2000. EL SIGLO QUE SE VA / EL MILENIO QUE VIENE: DESDE LOS MISTERIOS MEDIEVALES HASTA EL ABSURDO Y LA NEGACION DEL LENGUAJE
La tragedia y el ridículo conviven en los escenarios. El teatro se prepara para el siglo que viene destruyendo modelos, transgrediendo las fronteras de los géneros y utilizando nuevas tecnologías.
OLGA COSENTINO
Stanislavsky y Grotowski, dos maestros de la renovación teatral contemporánea, fueron blanco de ironías en uno de los sketches televisivos de Alberto Olmedo, en los años 80. Desopilante para algunos, insolente para otros, el cómico argentino no hacía otra cosa que señalar, en un lenguaje simple pero de eficaz histrionismo, la fragilidad de todo prestigio o investidura. No decía nada nuevo ya que el teatro actual, desde sus formas más bastardas a las más exquisitas, está marcado por la intuición de que ya no hay verdades definitivas ni figuras intocables. en el siglo que termina, una de las cuestiones centrales fue, precisamente, la caída de los dioses. Esperando a Godot (God = Dios, quieren leer algunos), de Samuel Beckett, tradujo ese desencanto a su expresión dramática más acabada. La obra, que se estrenó en 1953, sintetizaba la conciencia colectiva posterior a la Segunda Guerra Mundial: el desvanecimiento de la esperanza en alguien o algo -un mesías, un líder, una doctrina- que viniera en auxilio de la Humanidad. No obstante, como Vladimiro y Estragón, los mendigos metafísicos de la obra de Beckett, la criatura humana insiste en aferrarse a alguna idea salvadora. Y ya en los umbrales del tercer milenio, esa idea parece llegar de la mano del progreso tecnológico, con la ilusión de que el hombre ha devenido su propio dios. O como intuyó Goethe hace más de un siglo y medio, que ha pactado con el demonio. Cualquiera de estas dos alternativas están implícitas en la versión de su monumental Fausto, que acaba de llevar a escena el grupo catalán La Fura dels Baus, en su Fausto Versión 3.0, que se vio en Buenos Aires en setiembre.
El espectáculo, que incorpora los lenguajes de la imagen digital, los rayos láser o el sonido multidireccional, muestra al hombre en la era de Internet: a su disposición está todo el saber del mundo. Sin embargo, todo lo que ofrece la informática es de una desmesura monstruosa. Y el hombre vuelve a experimentar el desconsuelo de su propia pequeñez. El mismo desamparo que lo llevó, a comienzos del milenio que termina, a crear un teatro religioso y eminentemente poético. En los misterios medievales el hombre asumía su incapacidad para comprender lo misterioso del Universo. El teatro de hoy llega al mismo destino después de haber indagado en la realidad. Y de haber dejado de creer en ella. Una incredulidad que el escenario traduce con la irreverencia impiadosa del humor o con el desgarro de un discurso poético de la atrocidad o el sinsentido. Cerrando el círculo, el teatro de hoy se reencuentra con sus orígenes.
ESCENA UNO: EL HOMBRE FRENTE A DIOS. Temeroso ante lo incomprensible, el hombre del medioevo elevaba los ojos al cielo, abría los brazos, rogaba e inauguraba un rito teatral. Hacia el año 1000, en Europa, el oficio del Viernes Santo incluía representaciones de la Pasión, con diálogos, vestuario y escenografía a cargo de clérigos. De a poco, seguramente para mantener el interés del público, las escenas empezaron a incluir situaciones mundanas, como la Virgen María regateando el precio de los perfumes y óleos con que va a embalsamar a su Hijo. Algunos diálogos ya eran jocosos y la dramatización era expulsada al atrio de la iglesia y después definitivamente a la calle. El teatro alcanzaba carácter de entretenimiento.
ESCENA DOS: EL HOMBRE FRENTE A SI MISMO. Cansado de mirar al cielo y no ser escuchado, el hombre empieza a mirarse a sí mismo y se convierte en su propio espectáculo. La plegaria medieval se convierte en acción durante el Renacimiento. Empieza a valorarse la intriga, la anécdota y las peculiaridades de carácter de cada personaje. La condición humana es el tema central de las historias, que en el caso de la Commedia dell Arte (comienzos del 1600) incluye equívocos, engaños, acrobacias, crítica a los poderosos y una jerga de humor y grosería.Hacia mediados del siglo XVII, Inglaterra genera el que será, hasta hoy, el hito universal más trascendente en la historia del teatro. William Shakespeare sigue siendo el monumento artístico todavía no superado, por la profunda humanidad, la altura poética y la magistral arquitectura dramática de su obra.Pero esta mirada que hace centro en el hombre también abarca, ya en el siglo XIX y comienzos del XX, el movimiento romántico, el realismo-naturalismo, el teatro psicológico y todas las manifestaciones del drama burgués, incluyendo el teatro social o de compromiso político.
El noruego Henrik Ibsen, el sueco August Strindberg, el ruso Antón Chéjov, los norteamericanos Eugene ONeill o Arthur Miller, los irlandeses Oscar Wilde o Bernard Shaw, los italianos Luigi Pirandello o Edoardo de Filippo, los españoles Valle-Inclán o García Lorca, los alemanes Piscator o Bertolt Brecht, o los rioplatenses Florencio Sánchez o Armando Discépolo son sólo algunos de los muchísimos creadores de un teatro que cree en la palabra. Pero también este teatro sobre el hombre la refuta como instrumento de una racionalidad que empieza a valorarse insuficiente o equívoca. Por eso Beckett o Ionesco experimentan con el absurdo, Antonin Artaud con el surrealismo, Tadeusz Kantor o Bob Wilson con el happening, las instalaciones y la ruptura de las fronteras entre los géneros.El teatro europeo penetró en América, sobre todo a lo largo del siglo XIX. En las primeras décadas del siglo XX, los escenarios porteños vieron convivir zarzuelas y revistas a cargo de compañías italianas y españolas en gira, con una naciente dramaturgia nacional. La clase media porteña empezó a llenar las salas teatrales, que ofrecían cuatro o cinco secciones diarias de espectáculos costumbristas, cargados de ironías políticas y cierta picaresca que hoy resulta ingenua.Los temas sociales -la inmigración, el desarraigo, el tango- fueron abordados primero por el sainete, después por el grotesco de Armando Discépolo y por fin por el Movimiento del Teatro Independiente. Un capítulo aparte comienza en 1949 con el estreno de El puente, de Carlos Gorostiza, y toda una generación de autores posteriores (Ricardo Halac, Roberto Cossa, Osvaldo Dragún, Juan Carlos Gené, entre otros) en los que personajes de clase media inducen, desde la anécdota y los diálogos, a la reflexión de social y política.
ESCENA TRES: EL HOMBRE COMO FRAGMENTO DE DIOS. El tercer tramo del milenio es, acaso, el más difícil de definir porque es el que el teatro está transitando. Asumida su esencial fragilidad, el hombre del 2000 ha perdido el miedo. Y como si no tuviera nada que perder, derriba mitos y reformula el concepto de ficción y realidad, niega la palabra, descubre el disparate detrás de la tragedia, renuncia a las salas tradicionales, mezcla géneros, superpone o fragmenta tiempos y espacios, materializa su inspiración con procedimientos industriales o cibernéticos. E insiste, como al principio, el tratar de atrapar lo eterno con la fugacidad del instante poético que a veces -sólo a veces- ocurre durante una representación teatral.
Fuente: Clarín
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