayábamos un mes y nos parecía una vergüenza (se ríe). Pero no digo ‘aaahhh, qué época’ (ríe); no era mejor”.


Fuente: Crítica

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