Nuestra opinión: muy bueno
La nueva experiencia teatral del autor y director Daniel Veronese vuelve a tomar como punto de partida una pieza de Chéjov (su anterior investigación fue "Un hombre que se ahoga", a partir de "Las tres hermanas") y dos ejes dan forma a su trabajo. Por un lado coloca, una vez más, su mirada sobre seres que crecen en un profundo marco de indefensión y, por otro, reflexiona sobre la representación teatral haciendo especial hincapié en la actuación.
La escenografía de un espectáculo anterior "Mujeres soñaron caballos" sirve de marco para esta relectura del "Tío Vania". Los seres que juegan dentro de ella poseen algunas cualidades similares. Han pasado algunos años de aquel estreno (aunque la obra se ha repuesto y mantenido en cartel), pero los personajes no han terminado de superar sus dificultades. Ahora han mudado de nombres pero, cuando hablan, siguen dando cuenta de una profunda desesperanza.
Vania, Sonia, Astrov, Serebriakov y Elena han atravesado algo más de un siglo con sus conflictos y encajan perfectamente en esta contemporaneidad. Tal vez por ello Daniel Veronese necesite, por momentos, imponerles comentarios que tienen que ver con el teatro, con ese lugar donde los personajes -hombres y mujeres- expresan sus sueños, temores y esperanzas con el fin de ¿ayudar? a los espectadores en sus búsquedas de verdad.
Que extraño resulta que Serebriakov, el administrador, quien ha marcado con fuerza la conducta de Vania y Sonia a través de sus especulaciones, sea en esta puesta un profesional del arte que cita a Alexander Ostrovsky y a Constantín Stanislavsky, ambos influencia directa en el teatro chejoviano. El primero enseñándole, quizá, que puede abrevar en seres desprotegidos, pequeños en apariencia, pero cargados de un mundo que merece ubicarse en el centro de la escena; el segundo, mucho más tarde, ayudando a iluminarlos desde la interpretación.
Veronese observa y reflexiona sobre eso, cruza influencias, historias de países, personajes a los que aporta nueva carnadura, bucea en el teatro contemporáneo, también, y descubre en las dos criadas de Jean Genet un sabroso material por explorar y viste con algo de sus ropas a Vania y a Astrov, con muy destacados resultados. Lanza todo eso a su espacio. La síntesis, un espectáculo inquietante que deja muy en claro no sólo la conflictiva de Tío Vania, sino a un entorno también convulsionado que sobrevive sin certezas, sin sueños; sabiendo - y hasta lo experimentan- que existe la pasión, la rebeldía. Pero imposibilitados de que ellas los modifiquen verdaderamente. Cuánto les cuesta la vida entonces y cómo hacer desde un escenario para dar trascendencia a unos actos que los reflejen y desde la pura verosimilitud.
Un magnífico elenco toma a su cargo ese desafío. Los resultados son una acabada muestra dramática donde la teatralidad aflora de continuo. Algunas escenas son la precisa síntesis de esta investigación, como todas las que juegan Vania (Osmar Núñez) y Astrov (Claudio Quinteros), Serebriakov (Fernando Llosa) y Vania, Elena (Julieta Vallina) y Astrov. La desprotección de Sonia (María Figueras) resulta sumamente conmovedora, como las figuras de Teleguín (Silvina Sabater) - sus intervenciones aportan una rica cuota de humor - y María (Marta Lubos) un ser muy pequeño que la actriz impone con fuerte presencia.
Si por un lado esta investigación sobre el Vania chejoviano posee una profundidad que puede deparar fuertes análisis, sus resultados sobre el espacio son sumamente vitales y la historia fluye con una singularidad tal, esos personajes son tan ricos, que el espectador solo deberá dejarse llevar por ellos y saldrá de la sala con muchas ganas de soñar un mundo mejor.
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