EN AVIGNON. Marcial Di Fonzo Bo supo lucirse en el festival con obras de su admirado Copi. El argentino es un personaje en Francia. (AFP)
Marcial Di Fonzo Bo está sentado en un jardín de Avignon y enseguida uno se da cuenta de que este muchacho, con su extraña dulzura, su elegancia, su parte de niño inmediatamente perceptible, personificó por sí solo al Festival de Avignon 2006, abierto este año a los vientos de todos los países.
Marcial Di Fonzo Bo y la troupe des Lucioles (Compañía de las Luciérnagas) presentaron en el Festival tres espectáculos en torno al escritor argentino Copi, en una vertiginosa exploración del tiempo y el espacio del teatro que lleva al público tras los pasos de una misteriosa cosmonauta llamada Loretta Strong, lanzada al vacío intersideral.
Viajes y exilios: como Copi, el argentino de París, muerto en 1987 a los 48 años, la vida de Marcial Di Fonzo Bo quedó definida por la partida de su Argentina natal. Esta se produjo también en 1987. Tenía 19 años y un pasaje sin retorno. Llegó a París un día de diciembre, unos días antes de la muerte del autor, a quien no conocía. Como si la vida le hubiera dado una pequeña señal, que recordaría más tarde.
“El exilio es un período de la vida en el que el hombre se abre a la libertad” le gusta decir a Marcial Di Fonzo Bo citando a Copi, siempre Copi, que lo acompaña desde entonces. Casi como una brújula que indica el rumbo, el de una imaginación viva y sutil.
“Este año, me di cuenta de que había pasado la mitad exacta de mi vida en la Argentina y la otra mitad en Francia: diecinueve años en cada una” señala el joven actor con aire soñador. “Pero parece —dice— que los años de infancia cuentan doble”.
La infancia es la Argentina, y más exactamente Buenos Aires, una ciudad abierta al mundo por excelencia. “Es un puerto —la define— que se fundó sobre una mezcla de culturas, con una inmigración importante entre las dos guerras”. Dice que, en los recuerdos de su niñez, siempre hay algo vinculado a otra cultura, en todos los aspectos de la vida cotidiana, “ya se tratara de la comida o de la atmósfera tan diferente de los barrios de la ciudad”. Marcial creció en Palermo, un barrio popular y de clase media, en el piso 18 de una torre. El padre es algo crápula, algo poeta: la familia, de origen italiano, a veces debe mudarse en medio de la noche.
El teatro es su madre, que se va cuando él tiene 6 años. El tío y la tía maternos, Facundo y Marucha Bo, habían emigrado a Francia en 1968, el año de su nacimiento. Marcial se reencontrará con todo ese pequeño mundo, que vive y trabaja en el grupo TSE de Alfredo Arias, en 1987. Entretanto, es un chico que sueña frente a las fotos, los afiches o los discos que llegan de París. “Era mágico. Recuerdo sobre todo las imágenes de Luxe, uno de los espectáculos cultos del grupo TSE”.
Un chico que sueña y tiene ganas de pelear. El fin de los años 70 y el comienzo de los 80 son también la época de “la guerra sucia” y aunque nadie de su familia sufrió directamente la dictadura, Marcial Di Fonzo Bo guarda el recuerdo de un “clima de plomo”, con una presencia militar y policial obsesiva en la ciudad, con detenciones incesantes y miles de exiliados. “Yo era un adolescente bastante vital, bastante deslenguado. Crecí con la idea de partir”.
Entretanto, empieza a hacer teatro, desde los 14 años, como algo que no podía ser de otra manera. “Nunca imaginé hacer otra cosa” se sonríe. Para él, el teatro siempre fue “un lugar de resistencia”. Formó parte de una familia teatral muy comprometida políticamente, afín a las ideas del Living Theatre, grupo experimental estadounidense creado a comienzos de la década del 50. “Nos dejaban más o menos tranquilos: nuestro trabajo era demasiado confidencial” para constituir una prioridad para la policía o los militares.
“No entré al teatro por las lentejuelas” agrega, él que, como Copi y con Copi, practica con una soltura desconcertante la subversión por las lentejuelas. Una manera de “mirar la vida desde lo alto de sus tacos altos”. Quizá bajo la influencia lejana de otro género del espectáculo típicamente argentino, el de las revistas encabezadas por grandes cómicos, muy populares y suficientemente poderosos para permitirse atacar en público a la junta militar.
En 1987, por fin la partida. Marcial Di Fonzo Bo se encuentra en París con la familia materna y empieza a trabajar con Alfredo Arias. Ejerce todos los oficios: asistente, iluminador, utilero e incluso vestuarista, como su madre. Después vienen el deseo de “cruzar otras familias de teatro”, la escuela de Rennes y la creación, por los alumnos de esa promoción, del Thé»átre des Lucioles, ni una troupe ni una compañía en el sentido clásico del término, sino una especie de plataforma que vuelve a colocar al actor en el centro del teatro.
Marcial invoca a Pier Paolo Pasolini. “En un artículo, Pasolini dice que, con el nuevo siglo, se predice la desaparición de las luciérnagas a causa de la evolución de las condiciones meteorológicas que, a su vez, se deben a la actividad de las multinacionales. Se pregunta sobre la utilidad de las luciérnagas y sobre la de las multinacionales. Nosotros queremos ser esas luciérnagas que lograrían sobrevivir al nuevo siglo…” Desde entonces, Les Lucioles se ha convertido en una de las aventuras teatrales más apasionantes de los últimos años en Francia, llevada adelante por la energía, el deseo de juego y de expresión de estos hijos de los años 70, que se sienten herederos del espíritu gozoso y libertario de aquella época. Para el actor Marcial Di Fonzo Bo, también hay grandes papeles con directores consagrados como Matthias Langhoff, Claude Régy o Luc Bondy. Papeles que sostiene con su presencia intensa y poética.
“El teatro sigue siendo para mí el lugar donde todavía se puede comentar el mundo” dice, tranquilamente instalado en su identidad de exiliado. Conserva su pasaporte argentino. Odia los trámites, las citas en la jefatura de policía, los enredos administrativos, pero se empeña en seguir siendo un extranjero.
La mirada única de Copi
Cuando comenzó a firmar sus trabajos, Raúl Damonte —nacido en Buenos Aires en 1939— decidió llamarse Copi, como lo nombraba su madre, que era la hija menor de Natalio Botana. En 1962, Copi se instaló definitivamente en París para formar parte del grupo Pánico, en el que también estaba Fernando Arrabal. Vendió dibujos en la calle y mucho después llegó a tener una tira semanal en Le Nouvel Observateur donde creó ese personaje célebre e inquietante, La Mujer Sentada. Escribió doce obras teatrales, incluido el sainete Cachafaz, pieza que se estrenó tras su muerte.
Fuente: La argentinidad al palo
Marcial Di Fonzo Bo está sentado en un jardín de Avignon y enseguida uno se da cuenta de que este muchacho, con su extraña dulzura, su elegancia, su parte de niño inmediatamente perceptible, personificó por sí solo al Festival de Avignon 2006, abierto este año a los vientos de todos los países.
Marcial Di Fonzo Bo y la troupe des Lucioles (Compañía de las Luciérnagas) presentaron en el Festival tres espectáculos en torno al escritor argentino Copi, en una vertiginosa exploración del tiempo y el espacio del teatro que lleva al público tras los pasos de una misteriosa cosmonauta llamada Loretta Strong, lanzada al vacío intersideral.
Viajes y exilios: como Copi, el argentino de París, muerto en 1987 a los 48 años, la vida de Marcial Di Fonzo Bo quedó definida por la partida de su Argentina natal. Esta se produjo también en 1987. Tenía 19 años y un pasaje sin retorno. Llegó a París un día de diciembre, unos días antes de la muerte del autor, a quien no conocía. Como si la vida le hubiera dado una pequeña señal, que recordaría más tarde.
“El exilio es un período de la vida en el que el hombre se abre a la libertad” le gusta decir a Marcial Di Fonzo Bo citando a Copi, siempre Copi, que lo acompaña desde entonces. Casi como una brújula que indica el rumbo, el de una imaginación viva y sutil.
“Este año, me di cuenta de que había pasado la mitad exacta de mi vida en la Argentina y la otra mitad en Francia: diecinueve años en cada una” señala el joven actor con aire soñador. “Pero parece —dice— que los años de infancia cuentan doble”.
La infancia es la Argentina, y más exactamente Buenos Aires, una ciudad abierta al mundo por excelencia. “Es un puerto —la define— que se fundó sobre una mezcla de culturas, con una inmigración importante entre las dos guerras”. Dice que, en los recuerdos de su niñez, siempre hay algo vinculado a otra cultura, en todos los aspectos de la vida cotidiana, “ya se tratara de la comida o de la atmósfera tan diferente de los barrios de la ciudad”. Marcial creció en Palermo, un barrio popular y de clase media, en el piso 18 de una torre. El padre es algo crápula, algo poeta: la familia, de origen italiano, a veces debe mudarse en medio de la noche.
El teatro es su madre, que se va cuando él tiene 6 años. El tío y la tía maternos, Facundo y Marucha Bo, habían emigrado a Francia en 1968, el año de su nacimiento. Marcial se reencontrará con todo ese pequeño mundo, que vive y trabaja en el grupo TSE de Alfredo Arias, en 1987. Entretanto, es un chico que sueña frente a las fotos, los afiches o los discos que llegan de París. “Era mágico. Recuerdo sobre todo las imágenes de Luxe, uno de los espectáculos cultos del grupo TSE”.
Un chico que sueña y tiene ganas de pelear. El fin de los años 70 y el comienzo de los 80 son también la época de “la guerra sucia” y aunque nadie de su familia sufrió directamente la dictadura, Marcial Di Fonzo Bo guarda el recuerdo de un “clima de plomo”, con una presencia militar y policial obsesiva en la ciudad, con detenciones incesantes y miles de exiliados. “Yo era un adolescente bastante vital, bastante deslenguado. Crecí con la idea de partir”.
Entretanto, empieza a hacer teatro, desde los 14 años, como algo que no podía ser de otra manera. “Nunca imaginé hacer otra cosa” se sonríe. Para él, el teatro siempre fue “un lugar de resistencia”. Formó parte de una familia teatral muy comprometida políticamente, afín a las ideas del Living Theatre, grupo experimental estadounidense creado a comienzos de la década del 50. “Nos dejaban más o menos tranquilos: nuestro trabajo era demasiado confidencial” para constituir una prioridad para la policía o los militares.
“No entré al teatro por las lentejuelas” agrega, él que, como Copi y con Copi, practica con una soltura desconcertante la subversión por las lentejuelas. Una manera de “mirar la vida desde lo alto de sus tacos altos”. Quizá bajo la influencia lejana de otro género del espectáculo típicamente argentino, el de las revistas encabezadas por grandes cómicos, muy populares y suficientemente poderosos para permitirse atacar en público a la junta militar.
En 1987, por fin la partida. Marcial Di Fonzo Bo se encuentra en París con la familia materna y empieza a trabajar con Alfredo Arias. Ejerce todos los oficios: asistente, iluminador, utilero e incluso vestuarista, como su madre. Después vienen el deseo de “cruzar otras familias de teatro”, la escuela de Rennes y la creación, por los alumnos de esa promoción, del Thé»átre des Lucioles, ni una troupe ni una compañía en el sentido clásico del término, sino una especie de plataforma que vuelve a colocar al actor en el centro del teatro.
Marcial invoca a Pier Paolo Pasolini. “En un artículo, Pasolini dice que, con el nuevo siglo, se predice la desaparición de las luciérnagas a causa de la evolución de las condiciones meteorológicas que, a su vez, se deben a la actividad de las multinacionales. Se pregunta sobre la utilidad de las luciérnagas y sobre la de las multinacionales. Nosotros queremos ser esas luciérnagas que lograrían sobrevivir al nuevo siglo…” Desde entonces, Les Lucioles se ha convertido en una de las aventuras teatrales más apasionantes de los últimos años en Francia, llevada adelante por la energía, el deseo de juego y de expresión de estos hijos de los años 70, que se sienten herederos del espíritu gozoso y libertario de aquella época. Para el actor Marcial Di Fonzo Bo, también hay grandes papeles con directores consagrados como Matthias Langhoff, Claude Régy o Luc Bondy. Papeles que sostiene con su presencia intensa y poética.
“El teatro sigue siendo para mí el lugar donde todavía se puede comentar el mundo” dice, tranquilamente instalado en su identidad de exiliado. Conserva su pasaporte argentino. Odia los trámites, las citas en la jefatura de policía, los enredos administrativos, pero se empeña en seguir siendo un extranjero.
La mirada única de Copi
Cuando comenzó a firmar sus trabajos, Raúl Damonte —nacido en Buenos Aires en 1939— decidió llamarse Copi, como lo nombraba su madre, que era la hija menor de Natalio Botana. En 1962, Copi se instaló definitivamente en París para formar parte del grupo Pánico, en el que también estaba Fernando Arrabal. Vendió dibujos en la calle y mucho después llegó a tener una tira semanal en Le Nouvel Observateur donde creó ese personaje célebre e inquietante, La Mujer Sentada. Escribió doce obras teatrales, incluido el sainete Cachafaz, pieza que se estrenó tras su muerte.
Fuente: La argentinidad al palo
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