sábado, 23 de diciembre de 2006

Julio Chávez: "La locura del actor es tan obvio"

VARIAS BATALLAS. Al actor le parece natural abrir las puertas de los varios frentes que ofrece el oficio del teatro. Es actor, maestro, dramaturgo y director. Además, en los pocos ratos libres, pinta.

A treinta años A treinta años de su protagónico en "No toquen a la nena", Julio Chávez se atreve a su primer unipersonal: la multipremiada "Yo soy mi propia mujer". La obra cuenta la vida del célebre travesti y coleccionista de antigüedades Charlotte von Mahlsdorf. Lo dirige su primer maestro, Agustín Alezzo.

Treinta años atras, este hombre era Willy, un hippie que en No toquen a la nena de Juan José Jusid decía —un poco borracho y deslenguado— que él tampoco era el padre de la criatura. Ahora, habla en voz baja, en un rincón del Multiteatro, con Agustín Alezzo, uno de sus maestros. Entre una y otra cosa, el joven se ha convertido en un actor de más de cincuenta años que ha tocado todas las cuerdas y que se ha vuelto, él mismo, también maestro. Parece distendido a pesar de lo que se le viene encima: su primer unipersonal, Yo soy mi propia mujer, la vida del célebre travesti y coleccionista de antigüedades Charlote von Mahlsdorf, una obra de Doug Wright que, entre muchos premios, ganó el Tony como Mejor Obra y el Pulitzer como Mejor Drama en el año 2004.

Te has probado como actor, director, dramaturgo, maestro. Ahora viene este unipersonal: tiene su lógica preguntarse por qué tantas cosas...

Es mi ocupación. El teatro es el espacio que he elegido para crecer, desarrollarme, pensar. Este oficio, por suerte, no tiene una sola puerta, ofrece muchas vías de acceso. Y los que estamos ocupados en navegar en este espacio autónomo, creo que tenemos el derecho de utilizar todas las herramientas para contar, traducir la realidad. Por eso, que un actor investigue sobre el espacio escénico, no me parece nada raro; que pretenda averiguar ciertos secretos de la dramaturgia, no puede ser extraño. En mi rol de entrenador, además, debo estar despierto en todas esas cuestiones. Más que peligroso, todo eso me parece un derecho del oficio. El derecho a indagar, a equivocarme.

¿Es lo primero o lo último en que pensás cuando encarás un trabajo?

El temor a la equivocación es inevitable. No se puede aprender y estar siempre bien. Hay espectáculos en que no estás muy bien pero que te ayudan a aprender. Otros en los que te podés lucir y no aprendés nada. Incluso, (se ríe) hay algunos en los que no estás bien y no aprendés nada. No todo depende de uno. Estamos expuestos ante la mirada de los otros: las estrellitas u hombrecitos que aparecen en una crítica. La tensión es inevitable. Me gusta la imagen de Séneca: es imposible expresarse y al mismo tiempo pretender que el otro esté siempre de acuerdo. Mientras tanto, templanza y algún día serás un guerrero.



¿Cómo surgió el proyecto de la vida de Charlote von Mahlsdorf?

Es un material sumamente particular. El personaje real, que murió en el año 2002, era un travesti con características muy diferentes a lo que tenemos en la cabeza. Porque un personaje que se travestiza para parecer una tía abuela de casi ochenta años no es la idea de un travesti que, para nosotros, es alguien que vuelve excesivos los atributos femeninos. Pero además tiene otra particularidad: el autor, Doug Wright, presenta a un sujeto y escribe una obra. Pero sobre todo lo presenta para que el espectador comprenda por qué se enamoró. No es que en el escenario aparezca Charlotte sino que, por un juego de espejos, aparece el personaje que presenta el autor. Un autor enamorado. Y como además cuenta su vida, aparecen —desde Charlotte— las personas que rodearon su existencia.

¿Pero cómo te llega el material?

Buscaba algo para hacer en teatro y me llama Ricky Pashkus, que es como mi hermano, desde Nueva York. "Hay una obra que es para vos", me dice. Lo más gracioso es que Ricky nunca la vio, pasó por el teatro y tuvo un golpe de intuición. Leí el texto y me gustó mucho pero faltaba algo...

¿Qué?

Un conductor paciente sereno, conocedor, con oficio y con espíritu joven al mismo tiempo: apareció entonces el nombre de Agustín Alezzo. Para mí, tiene las características de una persona joven.

¿Cuáles son?

Tiene siempre en la paleta colores nuevos y eso que tiene más de cincuenta años de teatro. Es alguien que sabe resguardarse para que la vida lo toque, lo conmueva. No era fácil. Hacía mucho tiempo que él no dirigía, estaba muy interesado en seguir en su estudio, pero leyó la obra y por suerte estamos trabajando juntos. Lo conozco desde hace más de 30 años. Tenía 16, casi 17 años y era mi primer día en el Conservatorio. Me acuerdo perfecto: Alezzo subió las escalera y yo estaba ahí, sentadito, y me dijo: ¿De qué año es?. "De primero", le dije. ¿Y cuántos años tiene?. "Dieciséis", respondí. El me miró y me dijo: Falta mucho....

Mirando el archivo, parecería desde el medio que el cine te ofreció personajes que aún el teatro te debe...

No es mi experiencia. Lo que sucede es que el teatro tiene otro tipo de repercusión que el cine. El medio nunca me ha limitado, ni restringido, ni menos me ha negado algo que, sentía, me he merecido. Jamás. Al contrario. Intento ser un artista en el interior de un espacio que tiene algo que se llama el medio, pero hay cosas que han sido importantes para mí y que no dependen del medio: mis lecturas, mi posibilidad de pensar. Y no me quejo de nada porque hasta yo mismo me he detenido cuando en ciertos momentos el medio se llenaba de voces: aprovechá, es tu gran gran momento.

Tu primer trabajo unipersonal...

Y vamos a ver cómo sale. En ese sentido, me interesa lo que dice Umberto Eco: hay dos maneras de hacer un safari. Está el de Africa: puede salir el hipopótamo, o puede no salir; podés cruzarte con una tribu o no; podés encontrar el cementerio de elefantes o no encontrarlo. Esa es una posibilidad. La otra es ir a Disneylandia, porque a las doce y cuarto el hipopótamo sale.

Seguís pensando que los locos, más que en el teatro, están en la calle...

No hablo —cuidado— de la locura grave. Pero sigo pensando lo mismo respecto al lugar común de los actores, qué locos. No, en absoluto. Loco es el taxista que se baja del coche y le revienta con un palo el auto al de adelante porque le sacó un pasajero. Una escena extraordinaria, acerca de lo que el hombre es capaz de hacer. Loca es la chica que sale a la calle con una minifalda, tapándose todo el tiempo, enojada porque le dicen cosas. Ese es un suceso extraordinario. Uno piensa: mirá todas las historias que produce el ser humano. Armamos situaciones increíbles, en el que un mantel de mejor calidad lleva a que un café cueste tres pesos más. Por eso, al contrario, el teatro es el lugar para reflexionar acerca del drama del ser humano. Además, la locura del actor es tan obvia, tan ingenua. Es hasta inofensivo. El actor es un ser de lo más normal: es el especialista en observar la escena humana.

Eso transmitís como maestro.

Más que transmitir, acompañar. Siempre pienso, al final de cada año, que si logro que tres alumnos terminen metidos en la pileta del problema, me doy por satisfecho. Si lograste preocupar a alguien, vas bien. Yo les digo a mis alumnos: dejen de mirar desde el borde de la pileta con un Martini en la mano mientras el otro chapucea por un poco de verdad.

Fuente: Clarín

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