miércoles, 29 de septiembre de 2004

De la mano de Chejov: Daniel Veronese

Foto archivo

Sin anticipos de estreno ni promociones, el director está ofreciendo "Un hombre que se ahoga", una versión libre de "Tres hermanas", donde se intercambia el género de los personajes.

Un nuevo proyecto de Daniel Veronese comenzó a hacer funciones en El Camarín de las Musas. La producción tiene múltiples particularidades. En primer lugar se trata de una versión de "Tres hermanas", de Anton Chejov -denominada "Un hombre que se ahoga"-, en la que los personajes femeninos están interpretados por hombres y los masculinos por mujeres. No se modifican los nombres originales y tampoco los actores aparecen travestidos, y menos aún adoptan conductas distintas de sus propios sexos. En segundo lugar, el espectáculo se viene ofreciendo sin tener una campaña de difusión que posibilite al público saber que ese trabajo está en cartel. Por último, en la puesta -se trata de una fuerte experiencia de investigación- no hay casi escenografía ni música ni una iluminación diseñada para aportar determinados climas. Es más: una función se realiza los domingos a las 16, aprovechando la luz natural que ingresa en el espacio escénico desde el techo.

En una habitación un tanto derruida, un grupo de intérpretes, con la ropa que traen de la calle, asume la recreación de unos personajes que, a poco de iniciada la representación, movilizarán la atención de los espectadores.

El grupo de actores está integrado por Osmar Núñez, Claudio Tolcachir, Luciano Suardi (Olga, Irina y Masha, respectivamente), Julieta Vallina, Pablo Messiez, Silvina Sabater, Elvira Onetto, Osvaldo Bonet, Marta Lubos, Silvina Bosco, Stella Galazzi y Adriana Ferrer.

La propuesta llevó un largo tiempo de ensayos y algunos inconvenientes que pudieron sortearse. La mayoría de los actores forman parte de otros proyectos teatrales, están en televisión o hacen publicidad, con lo cual fue muy difícil reunirlos en horas habituales de trabajo. Las madrugadas fueron, la mayoría de las veces, el tiempo ideal para encontrarse. En algún momento todo estuvo a punto de esfumarse, pero gracias a la buena predisposición del grupo el espectáculo llegó a buen puerto.

Daniel Veronese está más que conforme con esta producción que concretó de manera tan inusual. Tenía ganas de hacer Chejov y lo logró, y en su discurso asoman también algunas explicaciones que al lector le resultarán un tanto extrañas, sobre todo cuando define por qué lleva a escena las "Tres hermanas" de esta forma.

"Tenía necesidad de tomar un autor clásico, y Chejov me fascinó -explica el director-. Lo primero que busqué, llamativamente, fueron los actores, antes de encontrar la obra. Llamé a seis intérpretes y les pregunté si querían participar de una obra de Chejov. Me preguntaron cuál y les dije que todavía no sabía. Después me di cuenta de que no había una obra donde pudieran entrar los seis. Decidí que podía cambiar algunos sexos de los personajes y terminé optando por «Tres hermanas». Empecé a leer la obra así, con los sexos cambiados, y funcionaba."

Comenzaron a trabajar sobre esta idea y lograron quebrar algunos miedos primarios respecto de si esos mundos masculinos y femeninos podían deformarse. "Lo principal del trabajo -cuenta Veronese- fue lograr el aspecto poético de estas tres mujeres que parecen tener todo para acceder a algo y no lo hacen Uno se pregunta por qué no se van, por qué no dejan ese mundo en el que viven. Están detenidas porque no hay dinero que pague ese lugar utópico de la felicidad, al que aspiran.

Uno sabe que si se van a Moscú van a fracasar tanto como en el lugar donde viven. No es Moscú lo que buscan. En este deseo de la felicidad y el sentido de la vida puesto en otro lugar encontré que tranquilamente puede manifestarse, en términos dramáticos, tanto en hombres como en mujeres. Y en cuanto a esos personajes que representan el mundo militar no apunté tanto al aspecto bélico de su condición, sino a mostrarlos como seres que quieren movilizar a los otros, dicen «vengan conmigo», «yo soy la felicidad», «puedo sacarlos de este letargo»".

-Si ciertas cualidades de esos personajes bien pueden manifestarse tanto en hombres como en mujeres. ¿Por qué se mantienen los nombres originales, si los intérpretes son hombres?

-Simplemente porque Olga, Irina y Masha son tres nombres muy fuertes en el imaginario de Chejov y no encontré otros que pudieran reemplazarlos. Sé que al comienzo del espectáculo uno escucha el nombre de Olga y lo ve a Osmar Núñez y no entiende, aparece algo de ruido, pero la puesta está trabajada para que la gente se olvide de eso. El espectador repara en que está en un teatro, que hay butacas, hay unos actores. Trabajamos los vínculos y las situaciones de una forma en que la ilusión de lo que sucede ahí permita olvidarse de toda cosa extradramática.

-Tenías interés en trabajar un clásico y eso determina a la vez ir al germen de lo teatral. En este caso, te interesa Chejov porque es un valor emblemático de la escena universal o te interesan sólo sus palabras.

-Es una mezcla de todo. Cuando leo a Chejov descubro una prosa dramática que es poesía pura. Todos los personajes dicen cosas que dichas de otra manera serían pura información. Pero acá todo el mundo tiene derecho a expresar sus padecimientos y está armado de una forma tal que uno no puede dejar de conmoverse. Me interesaba ver si podía hacer Chejov de otra manera. El cambio de roles de los personajes tuvo una causa espuria, pero luego me gustó. Estas circunstancias me llevaron a hacer Chejov así. Si tomo otra obra -ahora estoy interesado en montar "Tío Vania"- no va a ser igual, seguramente.

-¿En qué medida los actores aportaron a los cambios?

-Empiezo los proyectos viendo qué tengo, qué hay. El material no es sólo literario, están los actores. Hay personas que se fueron convirtiendo en lo que son ahora a partir de lo que trabajamos. Me produce mucha fascinación descubrir la obra en el escenario. Los personajes se descubren ahí. Leyendo el papel puedo imaginarme cosas y otro puede descubrir otras. La lectura no te da la verdad de los personajes, ahí ellos son sólo líneas de texto. Cuando aparece la emotividad del actor, sumado al texto y a la situación, empieza a aparecer lo que llamamos el personaje y podemos ver qué es capaz de hacer. De todos modos, modifiqué texto en función de darle al espectáculo cierto ritmo. No utilizo cambios de luces y la obra parece estancada en el tiempo, pero en verdad al cabo de ella transcurren cuatro años. Los actos están montados unos sobre otros. Hice como un batido. La estructura quedó, pero muchas escenas del original se han corrido de lugar. Muchos personajes están en lugares indebidos. Como trabajamos en un único espacio no hay posibilidad de ir a la sala, al jardín. Acá todo el mundo escucha todo y todos dicen en la cara del otro lo que tienen que decir. Todos nos preguntamos sobre el sentido de la vida y queremos ser felices, pero la infelicidad está al lado nuestro. Y eso es muy actual.

-¿Volvés al tema de la familia?

-Es un tema chejoviano.

-Pero también es tu tema.

-Por algo me gusta tanto Chejov. Es un lugar en el que me gusta meterme y seguramente estaré expiando fantasmas. Vengo de una familia italiana, mucha gente, mucha reunión. Sé cómo se manejan las familias. Algo me resulta muy atractivo, las fisuras de la familia. Por esas fisuras algunos se escapan. Otras veces, por esas fisuras la familia se rompe, siempre y cuando alguien no haga algún remiendo. Este lugar microsocial, donde uno se cría y empieza a generar un comportamiento que después repetirá, me parece muy interesante como ampliación de un prisma hacia lo macrosocial. Por medio de una experiencia de laboratorio podemos descubrir por qué somos así, por qué tenemos estos comportamientos.

Por Carlos Pacheco
Para LA NACION

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