martes, 20 de mayo de 2008

La vida sombría

CRITICA: TRES HERMANAS"

La obra de Chéjov tiene un gran elenco con 18 actores en escena y una puesta prolija.

Por: Juan José Santillán
Fuente: ESPECIAL PARA CLARIN
El Complejo Teatral de Buenos Aires presenta en el Regio una versión de Tres hermanas, con dirección y adaptación de Luciano Suardi y las actuaciones de Stella Galazzi, Carolina Fal, Malena Solda, Guillermo Arengo y Alberto Segado, entre otros. La vida de los Prozorov y el desgaste de sus anhelos en la bucólica Rusia rural, ha sido uno de los motivos del dramaturgo ruso en los que reincide el repertorio teatral de Buenos Aires.

Los hombres comen, duermen, fuman y dicen banalidades y sin embargo se destruyen, señaló Chéjov para dar cuenta del modo en que, pese al dibujo de cierta banalidad en el desarrollo de los diálogos, expone y desmorona la subjetividad de sus criaturas en escena.

El abordaje de Chéjov, y en particular Tres hermanas, quizá la más sombría producción del dramaturgo, ha sido amplio en el teatro porteño. Tres hermanas puede devenir, por ejemplo, en un trabajo sobre la radicalidad compositiva de la forma y el sentido de la representación (vale recordar, por ejemplo, la versión de Daniel Veronese, Un hombre que se ahoga) o en el tránsito aparentemente sosegado por el clásico. En el medio, los matices, claro, son amplios y no siempre generosos con el resultado de un espectáculo.

En este caso, Suardi modula un Chéjov con mínimas intervenciones sobre el original y un multitudinario elenco de 18 actores en escena. Las hermanas Prozorov, interpretadas por Stella Gallazzi (Olga), Malena Solda (Irina) y Carolina Fal (Masha) definen claramente los matices de sus personajes en sólidas actuaciones. En particular, Stella Gallazzi, sin duda una de las actrices destacadas en el medio local por su ductilidad y presencia escénica. Guillermo Arengo compone a Andrei, frustrado hermano que hipoteca la casa y liquida los lazos familiares de los Prozarov al casarse con Natasha (Muriel Sana Ana).

El pasaje entre las escenas se lleva a cabo mediante la aparición de una niñera (Marta Pomponio) quien, bajo tenue luz, interpreta una nana de los hijos de Andrei y Natasha. Estos puentes entre escenas marcan el paso del tiempo en la casa de los Prozorov, lugar del que paulatinamente son expulsadas las tres hermanas por la desmedida ambición de Natasha.

Con el marco de estos buenos intérpretes, la obra desarrolla una prolijidad casi aséptica. El director respeta las referencias de época, tanto en el vestuario, como en ciertos detalles de escenografía. Oria Puppo, encargada del dispositivo escénico, trabajó un espacio despojado; en sus decisiones se halla, quizá, la particularidad de esta adaptación.

La cualidad espacial se potencia por el trazo de líneas con una gran mesa, alrededor de la cual los personajes conjugan lugares de acción y reposo. La mesa es un elemento multifuncional que altera el espacio hacia un cuarto de estar o un banquete. El anhelo de Irina por llegar a Moscú es degradado por una temporalidad que en esta puesta parece, incluso, adueñarse y ganarle terreno al espacio donde accionan los personajes.

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