sábado, 31 de enero de 2004

EDUARDO PAVLOVSKY


Contra el teatro apolítico

Desde sus comienzos en los 60, al frente del grupo Yenesí, Pavlovsky se propuso hacer del teatro una experiencia de resistencia política a la formas de represión psicosocial.

XIMENA CASAS.

Tenía un ideal del yo, una aspiración —muy inculcada por mi mamá— que me impulsó como caballo de carrera. Pero llegué más lejos de lo que pensaba", asegura y se acomoda en un sillón del despojado living de su casa de Belgrano.

- —¿Cómo conviven el psicoterapeuta, el actor y el dramaturgo?

- —No me doy cuenta. Voy haciendo las cosas y, de repente, alguien me pregunta: "¿cómo se hace?" A mí siempre me interesó todo lo que tuviera que ver con lo humano, el sufrimiento, lo psicológico y lo sociológico. De muy chico, me analicé con Matilde Rascovsky. Después estudié medicina y, como no me gustaba, me recibí muy joven. Al revés. Y de repente me encontré sin saber qué hacer. Simultáneamente, vi la obra de Beckett y ser actor me pareció fascinante.

Primero tomó clases con Pedro Asquini y Alejandra Boero. Luego, fundó su propio grupo —Yenesi— junto a Julio Tahier y continuó su formación actoral en el Nuevo Teatro, donde ensayaba obras de vanguardia. "Era un teatro militante —cuenta— que se oponía a la cultura burguesa, a la que yo pertenecía. Yo venía de una familia de médicos prestigiosos, de clase media alta". En 1962 llegaron sus primeras obras como autor: Somos y La espera trágica. Y en los años 70, El señor Galíndez.

Al mismo tiempo, Pavlovsky terminó la carrera psicoanalítica. Pero sentía que eso no era lo que quería. Hasta que otra casualidad le permitió encontrar su lugar en la psicología: "Un médico colombiano me invitó a hacer psicoterapia de grupo en el Hospital de Niños y descubrí un mundo apasionante: la relación entre el juego y la terapia. Estaba decepcionado por la medicina y por la comprensión del mundo que tenían los psicoanalistas, que explicaban todo por el inconsciente. Además, formaban una especie de secta. La psicoterapia de grupo me abrió otro panorama".

Luego, vendría un exilio de tres años en Madrid. La vuelta a Buenos Aires. Las históricas jornadas del ciclo "Teatro Abierto", en 1981. Y varias obras convertidas en clásicos: Potestad, Paso de dos, Rojos globos rojos, Telarañas, La muerte de Marguerite Duras, traducidas a varios idiomas y representadas en todo el mundo por el mismo Pavlovsky o por... Jean—Louis Trintignant.

Ahora, Pavlovsky se encuentra en ese momento previo a la creación que —inspirado en el escritor Julio Cortázar— denomina "coágulo". "Siempre escribo pensando en mí como el actor que va a interpretar esos textos. Soy el mejor actor de mis obras", afirma. "Al Pacino no haría mi teatro mejor que yo. Cuando escribo, tengo imágenes donde voy actuando lo que voy escribiendo." Se define como un autor de imágenes. "La pintura me estimula enormemente para escribir teatro. Por ejemplo: vi la exposición de Ovo Nero —un grupo de jóvenes— y me quedé muy impresionado. Los dramaturgos recurrimos mucho a la explicación, mientras que los pintores atraviesan ese momento: se mandan. El teatro está detrás de la pintura. Uno de estos muchachos me contó que su proceso para pintar es parecido al del pintor inglés Francis Bacon. Yo también uso ese proceso para escribir: hay manchas tiradas por ahí, que no representan nada, y empiezo a trabajar por una de ellas.

- —¿Le preocupan la vejez y la muerte?

- —Sí, yo tengo temor a la muerte. Para Borges la muerte era maravillosa: "Yo estoy esperando cesar", decía. No soy religioso y, por ahí, me gustaría serlo. Entonces, me cuido hipocondríacamente: camino todos los días 5 kilómetros y nado.

Las pasiones de Pavlovsky no se agotan en el teatro. También están el deporte (especialmente el boxeo), las mujeres y la política. Las mujeres, su otra pasión, son también un gran misterio. Pavlovsky cuenta que se enamoró varias veces y tuvo tres matrimonios (desde hace 23 años está casado con la actriz Susana Evans, que interpretó varias de sus obras), pero que la mujer sigue siendo para él "insondable e inabordable". Y la política, por ahora, sólo le interesa como objeto de estudio. "No volvería a ser candidato a diputado, sólo lo haría por el partido de Luis Zamora. Me interesa más escribir y estudiar política. La candidatura fue una actitud militante cultural, tenía la absoluta seguridad de que no iba a ser electo".

En los 70 sus obras representaron la vanguardia teatral. ¿Por dónde cree que pasa ahora la vanguardia? Cuenta: "No veo muchas obras. Rafael Spregelburd, Javier Daulte, Alejandro Tantanian y Daniel Veronese representarían la vanguardia, un teatro diferente que entusiasma a mucha gente. También es un teatro apolítico. Nuestra generación —la Gambaro, Cossa, Osvaldo Dragún o Ricardo Monti— fue atravesada por lo político. A mí me vinieron a buscar: lo político me atravesó en el cuerpo".

La actualización de sus textos (hoy día puede verse Telarañas dirigida por Nora Rule los viernes a las 22.30 en el Actor''s Studio) también tiene que ver con nuevos públicos. Y también llegaron a Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. ¿Cómo son interpretadas y recibidas ahí?

"Mi teatro —que no es un teatro popular, en el mejor sentido de popular— es estéticamente ideológico en cualquier lugar. La gente que ve mi teatro es muy parecida a mí. En Los Angeles, Albania, Francia o España: el público tiene una ideología estética semejante. El otro día, alguien dijo que yo merecía mayor publicidad. No lo creo. Un sector de gente bastante más amplio del que yo creía tiene conocimiento sobre mi quehacer intelectual. La cantidad de gente no define el fondo de la cosa."

- —Una característica común en muchas de sus obras es la aparición de la figura del represor, el torturador, como una persona común y hasta simpática. ¿Por qué le resultan atractivos estos personajes?

- —Es inexplicable y es explicable. Esto me costó una divergencia con la izquierda. No voy a explicar que pienso en contra del represor —parece que en la Argentina, cada vez que uno escribe tiene que explicar quién es—, lo que me interesa es saber cómo es la cabeza del represor: una persona que va a misa, es cristiana, tiene un buen hogar y reprime. Me atrae su "cotidianeidad". Es más bien un hombre de escritorio que obedece órdenes.

En Potestad, la historia de un raptor de niños, muestro a un tipo simpático y después muestro que es un represor. Eso es lo interesante. Casi todos los torturadores tienen una formación institucional, no personal, donde la violencia, el saqueo, el rapto, la picana, son "sintónicos" con la institución. Sintónico quiere decir avalado por la institución.

En la última parte de El señor Galíndez, hay dos torturadores sadomasoquistas de oficio, y aparece un nuevo torturador —que sería Astiz— que había estudiado. A los otros los podían sacar porque eran una serie, pero al teórico no. Por eso estudió y es torturador. Esto crea un nivel altísimo de complejidad. Eso explicaría que en la izquierda alguien se enoje. Pero yo quiero aceptar la complejidad de los fenómenos. Otra cosa es la militancia.

En cine, Pavlovsky actuó en más de una docena de películas: la primera fue El Santo de la espada, de Leopoldo Torre Nilson en 1970. Y siguieron, entre otras, Cuarteles de Invierno, El exilio de Gardel, Los chicos de la guerray Miss Mary, y dos versiones cinematográficas de sus obras: La nube, de Pino Solanas (basada en Rojos globos rojos) y Potestad, de Luis César D''Angiolillo.

- —¿Se quedó con ganas de hacer más cine?

- —El cine no me fascina. Me llaman mucho porque represento un tipo de actor de cierta edad que no está reventado, que puede dar un físico de clase alta y también de boxeador. El problema es que el cine me corta la profesión y tengo que decirle a los pacientes que no vengan por dos meses. Y lo atractivo es que me permitió aprender un oficio: me hice actor de cine. Para el teatro tuve condiciones naturales, pero en el cine la condición natural te la tragás.

- —A lo largo de su carrera, usted alcanzó muchos logros, ¿siente que le falta algo más?

- —No. En psicoanálisis hay algo que se llama el ideal del yo. Mi padre no tenía mucho ideal del yo. Era hermano de dos eminencias médicas y eso era un orgullo para él. No aspiraba, aspiraban por él. Era socio de River, le gustaba el deporte, era buen padre de familia —medio mujeriego, pero era culturalmente así—, no sufría. Pero yo tenía otra aspiración y llegué a más de lo que pensaba. En ese sentido, la vida conmigo fue muy gratificante. Hay mucha gente capaz en la Argentina que sufre y está resentida porque no pudo desarrollarse por las circunstancias sociales. Pero yo soy muy agradecido con el país. Por otro lado, viajo mucho y veo una Europa decadente. Converso con la juventud y creo que llegaron a un tope: juntan plata, compran departamentos, tienen cada vez más, pero están desasosegados y culturalmente sin empuje. En Latinoamérica hay más fuerza.

- —Dejando de lado los años del exilio, ¿en algún otro momento pensó en vivir en otro país?

- —No. Me escapé de Argentina porque me mataban, pero volví convencido. Soy muy de acá.


Fuente: Revista Ñ

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