miércoles, 22 de septiembre de 2004

Los sueños como actos de obsesión

BUENOS AIRES
En Poses para dormir, Lola Arias ensaya una mirada extraña sobre la realidad, que se termina desdoblando entre vigilia y sueño.

Por Cecilia Hopkins

Una vez que comprendió que sus estímulos teatrales más potentes se originaban en la escritura, tras cumplir un ciclo de formación actoral con Ricardo Bartís y Pompeyo Audivert, Lola Arias determinó dirigir sus propios textos. Y pensó en concebir obras capaces de ser portadoras de un atractivo más allá de su puesta en escena. Arias se dio a conocer con la edición y estreno de su primera obra, La escuálida familia, una pieza que retrata las crueldades del entorno íntimo de dos hermanas que viven en una fría región sumida en una noche continua. En mayo pasado estrenó Estudios sobre la memoria amorosa (una obra que analiza los vínculos sentimentales a partir de ciertas patologías de la memoria) en el Centro de Experimentación del Teatro Colón, fruto del taller de experimentación estética propiciado por la Fundación Antorchas.
Ahora es el turno de Poses para dormir, que acaba de subir a escena en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960) y se ve los viernes a las 21. Integran el elenco Blas Arrese, Javier Drolas, Inés Efron y Julieta Vallina.

La obra discurre acerca de la recurrencia de ciertos sueños: dientes que se rompen, mujeres que se besan, la destrucción del mundo. Quienes se cuentan sus aventuras oníricas son dos parejas que viven en departamentos contiguos, cuyos integrantes juegan a ser quienes no son por influencia de los otros. La obra propone una mirada extrañada de la realidad y tiene algo de policial, otro tanto de historia de amor pero mucho más de ciencia ficción: “Me interesa el delirio al que se puede llegar desde la ficción, y siento que en esto de construir universos autónomos tengo más referentes en el cine que en el teatro. Y creo que no hay como la ciencia ficción para hablar de la realidad”, concluye.

–¿Por qué se autodefine como una obsesiva de las palabras?

–Vengo de una formación que privilegia la improvisación sobre textos no teatrales. Después de varios años y cuando ya pensaba que había cumplido un ciclo (ya escribía poesía y estudiaba letras), me di cuenta de que no era esa forma de teatro la que me interesaba. No comparto la idea de que si el actor no puede decir un texto se lo suprime. Tampoco creo que porque determinada frase suene muy literaria haya que sacarla. A mí me parece que todo texto puede decirse, lo que hay que encontrar es cómo hacerlo.

–¿Se trata de encontrar nuevas formas de actuación?

–Yo me formé en la idea de que el actor debe generar estados, tiene que expresar intensidades. Frente a esto están las metodologías que intentan captar el gesto natural, la organicidad de la vida. En esta obra no trabajé con ninguna de estas formas de actuación. Quise formalizar el gesto cotidiano, ordinario y hacer una coreografía con las poses que iban encontrando los actores.

–Hablar de poses en teatro hace pensar en un planteo relacionado con la plástica. ¿Hay algo de eso?

–Se podría decir que se trata de un trabajo minimal, pero no porque no haya movimiento en la obra. Lo que se trató fue de limpiar el gesto de los personajes y vaciar sus movimientos de todo lo que no parezca necesario. Yo veo que los actores hacen demasiado en escena. Y quise lograr en las poses una fuerza de condensación de lo mínimo.

–¿Qué es lo que los sueños representan en su obra?

–La idea de tomar los sueños es una excusa para presentar las obsesiones de los personajes, quienes todo el tiempo se cuentan sus sueños. No hice un estudio acerca de aquellos que se repiten pero sí leí acerca de su codificación, incluso, en sociedades aborígenes. Me interesa el valor de las imágenes de los sueños, sus conexiones míticas, su asociación con determinados contenidos. Alguna vez imaginé que la continuidad está en el sueño y no en la vida. Un personaje de la obra se dice “vivimos una doble vida, una con los ojos cerrados, otra con los ojos abiertos”.

Fuente: Página 12

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